14 de febrero 2013 - 00:00

“Los miserables” de cine adolece de lo mismo que el musical

Anne Hathaway se lleva las palmas entre el desparejo elenco de “Los miserables”, versión del musical con sus mismos problemas: estiramiento, pompa y mínima relación con la novela de Victor Hugo.
Anne Hathaway se lleva las palmas entre el desparejo elenco de “Los miserables”, versión del musical con sus mismos problemas: estiramiento, pompa y mínima relación con la novela de Victor Hugo.
Los miserables (Les misérables, G.B., 2012, en inglés). Dir.: T. Hopper. Guión: W. Nicholson, sobre musical de C.M. Schonberg, A. Boublil, H. Kretzmer, J.M. Natel. Int.: H. Jackman, R. Crowe, A. Hathaway, E. Redmayne, S. Barks, A. Seyfried, S. Baron Cohen, H. Bonham Carter, A.Tveit, D. Huttlestone, C. Wilkinson, N.A. Wallace.

Aclaremos: ni Victor Hugo ni Tom Hopper tienen la culpa. Esta no es una adaptación de la novela, sino una traslación del musical (en versión inglesa) de Schonberg, Boublil, Natel y Kretzmer. El mismo que se hizo en español en la temporada 2000 del Opera, traducido por Mariano Detry, dirigido por Ken Caswell, y cantado sobre un enorme disco giratorio por Carlos Vittori, Juan Rodó, Zenón Recalde, Silvia Luchetti, Elena Roger como Fantine y Pili Artaza como Eponine.

Ahora aparece cantado por Hugh Jackman, Russell Crowe, Eddie Redmayne, Amanda Seyfried, Anne Hathaway, que se lleva las palmas, y Samantha Barks, que le pisa los talones pero tiene la desgracia de cantar cuando el público ya empezó a cansarse.

En escena, la obra duraba 200 minutos más intervalo. En cine dura 158, pero parecen más. Es que metieron todas las canciones, que son largas, reiterativas, encima algunas detienen la acción, y para más agregaron otra, bonita pero también larga. Apretaron los números sin respiro, hicieron lo posible, pero ese musical ya nació con un problema insoluble: justo cuando el público está enganchado con el enfrentamiento de los protagonistas, se anuncia un paso del tiempo, surge una nueva generación que poco nos importa, y cuando volvió a engancharse empieza una larga serie de despedidas donde cantan hasta los muertos y lo único que falta es que toda la compañía termine bailando el pericón nacional.

Aún así fue un suceso mundial y terminó llevado al cine, con todos sus méritos (algunas canciones son lindas y están muy bien cantadas) y sus deméritos: estiramientos, pompa, mínima información para quien ignore la tremenda historia original de redenciones y autopuniciones en medio de una sociedad cruel, mezquina y cambiante, etcétera. El director hizo lo suyo y se jugó bien: entre otros hallazgos acercó la cámara al rostro sufriente de cada intérprete (una ventaja sobre el teatro), marcó transiciones con símbolos de muerte y resurrección, reservó los grandes planos generales para impactar en muy específicos momentos, desplegó acción no solo teatral en el capítulo de la revuelta, y, según dicen, grabó a los intérpretes en directo para que trascienda más fuertemente su emoción. Como si estuvieran en público. Nada de regrabación en estudio, ni playback.

Eso, con los buenos intérpretes seguramente funciona. Pero a Crowe hubiera sido mejor doblarlo directamente. Su canto es limitado y, peor aún, inexpresivo. Y justo le toca la parte de Javert, el de la terrible toma de conciencia. Algo mejor está Jackman en rol de Valjean, aunque por ahí nos distrae un pensamiento raro: lo vemos, y parece como si Coco Silly hubiera adelgazado. Y en una de esas, éste, bien dirigido, capaz que hace un Valjean más intenso.

Postdata: para interesados, quizá las mejores adaptaciones de la novela sean las de 1934 (Harry Baur, Charles Vanel), 1935 (Fredric March, Charles Laughton), 1958 (Jean Gabin, Bernard Blier) y 1978 (Richard Jordan, Anthony Perkins). Párrafo especial, la hermosa paráfrasis de Claude Lelouch, 1995, con Jean-Paul Belmondo durante la II Guerra, evidenciando la eterna actualidad del relato de Víctor Hugo.

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