28 de agosto 2009 - 00:00

¿Dónde están las ovejas?

En un siglo y cuarto se perdieron más de 41 millones de cabezas en la majada de ovejas argentinas, lo cual hoy apenas supera los 15 millones. Las causas son múltiples e incluyen la competencia a nivel local con el mercado vacuno. A nivel internacional, la lana actualmente no es un buen negocio, pero la carne si, y países como Uruguay lo están aprovechando.

¿Dónde están las ovejas?
En 1895, la Argentina llegó a tener 74,38 millones de ovinos. En 2002 se tocó el piso de 12,5 millones y, aunque en los últimos años se frenó la caída y la tendencia declinante tuvo una cierta reversión, se está muy lejos del potencial productivo del país.

Con el consumo de carne ovina pasó lo mismo. De acuerdo con datos oficiales, se llegaron a consumir más de 17 kilos en 1920, mientras que en la actualidad apenas si se rondan los 2 kilos por habitante, por año. Se trata sólo de una estimación, dado que ya que no existen datos sistemáticos. En cuanto a la lana, la situación declinante es similar. De una zafra superior a las 200.000 toneladas en el 66/67, apenas se llega a las 70.000 en la actualidad.

Sin embargo, no ocurre lo mismo en otros países, especialmente en materia de carne, dada la fuerte presión de demanda mundial sobre las proteínas animales.

En el caso de la lana, el producto sigue sufriendo la competencia creciente de las fibras sintéticas y se prevé que a mediano y largo plazo sólo las más finas podrán mantener un buen mercado. Del otro lado del Río de la Plata, en Uruguay, no sólo se consume mucho más carne ovina (en buena medida, porque priorizan la carne vacuna para la exportación), sino que cuentan con una majada similar a la local de 13-15 millones de cabezas, y producen y exportan mucho más en un territorio equivalente a sólo la provincia de Buenos Aires.

En el caso de los orientales, si bien siguen trabajando en «afinar» sus lanas, la gran apuesta parece ser definitivamente la carne.

La caída

En la Argentina, encontrar las razones de semejante retroceso no es fácil. Tanto que, sin ruido, hace alrededor de dos décadas las ovejas desaparecieron del Mercado de Liniers, y ya nunca surgió una plaza sustituta para la hacienda carnicera. Tampoco es posible explicar por qué el país nunca pudo cumplir, por ejemplo, con la totalidad de la Cuota Hilton ovina, tan codiciada como la vacuna, aunque mucho menos mediática, tanto que buena parte de los productores y dirigentes desconoce incluso su existencia.

Entre las razones se puede pensar en el desplazamiento de las majadas comerciales a causa de la agricultura de las últimas décadas, que provocó ese movimiento en muchas otras actividades, especialmente en Buenos Aires, disminuyendo así sensiblemente la oferta sobre el tradicional mercado concentrador.

Algo similar se podría hacer valer en la Mesopotamia, otrora fuerte región ovejera, ya que esta especie convivía con los vacunos (las vacas pastaban y las ovejas repasaban, era lo más común), pero el argumento no cierra en la Patagonia. «Hoy la crisis es gravísima. El 32% de la superficie argentina se dedica a la monocultura ovina (básicamente en el Sur), y en Santa Cruz ya el 36% de los campos ovejeros está cerrado», señala con preocupación Carlos Vila Moret, productor y director de la Sociedad Rural.

La alarma no es para menos, especialmente si se considera que en vastas regiones del país no hay otra alternativa productiva, y que la desaparición del lanar no sólo encierra un perjuicio productivo y económico para los productores, sino también conlleva un alto impacto social por el aumento de desocupados (la actividad absorbe mucha mano de obra), genera despoblamiento, lo que incide en temas geopolíticos, y sentencia casi a la indigencia a vastos sectores de la población, como ocurre en el noroeste del país, donde tampoco hay demasiadas alternativas que puedan sustituir a esta producción.

Ya en este punto, y si además se considera que cerca del 70% del país tiene condiciones desérticas y que la oveja, justamente, viene de este tipo de clima, es más difícil todavía entender el retroceso.

Según Vila Moret, el problema es la falta de rentabilidad de la actividad «ya que los dos principales productos, la carne y la lana, no son rentables».

Si bien la afirmación parece absolutamente cierta, un dirigente que prefirió el anonimato fue más lejos. «Mientras se mantenga un precio artificialmente bajo para la carne vacuna, va a ser imposible lograr que la de ovino aumente su participación en la dieta argentina», dijo la fuente, acercándose un poco más al eje real del problema.

Ahí también se podría agregar que tanto la carne como la lana, a pesar de su situación, mantienen retenciones de entre un 5% y un 10%, que los predadores naturales hacen estragos y no se los puede controlar pues están protegidos por fauna, tal el caso de los zorros y pumas; o les compiten a las ovejas por el pasto y el agua, como ocurre con los guanacos; y que el ovino tiene uno de los índices más altos de abigeato, todo lo cual encarece su producción y le resta competitividad.

Para Vila Moret, al menos en la Patagonia, hay otro factor negativo, tal vez el de mayor incidencia, y que pasa por el costo de la mano de obra que asciende al 50% de los costos totales de producción, y que es por lo menos un 20% superior al de otras zonas. «Necesitamos avanzar, y poner en marcha los convenios de corresponsabilidad gremial, si no queremos que la actividad desaparezca», reconoce el dirigente, tras destacar lo que cuesta preparar esa mano de obra muy calificada.

Pero, más allá de todos estos factores, y los naturales que conlleva cualquier actividad agropecuaria (clima, mercados internacionales, etc.), es en la falta de una definición de política clara, estable y sostenida en el tiempo donde radican los principales males de la ovinocultura local. Para ver lo contrario, sólo hace falta mirar hacia Uruguay.

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