30 de noviembre 2010 - 00:00

Diálogos en Wall Street

No bastó con rescatar a Irlanda, el cordón sanitario es poroso y el contagio se propaga. Para Gordon Gekko, el experto en mercados internacionales que se mimetiza con el protagonista de la película de Oliver Stone, el lema vigente es «que pase el que sigue». Mientras tanto, el Banco Central Europeo no se da por aludido. No relaja la cincha de la política monetaria ni acrecienta la compra de bonos soberanos. Este jueves, en la reunión del Consejo Monetario, la postura debería comenzar a cambiar.

Periodista: Irlanda recibió el paquete de ayuda. En tiempo récord.

Gordon Gekko: Pudo llegar antes, pero piense que se resistió. Europa tuvo que bregar para imponerse.

P.: Como sea. El acuerdo se cerró y, sin embargo, la sensación de crisis no se desvanece.

G.G.: Todo lo contrario. Rige aquello de que pase el que sigue.

P.: ¿No gustó el programa? ¿Necesita más recursos?

G.G.: El acuerdo es muy sensato. Va directo al grano: diez mil millones de euros se aplicarán a la capitalización inmediata de la banca. Es importante cerrar esa grieta rápido.

P.: Se anunció un paquete de 85 mil millones de euros. Pero 17,5 mil millones los aportará la propia Irlanda.

G.G.: No está mal. Es más de la mitad del producto bruto de Irlanda. Aunque sólo la banca se llevará una tajada de 35 mil millones.

P.: Se especuló con un apoyo más voluminoso. Superior a los 100 mil millones de euros.

G.G.: No creo que ése sea el problema porque nadie esperaba una inyección de corto plazo muy distinta y, eventualmente, si se necesita un refuerzo será mucho más adelante. Pienso que la asistencia está bien dimensionada.

P.: ¿A qué obedece, entonces, que el escozor persista?

G.G.: Se dirá: «no sabemos si el Parlamento aprobará o no el ajuste de presupuesto». Excusas. El problema de fondo es que la dinámica de contagio está lanzada. Usted cubre un agujero en Irlanda -y aunque lo cierre bien-, la presión salta al próximo blanco. Muy pocos se preguntan por la suerte de Grecia. No hay optimismo, pero tampoco se descuenta un default inminente. Grecia consiguió su frazada. De la misma manera, la pulseada ya va más allá de Irlanda.

P.: O Portugal.

G.G.: Se apunta claramente a España. Y se hace precalentar a otros. Mire los spreads de la deuda italiana, por ejemplo, y verá que sobrepasaron los máximos de mayo. También se nota la presión sobre Bélgica.

P.: Se queman etapas.

G.G.: Falla el cordón sanitario. Se debe cortar la epidemia.

P.: España es demasiado grande. Tanto para caer como para ser rescatado. ¿Cómo se frenará una embestida si los mercados le apuntan de lleno?

G.G.: Ya lo dijo el presunto sucesor de Jean-Claude Trichet al frente del Banco Central Europeo cuando expire su mandato en 2011, Axel Weber. Si los fondos disponibles no alcanzan para tranquilizar a los inversores, «habrá que aumentarlos hasta lograrlo».

P.: Pero los dichos de Weber fueron refutados por las autoridades políticas. Desde Berlín. Un incremento no está en los planes.

G.G.: Tampoco figura en los planes oficiales auxiliar a España. Eso no significa que no se hará si toca la necesidad. Y es obvio que el dinero es escaso. Pero el andamiaje que existe sería útil para la tarea. Sólo que habrá que reforzarlo.

P.: Crece la percepción de que la crisis no se calmará hasta que quede en claro cómo se resolverá la situación de un país de gran tamaño. Como España.

G.G.: El problema europeo es que sus políticas son reactivas. Van siempre a la zaga. Les desagrada el problema con el que están lidiando (eso sería normal, a quién le gusta). Y les desagrada aun más emplear la medicina que tienen disponible para hacerle frente.

P.: Desde los primeros escarceos con la deuda griega, la Unión Europea habla de reestructuración. Pero, en los hechos, corre de salvataje en salvataje.

G.G.: No es sólo eso. Es todo el vademécum que propone. Desde la austeridad temprana hasta el manejo de la política monetaria. Marcha a contramano de la crisis y sólo se rectifica cuando la colisión es inevitable.

P.: La primera mitad de noviembre, Europa la dedicó a criticar la decisión del QE2 que tomó la Fed.

G.G.: Europa deberá copiarle los pasos.

P.: Bernanke luce hoy como un visionario.

G.G.: Ya en agosto la Fed había desactivado sus planes de retiro del estímulo monetario. En julio, en las sesiones Humprhey Hawkins, Bernanke le asignaba el 90% de su discurso a la idea de un paulatino repliegue. Pero reaccionó y supo ver a tiempo que la situación cambiaba para peor. Compare. Todavía el BCE no dijo esta boca es mía. Y se pasó los últimos meses podando redescuentos y abreviando sus plazos.

P.: Nadie puede pensar que mantendrá su promesa de ir levantando las medidas especiales de aliento.

G.G.: Cuando la mecha ya había llegado a Dublín, tres semanas atrás, el consejero Juerguen Stark todavía ratificaba la idea a viva voz. Es más, dijo que la recuperación económica de la Eurozona había ganado suficiente tracción «como para autosostenerse».

P.: Esas declaraciones desaparecieron por completo. En cierto sentido, viendo los estragos de la crisis, el que calla, otorga.

G.G.: El BCE tiene motivos de sobra, a esta altura, para aflojar la cincha. Y, sin embargo, no lo hace. Todo el mundo le toma la temperatura a la crisis observando los rendimientos de las deudas de los distintos países.

P.: Así se arma el mapa de la corrida.

G.G.: Tal cual. Y el BCE tampoco se siente involucrado. A regañadientes aceptó en mayo comprar deuda soberana. Pero desde entonces adquirió menos papeles que los que va a comprar la Fed en el primer tramo -seis semanas - del QE2. Así es más difícil.

P.: ¿Sigue pensando que Europa logrará controlar la situación?

G.G.: Sí, claro. El drama es siempre el mismo, cuánto tiempo le llevará usar a pleno sus fortalezas. Y cuánto daño se habrá producido a ese momento.

P.: Este jueves se reúne el Consejo Monetario del BCE. ¿Habrá novedades?

G.G.: El BCE cambiará de a poco. No espere una revolución -aunque el tema lo amerite- porque saldrá defraudado.

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