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La Argentina se rediseña en un contexto desafiante
El nuevo año debutará con una novedad largamente deseada: la puesta en marcha del nuevo índice nacional de precios. La herramienta, elaborada en coordinación con el Fondo Monetario Internacional y que busca restablecer la confianza externa en el sistema estadístico nacional, pasará entonces la prueba de fuego, esto es si los índices que arroje en sus primeras mediciones se asemejan más a la realidad que el moribundo Índice de Precios al Consumidor del INDEC. Que este organismo se haya liberado finalmente de la influencia del exsecretario de Comercio Interior Guillermo Moreno, bajo la cual se generó su desguace, es, sin dudas, un hecho alentador.
Todo debería (o podría) ir bien, lo que sentaría las bases para un retorno de inversiones que, aunque no sean necesariamente masivas, le servirían al país para poner fin a la sangría de sus reservas. Pero la movida es parte de un mecanismo más ambicioso.
La decisión del país de poner en regla su situación por los juicios perdidos ante el CIADI (devenidos, conviene recordarlo, del desmadre de la economía nacional que el kirchnerismo heredó) es otra pieza en ese juego.
También lo es la doble designación de Hernán Lorenzino como embajador ante la Unión Europea y titular de la Unidad Ejecutora de Reestructuración de la Deuda Pública, cuya tarea prioritaria será destrabar la relación con el Club de París.
La intención clara del Gobierno se tradujo asimismo en el acuerdo con la española Repsol para poner fin al litigio por la expropiación de la mayoría accionaria de YPF, una llave para destrabar inversiones en energía que vayan más allá de lo conocido en los últimos meses.
Por último hay que mencionar los canales de diálogo informales que se han abierto en el último tiempo para negociaciones entre grandes tenedores de títulos de deuda reestructurados en 2005 y 2010 con los fondos buitre que continúan litigando contra el país, cuyas credenciales éticas son inversamente proporcionales a sus perspectivas jurídicas, algo que también, de modo acuciante, forma parte del menú de 2014.
Idealmente, ese ajedrez podría conducir a que el país recupere el acceso al crédito institucional, evitando que los vencimientos de deuda pública de u$s 6.000 millones previstos para 2014 (y los u$s 2.000 millones de deuda privada) se transformen en una pérdida neta y equivalente de reservas. Más aún, y la caída del riesgo-país con que se cierra 2013 así lo sugiere, la meta podría ser también volver al mercado voluntario de deuda con tasas, si no bajas, al menos aceptables para zafar de la coyuntura. Los números concretos darán cuenta en ese caso de la razonabilidad de hacer uso de tal chance, sin perder de vista, claro, el objetivo de no recrear las condiciones de endeudamiento que lastraron por décadas las posibilidades de crecimiento del país, panorama que, discusiones sobre métodos y costos aparte, la actual administración contribuyó decididamente a aliviar.
Para que la corrección de rumbo necesaria sea efectiva, deberá, además de ser exitosa en sí misma (algo que no está garantizado desde el vamos sino que dependerá de las acciones), ir acompañada de una serie ambiciosa de medidas domésticas, cuya antipatía hace que deba depositarse allí la necesaria dosis de cautela. ¿Habrá voluntad política para moderar realmente la inflación? ¿Se aceptará, tras tantos amagues, pagar el costo político de ir poniendo en caja subsidios al consumo de energía y al uso del transporte que ya resultan poco razonables? ¿Se encontrará la cuadratura del círculo que supone mejorar la competitividad de la economía sin hacer que una devaluación brusca licue los salarios y, con ello, el mercado interno como motor de crecimiento? ¿Se podrán captar las inversiones necesarias para desarrollar plenamente el potencial en materia de gas y petróleo no convencionales, de modo de poner coto a un déficit energético que es, a la vez, acaso el mayor déficit político de la última década? Los próximos pasos inmediatos marcarán claramente si los retos se abordan como corresponde a la hora o no, y con ello hacia dónde vamos.
EL MUNDO, OPORTUNIDAD Y RETO
Uno de los hechos económicos internacionales más trascendentes del tiempo reciente fue la decisión del Banco Central Europeo de reducir drásticamente su tasa básica de interés. Ese paso implicó una moderación de la obsesión alemana con la inflación, inexplicable para un contexto recesivo en el bloque como el que presenciamos desde hace tiempo. Y los últimos indicios van todavía más allá, ya que la nueva política podría sostenerse por un buen tiempo, mientras, como es previsible, la economía de la eurozona tarde en recuperarse.
En paralelo, la Reserva Federal sigue sin dar muestras concretas de avanzar en serio en la tantas veces mencionada posibilidad de poner fin a los estímulos monetarios en Estados Unidos. Según algunos observadores, todo parece apuntar a un mantenimiento de la política actual mientras el desempleo norteamericano no baje a un entorno del 5,5% o del 6%... un camino todavía largo en función de lo que es el desempeño actual de esa economía y de una desocupación que se resiste a cruzar a la baja el umbral del 7%. Para otros, un cambio de rumbo está más cerca. Entre ambos extremos se juegan cosas importantes para el país.
Que la Fed tiene una agenda propia, es indudable, pero que su independencia no llega al nivel del mito que tantas veces se invoca, también. Así, no debemos perder de vista los tiempos políticos que se avecinan en los Estados Unidos, con las elecciones legislativas de mitad de mandato de noviembre próximo, en las que se renovarán las 435 bancas de la Cámara de Representantes y un tercio de las 100 del Senado.
La popularidad de Barack Obama va y seguirá yendo como la economía (o mejor aún, como el desempleo): sin brújula clara. Pero la de los republicanos, cuya ala derecha, el Tea Party, pone periódicamente a la hiperpotencia como rehén de sus excesos ideológicos, marcha todavía peor. El próximo bimestre dará otra medida de ese peligroso baile sobre la cornisa, cuando llegue la hora de definir un nuevo tope para el permiso de endeudamiento que el Congreso debe dar al Tesoro y nuevas discusiones fiscales.
Los republicanos controlan hoy la Cámara baja y los demócratas, por un pelo, la alta. De esos comicios surgirá la relación de fuerzas con la que Obama deberá encarar el tramo final de su presidencia, dato fundamental tanto para lo político como para lo económico.
De lo anterior surge que el mundo podrá mantener, por un tiempo más al menos, una circulación abundante de capitales, algo fundamental para las necesidades argentinas en materia de inversión y acceso al crédito, bonanza que (cabe recordar) no supo aprovechar por años y que, debidamente manejada, habría puesto al país a buen resguardo de sus actuales dilemas. Y, también, que la marcha de la eurozona y de Estados Unidos se debería traducir en una progresiva valorización del dólar. Esto, se sabe, es malo en términos de la cotización de las materias primas como las que exporta la Argentina. Sin embargo, mientras la Fed mantenga una política monetaria expansiva, no deberíamos ver un superdólar y, con ello, se podrían evitar daños mayores en materia comercial. He allí una incertidumbre grande.
Ahora bien, que el corto plazo parezca mayormente despejado no implica que no haya que empezar a analizar el mediano y largo, más cuando la recuperación en Estados Unidos parece avanzar mucho más rápidamente que la de Europa. ¿Alguien piensa en estos términos en la Argentina de hoy, tanto desde el Gobierno que seguirá en funciones por dos años como desde la oposición que pugna por reemplazarlo entonces? Sería tranquilizador que 2014 empiece a entregar señales en ese sentido.
Pero el mundo no se termina en lo financiero, y de una retomada del crecimiento de la economía y de la demanda global depende también el relanzamiento de otra de las obsesiones que expresan día a día el tándem de Capitanich y Axel Kicillof: las exportaciones.
Consideremos algunos pronósticos provistos por el FMI, que, aunque no siempre da en la tecla (como sabemos amargamente), nos permiten una aproximación general a la cuestión. De acuerdo con sus datos, la economía mundial crecerá un 2,9% en el año que se cierra y se aceleraría hasta un 3,6% en el próximo. Esto es, a priori, una buena nueva para el país. La letra chica, sin embargo, no permite descorchar champán, ya que los dos principales motores externos de la economía argentina, China y Brasil, seguirán creciendo por debajo de lo deseable y en línea con un 2013 que podría haber entregado noticias mejores.
En efecto, mientras Estados Unidos consolida de a poco su nivel de actividad, la potencia asiática, principal aspiradora de materias primas como la soja, crecerá este año un 7,6% y lo haría un 7,3% en 2014, lo que prenuncia niveles de demanda de alimentos (y de precios) similares a los actuales. La producción global de granos y el clima en nuestro país serán, entonces, variables a seguir prioritariamente.
El largo plazo trae, en este punto, perspectivas alentadoras, dada la reciente decisión de la cúpula del Partido Comunista de comenzar a planificar el desarrollo del país cada vez más en términos de expansión del mercado interno. El alivio, entonces, sería doble: tanto una mayor demanda china de commodities como una menor presión en términos de exportaciones baratas al mundo. Pero ese escenario se reserva al futuro: no será tan fácil mover una economía tan gigantesca en un rumbo tan diferente, sujeto además a vaivenes políticos difíciles de prever hoy.
Brasil, por su parte, sigue sin justificar en los hechos la profusa propaganda que lo benefició en los últimos años: su explosión en términos de crecimiento continúa en veremos. Según el FMI, el año próximo su PBI avanzará alrededor de un 2,5%, similar a lo que ocurrirá en este año, cifra no despreciable pero lejana de lo necesario para que el desarrollo tome velocidad en serio. La campaña para las elecciones presidenciales de octubre, en las que Dilma Rousseff tiene buenas posibilidades de reelegirse, puede constituir el escenario en el que las autoridades busquen estirar ese número a través de una expansión del consumo, algo que jugaría moderadamente a favor de la Argentina, tanto por la reducción de los saldos exportables brasileños como por un aumento de la demanda argentina de, por ejemplo, automóviles. La inflación, siempre en la mira, marcará, con todo un límite a esa posibilidad.
MANOS A LA OBRA
Si los grandes trazos del contexto internacional deberían mantenerse en términos similares a los actuales, esto es jugando moderadamente a favor del país, las expectativas deben centrarse en lo que ocurrirá puertas adentro de la Argentina. Los resultados concretos del relanzamiento de la gestión decidido por la presidenta, y su traducción en términos de inflación, PBI, consumo y tipo de cambio dependerán, en ausencia de pronósticos de grandes alteraciones en el panorama externo ("cisnes negros" aparte), de factores endógenos.
Los tiempos políticos también harán lo suyo, apurando la agenda reformista en algunos temas y, acaso, complicándola en otros. La campaña para 2015, sincerémonos todos, está prematuramente en marcha y, con ello, el crucial debate por el perfil futuro del país.
¿Se viene una Argentina capaz de sostener los logros en materia de regeneración de su aparato industrial y de empleo o se volverá, una vez más, a una lógica de apertura radical que privilegie exclusivamente la producción primaria? Por otro lado, ¿se podrán resolver los desequilibrios actuales, que marcan un agotamiento del modelo en vigor en los últimos años, o la Argentina persistirá en la reedición de los errores que históricamente han lastrado su despegue?
Todo esto, y más, estará en juego en 2014 que se abre, el año del inicio de una aventura nacional fascinante. Hacia ella vamos.
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