29 de mayo 2009 - 00:00

¿Las últimas elecciones?

¿Las últimas elecciones?
Si alguien no hace pronto algo, las elecciones del 28 de junio serán las últimas bajo el régimen que se conoce. La rebeldía de la propia corporación política contra el sistema electoral, de la cual son ejemplo las candidaturas antitraición del oficialismo que buscan evitar que las urnas castiguen a sus candidatos, produce un hecho insólito. Los postulantes del partido de Gobierno en el distrito más grande irán a la elección con sus títulos en revisión en la Justicia que dirá en el último momento si pueden ser candidatos o no.

Este escándalo es el punto terminal de la pendiente en que ingresó el sistema en 2003. En esa oportunidad, PJ y UCR se desmembraron cada cual en tres fórmulas presidenciales. En 2005 hubo un amago de debate en el peronismo bonaerense, que fue a las urnas dividido en dos candidaturas (Cristina de Kirchner vs. Chiche Duhalde). En 2007 hubo una instauración casi monárquica en la figura de la actual presidente. En 2009 no se sabe aún quién puede y quién no puede ser candidato hasta último momento. ¿Qué sorpresa traerá 2011? Bueno sería que la Unesco destaque algún observador para que registre esta elección de 2009 como quizás la última en su tipo.

El sistema político criollo está atravesado desde hace una década por un rechazo de la sociedad contra el poder. El público se expresa por otras vías alternativas al sufragio porque sabe que el resultado de las elecciones no refleja lo que el público quiere. Ésa es la base doctrinaria del piqueterismo: reclamo en la calle lo que no me da el sistema.

El andamiaje político parece desacoplado del sistema de opinión, y el público vive con la sensación de que opina y vota de una manera, pero es gobernado por gente que opina y hace lo contrario. Por eso no hay Gobierno que haya alcanzado más del 30% de los votos calculados sobre el total del padrón desde 2003, realidad que no han podido contrarrestar las encuestas que hablaron alguna vez de un presidente con el 70% de apoyo popular. Eso no se tradujo nunca en las urnas.

El dato más arrollador sobre la dimensión de la crisis del sistema electoral es que no sólo lo rechaza el público con la abstención al voto, sino que también lo repudia la dirigencia política. ¿Qué otra cosa son las candidaturas antitraición o testimoniales del oficialismo de Bs. As. sino un gesto de desobediencia civil ante el sistema electoral, un rechazo de sus normas para ironizar sobre su eficacia?

Antes Duhalde decía: son peronistas y piden elecciones internas, ¿por qué si Perón nunca hizo internas? Cuando lo apretaban, agregaba: ¿quieren internas con estos padrones de porquería? (Eran los mismos que usaba para ser gobernador y senador-presidente). La novedad es la desobediencia gandhiana, aquella que protestaba entrando por la puerta que decía salida, sacar provecho de lo que no está prohibido para eludir el dictamen de las urnas en prevención de un resultado negativo.

Agrega argumentos para el apocalipsis que se haya abierto una nueva era: el despotismo electoral. Los candidatos en la Argentina ya no surgen, salvo alguna excepción radical, de abajo hacia arriba como fruto del debate en los partidos en la sociedad. Los designa el poder de arriba hacia abajo como otra forma que encuentra la casta de los políticos para cubrirse de las agresiones del mercado. El electoral es en la Argentina también un mercado protegido.

El relato de las primarias es de los caciques partidarios bautizando candidatos. Fue Kirchner con Cristina en 2007, pero también y desde hace tiempo todo el arco de la neopolítica: Macri, Carrió, antes Béliz, hoy Solanas y Ripoll. Los únicos que hacen algo parecido a una interna son los radicales. Esa tendencia a la autoprotección se inspira en las doctrinas despóticas de la vanguardia iluminada o del redencionismo político que justifica también las dictaduras. Representamos a los pobres, dicen los caciques unánimes de oficialismo y oposición sin mostrar el CUIT y declarando la emergencia perpetua para justificar sus excesos.

¿De qué sirven las campañas en un régimen que no construye candidatos desde la sociedad, sino que hace bajar nachas y michettis del palacio? Sólo a hacer pasable la medicina: la tecnología electoral trata de llamar la atención sobre ciertas figuras ante un público que ya votó antes de las elecciones. Publicita candidatos de góndola que no tienen compromiso con construcción colectiva alguna. El público no resuelve la elección en la campaña, más en el país del debate permanente, que ha discutido durante año y medio todo y donde el público ya votó.

Los modelos de otros países que se evocan a veces como deseables para remediar estos entuertos no sirven mucho. En EE.UU., el ejemplo que dicen algunos querer imitar en una reforma que nunca llega, los partidos gastan fortunas en la construcción de candidatos. Eso les da a los gobiernos una fortaleza descomunal si se la compara con la debilidad de las administraciones argentinas. Pueden declarar guerras (Bush) o estatizar bancos en crisis (Obama) sin tambalear; en el país, un Gobierno puede bascular por una manifestación Blumberg, un piquete entrerriano o el incendio en una disco. Una diferencia, arriba de Obama no hay nadie; abajo de Obama hay millones de electores. En la Argentina hay un padrino arriba de cada candidato, pero abajo no hay nadie que lo aguante en una crisis. El votante allá se comprometió, antes que nada con el bolsillo: el apoyo a Obama fue ponerle una moneda. En la Argentina el candidato es débil desde la cuna; sin apoyos, sin nadie abajo, al primer traspié de gobierno se cae. Lo voltea la sociedad misma que lo puso en el cargo ante el primer traspié.

¿Tiene remedio? Seguramente, el futuro es del dirigente que se anime a construir poder desde abajo. Que sepa buscar el voto de la gente que guste de él en donde esté. Eso lo permite hoy la tecnología; lo ilustra el modelo Obama. En la Argentina el candidato trata de llamar la atención de un electorado estático; Obama gana, en cambio, porque va a buscar al público donde estaba, postulando en un país de voto voluntario (la clave de cualquier democracia eficiente) las nuevas reglas del mercado del «Long Tail»: no vender mucho de poco, sino poco de mucho. (Chris Anderson, «The Long Tail: Why the Future of Business is Selling Less of More», N.Y., Hyperion, 2006). Ir a buscar el voto nuevo en donde esté, no repintarle la cara a Díaz Bancalari para hacerlo parecer como un neopolítico que no es.

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