Mario Benedetti, fallecido ayer en Montevideo a los 88 años: bajó la poesía del Olimpo hermético y la puso ante lectores no habituados a ella.
Mes singularmente doloroso para el Uruguay y para la literatura latinoamericana en su conjunto. Tres semanas después de la pérdida de su gran amiga y cófrade literaria, Idea Vilariño, a los 88 años murió ayer en Montevideo Mario Benedetti. Lo habían internado una vez más por esos días y los médicos y familiares prefirieron no darle la mala nueva. Se ignora si llegó a saberlo cuando, pocos días más tarde y en una frágil recuperación, abandonó la clínica de la que se había hecho habitué en los últimos dos años, primero por problemas respiratorios, luego por una enfermedad intestinal crónica, y en lo sucesivo por una descompensación que anunciaba desde hacía tiempo el fin de la lucha, sobre todo desde la muerte de su mujer durante seis décadas, Luz López, en 2006. Dejó inconclusa, después de 80 libros publicados, su «Biografía para encontrarme», acaso porque el poeta, dijo una vez, nunca termina de hacerlo.
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Si bien su obra ya era conocida desde mediados de los 50, la fama de Benedetti alcanzó su mayor fama a nivel continental en 1974, cuando Sergio Renán dirigió la primera adaptación de «La tregua», su novela de 1960 y también un éxito de ventas. Pese a que a Benedetti nunca terminó de convencerlo esta adaptación (en varios reportajes reconoció que no le había gustado que se eliminaran las referencias políticas, aunque sí apreció el trabajo de los actores, en especial de Héctor Alterio y Ana María Picchio), fue «La tregua» la primera película que llevó a la Argentina a la precandidatura a los Oscar y el nombre de su autor a los Estados Unidos. En 1975, el film colectivo «Las sorpresas» (Galletini, Puenzo, Fisherman) adaptó tres cuentos suyos para la pantalla. Diez años después de «La tregua» hubo otra colaboración entre Benedetti y Renán: «Gracias por el fuego», también basada en otra novela suya.
Comunista convencido, melancólico y de escritura llana y simple, su libro «Poemas de la oficina» (1956) acaso es el mejor ejemplo de la doble misión que cumplió Benedetti en las letras: haber bajado a la poesía de su restringido Olimpo, y hacerlo visible a una enorme cantidad de nuevos lectores, entre cuyos hábitos jamás se había contado la lectura. Joan Manuel Serrat (con quien hizo el disco «El sur también existe» en 1985), Daniel Viglietti, Nacha Guevara, Luis Pastor y Pedro Guerra fueron algunos de los cantantes que interpretaron sus textos.
Representante de la llamada «generación crítica» del Uruguay, Benedetti había nacido el 14 de setiembre de 1920 en Paso de los Toros, Departamento de Tacuarembó. En 1928 comenzó sus estudios primarios en el Colegio Alemán de Montevideo, donde, según contaba, gustaba de escribir en verso las lecciones e incluso sorprendió a sus maestros con un primer poema en ese idioma. Muchos años después, Eliseo Subiela le rindió un homenaje a ese hábito germanófilo suyo, y en el pequeño papel que le dio en «El lado oscuro del corazón», lo hizo recitar un poema en alemán.
Sólo llegó a completar un año de secundaria en el Liceo Miranda y más tarde debió continuar su educación como autodidacta. Su familia era muy pobre y ya a los 14 años debió empezar a trabajar en un taller de automóviles. También fue taquígrafo, cajero, vendedor inmobiliario, librero, periodista, traductor, empleado público y comercial. Pero jamás se quejó de todos estos oficios: le dieron, sostenía, un contacto con la realidad social que pocos escritores, más beneficiados por la fortuna, logran tener.
Entre 1938 y 1941 vivió en Buenos Aires, donde descubrió la poesía de Baldomero Fernández Moreno, el único poeta, lo elogió, que escribía claro y sencillo, contra el hermetismo que solía elogiarse por esos tiempos. En 1945, ya de vuelta en Montevideo, ingresó en el semanario Marcha como redactor y publicó su primer libro, «La víspera indeleble», de poesía. En 1949 se sumó al staff de la revista literaria Número, cuando empezó a dividirse entre su tarea como crítico y escritor. De esos años datan «Esta mañana y otros cuentos» (1949), el citado «Poemas de oficina» (1956), «Ida y vuelta» (1958) y la novela «La tregua» (1960), que, según confesó, escribió a lo largo de varias tardes sentado a las mesas del desaparecido café montevideano Sorocabana. Pagó de su bolsillo los primeros siete poemarios, y sólo el octavo libro, «Montevideanos» (1958), encontró editor.
Su interés en la política comenzó a cobrar cuerpo desde principios de los años 50: en 1952 participó de las protestas contra el tratado militar de Uruguay con Estados Unidos, en una progresión que desembocó en Cuba, donde vivió entre 1967 y 1969 realizando tareas agrarias al servicio de la Revolución. En La Habana fundó el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, que dirigió hasta 1971.
Hizo su primer viaje a Europa en 1957, como corresponsal de Marcha. De 1961 data «Mejor es meneallo», que agrupa sus crónicas humorísticas, firmadas con el seudónimo de Damocles. Residió en París entre 1966 y 1967, donde trabajó como traductor y locutor para la Radio y Televisión Francesa, y luego de taquígrafo y traductor para la UNESCO.
En los setenta desarrolló una intensa actividad política, como dirigente del Movimiento 26 de Marzo, del que fue cofundador en 1971 y al que representó en el Frente Amplio. Con el golpe militar de 1973 se exilió, primero en la Argentina y después en Perú, donde fue detenido, deportado y amnistiado.
Se instaló en Cuba en 1976 y un año más tarde se trasladó a Madrid, donde permaneció hasta 1985, cuando, al término de la dictadura uruguaya, puso fin a doce años de exilio. Entre las obras de esta época figuran «Letras del continente mestizo» (1967), «Inventario 70» (1970), «El escritor latinoamericano y la revolución posible» (1974), y «Con y sin nostalgia» (1977). Su obra teatral «Pedro y el capitán» (1979) fue representada en Madrid en 1981.
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