16 de septiembre 2010 - 00:00

Diálogos en Wall Street

Japón debió intervenir para quitarle presión a un yen en alza que amenazaba con llevar la divisa de un país atrapado por la deflación a un nuevo récord histórico. El experto en mercados internacionales, Gordon Gekko -mientras se alista para el estreno de «Wall Street II»- subraya que la intervención japonesa es un esfuerzo unilateral. Y revela una preocupante miopía que, si no se corrige, puede encender la mecha de una espiral de devaluaciones competitivas y disputas comerciales.

Periodista: El Gobierno japonés le dijo basta a la fortaleza del yen. Cumplió su amenaza. Se zambulló en los mercados de cambio internacionales, en Tokio pero también en Londres y Nueva York, vendió cantidades de yenes contra dólares hasta hundir su cotización.

Gordon Gekko: El impacto fue muy visible, muy rápido. Las primeras ventas fueron en Tokio cuando el yen tocó 82,88 contra el dólar. Y las sucesivas intervenciones lo llevaron a sobrepasar, con holgura, el umbral de los 85.

P.: Todo un éxito.

G.G.:
Está ganando 2 a 0. Pero recién se consumieron los 5 minutos del primer tiempo. Y no descarte que haya que jugar un alargue.

P.: Se sabía que las autoridades japonesas -y los empresarios- estaban disconformes con la valorización del yen, y habían mencionado su intención de tomar cartas en el asunto pero, aun así, la intervención produjo sorpresa. ¿Cómo se entiende?

G.G.:
La lectura de los analistas políticos era que la ratificación del primer ministro Naoto Kan al frente de su partido disminuía las chances de una acción.

P.: Ocurrió todo lo contrario. La intervención se disparó trascartón. Como si sus probabilidades de tener éxito dependiesen del respaldo político interno.

G.G.:
No fue así.

P.: ¿Piensa que los mercados respetarán la línea en la arena que acaba de trazar Japón?

G.G.:
¿Por qué habrían de hacerlo?

P.: ¿Qué sentido tiene un yen tan fortalecido, cotizando a los máximos contra el dólar desde 1995? Si Japón es la única de las economías del G7 que no logró zafar de las garras de la deflación.

G.G.:
No tiene mucho sentido. Pero eso no impidió la suba. Ni frenará tampoco nuevas embestidas.

P.: La firmeza que muestra el Gobierno de Tokio, ¿no alcanza?

G.G.:
Es sólo condición necesaria. Pero será difícil evitar una pulseada más prolongada.

P.: ¿Piensa que no se cuenta con munición suficiente? ¿O voluntad de emplearla a fondo?

G.G.:
La voluntad existe. De hecho, se habla de una intervención de dos billones de yenes. No se jugó tan fuerte en un tiro individual en 2003 ni en 2004.

P.: Entiendo que son unos 23 mil millones de dólares. O algo así.

G.G.:
Correcto.

P.: Y también tengo entendido que existe un límite legal para la intervención. Que no se podrá exceder, en función de otras obligaciones ya asumidas, los 35 billones de yenes. Tal vez se juega fuerte para conseguir rápido un impacto, porque se sabe que no existe demasiado margen disponible.

G.G.:
El límite se puede correr. No es infranqueable. Es como los topes de deuda pública que establece el Congreso. Los legisladores pueden revisarlo y acomodar un volumen mayor.

P.: En ese caso, ¿dónde yacen las dudas?

G.G.:
El Banco Nacional de Suiza estuvo todo el año tratando de moderar el vigor del franco y si bien lo intentó con ahínco no logró grandes resultados. La intervención unilateral es una herramienta menos poderosa de lo que podría parecer a simple vista.

P.: Funciona mejor cuando se combina el accionar consensuado de los demás bancos centrales.

G.G.:
Eso es indudable.

P.: ¿Por qué no se ensayó, entonces, un esfuerzo de coordinación?

G.G.:
Dado que, por lejos, es la mejor alternativa del menú, hay que suponer que se intentó.

P.: Y que no hubo quórum.

G.G.:
Tal cual.

P.: Pero las ventas de yenes en Londres y Nueva York tienen que haber gozado de la colaboración del Banco de Inglaterra y de la FED.

G.G.: Desde ya. Por cuenta y orden del Banco de Japón. Se usó la infraestructura pero no es una intervención conjunta.

P.: A Japón le molestaba la fuerte valorización de yen. A nadie más.

G.G.:
Es evidente.

P.: ¿No revela una cierta miopía, que puede convertirse en un ingrediente delicado? Japón responde depreciando su moneda. O sea, comprando dólares y vendiendo yenes y levantando la cotización del dólar. EE.UU. tampoco querría que se llegue a ese resultado. ¿No se alientan las chances de una guerra de devaluaciones competitivas? ¿O de realimentar disputas comerciales?

G.G.:
Washington tiene las manos, otra vez, alrededor del cuello de China. Hoy (por ayer), el Gobierno adelantó que presentarán dos nuevas demandas contra Pekín ante la Organización Mundial del Comercio alegando prácticas desleales.

P.: Pari passu, resucitan las quejas de que China ejerce una manipulación de su moneda.

G.G.:
Es parte del mismo paquete.

P.: ¿No podrá acusarse de manipulación también a Japón? Que yo sepa no son las fuerzas del mercado las que están dictando esta reversión de la tendencia del yen.

G.G.:
Todo es posible. Pero no creo que el agua llegue al río. China crece a tasas de dos dígitos, y Japón sólo crece si se lo mira con lupa. Se comprende que es otra situación.

P.: Más allá de las idas y vueltas... ¿cree que Japón conseguirá lo que busca?

G.G.:
Sí, pero tendrá que bregar. Las autoridades dieron a entender que los 82 yenes por dólar es la frontera que van a patrullar. Creo que se guardan un colchón: el verdadero temor era traspasar los máximos absolutos.

P.: Los 79 yenes y fracción de 1995.

G.G.: Tal cual. Hay un margen de seguridad para no ir más allá. La intervención podrá frenar la inercia de la suba aunque no logre devolver al yen a niveles más moderados. En principio, que la emisión de yenes no se esterilice, como se sugirió (aunque no se dijo expresamente), ayudará a tal fin. Pero el punto clave es otro.

P.: ¿Cuál?

G.G.: Comprometer a China a trazar una pausa en sus compras de bonos japoneses. Si Pekín no colabora, será remar contra una corriente que no sólo es muy potente sino que tampoco tiene un agotamiento que se vislumbre próximo.

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