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Muchedumbres en busca de emociones estéticas
Yayoi Kusama, quien expuso exitosamente en el Malba, es la artista viva más cotizada de Japón, y acaso de Oriente.
El arte se ha convertido en una de las aspiraciones de un público inagotable. Además, entre tantos devotos están quienes admiran el glamoroso papel que juegan los coleccionistas en un escenario de gran visibilidad. Es entonces cuando surgen las preguntas: "¿Cómo se inicia una colección? ¿Es una actividad sólo para ricos? ¿Qué características tornan a las colecciones tan diferentes unas de otras? ¿Qué apuestas habitan en cada una de ellas? ¿Cómo influyen en nuestro modo de apreciar el arte? ¿Es verdad que el arte abre todas las puertas?".
El arte está para ser descubierto. Y la figura del coleccionista se acrecienta, sus posesiones son motivo de orgullo personal y también social. Pero ¿quiénes son esos personajes -en ocasiones visionarios- y cuál es el deseo que los guía?
Detrás de cada gran colección se esconde una historia individual. Hay coleccionistas que se destacan por su intuición y otros por sus experiencias extraordinarias; están quienes pasaron a la historia por la inteligencia de sus planteos o las tesis que sustentan sus conjuntos; por la radicalidad extrema de sus elecciones, o por la fervorosa atención que les dedican a sus posesiones y a los artistas en los que creen y depositan su fe.
En definitiva, en sus más diversas encarnaciones, los coleccionistas marcan puntos de inflexión, contribuyen a cambiar el modo de mirar el arte, de mostrarlo y cotizarlo. Y así se teje la trama que lleva a un artista a la gloria.
Desde los principios del coleccionismo, cuestiones como el gusto, la audacia, el afán por rodearse de cosas bellas, la pasión o los conocimientos comenzaron a marcar diferencias. Balzac aseguraba que los coleccionistas son los seres más apasionados que hay en la tierra, pero un recorrido por las colecciones internacionales y también las argentinas nos revela que el arte se atesora por motivos muy diversos.
Desde el puro placer estético hasta la inversión, muchas son las variantes. El abanico es inagotable: va desde el coleccionista silencioso hasta el que se comporta como una estrella del espectáculo; desde el que delega la selección de sus compras en un curador hasta el que impone su gusto personal; desde el que disfruta al mostrar y compartir sus tesoros artísticos hasta el avaro, que guarda todo para sí, y desde el que se enamora irresistiblemente de una obra y pone todo su empeño en poseerla hasta el especulador, que sólo persigue el ascenso social o el rédito económico.
Hay coleccionistas que se convierten en activos agentes culturales, capaces de preservar obras que en ocasiones (como sucedió con muchas de las que se exhibieron en el Instituto Di Tella) terminan destruyéndose, porque los artistas no tienen dónde guardarlas, o porque a las instituciones no les interesa preservarlas.
INSTITUCIONES
Entretanto, el fracaso o el éxito de las instituciones reside en gran medida en las respuestas que brinden, desde el continente material o espacial hasta las cuestiones intangibles como la capacidad para analizar qué puede deparar a la gente el contacto con el arte. Hay quienes aseguran que además de darle un brillo especial a la vida, puede favorecer nuevas formas de convivencia humana y, en ocasiones, revelar la existencia de otros mundos y otros reinos, y situaciones y momentos muy distintos de los habituales.
Las instituciones, desde las culturales hasta las del mercado, las públicas y las privadas, acaparan la atención y jugarán, sin duda, un papel estelar en 2014. La misión de los museos resulta crucial para sostener el sistema del arte. Ellos legitiman el arte que coleccionan, se ocupan de defender el valor de sus obras y de apoyarlas con exhibiciones, libros y catálogos. Un buen ejemplo es el montaje de un cuadro del argentino Juan Del Prete colgado junto al del genial Picasso, en el Museo Nacional de Bellas Artes. En este sentido, se espera para 2014 con gran expectativa la apertura de las colecciones de arte moderno y contemporáneo, argentino e internacional.
Es imposible prever el futuro. Pero para detectar la valoración de los museos, basta observar el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, el despliegue de muestras y actividades. Hoy asistimos al despertar de una institución que permaneció dormida. Otra tendencia que se va a acentuar es la apreciación de los artistas argentinos de la década del 60. A ellos les llegó la hora de un genuino reconocimiento y ya están en la mira de los operadores culturales que cuentan, como los de la Tate Modern de Londres; el Guggenheim y el MOMA neoyorquinos. Mientras León Ferrari es homenajeado en el MOMA con una muestra, resuenan en el extranjero los nombres de Liliana Porter, Marta Minujín, Roberto Jacoby, Eduardo Costa, Osvaldo Romberg, Luis Fernando Benedit, Nicolás García Uriburu, Horacio Zavala, Leandro Katz, Margarita Paksa, Delia Cancela, Mirtha Dermisache y Marie Orensanz. Pero la saga de esa década no se acaba con esos nombres y las investigaciones están al rojo vivo: lo que hoy no tiene precio siquiera puede convertirse mañana mismo en una pieza de museo que cuesta fortunas.
No obstante, en la Argentina las galerías de arte contemporáneo están en jaque. Se sabe que son el punto de partida fundamental para el despegue de los artistas y de las ferias que ellos financian y sostienen. Pero se da la gran paradoja de que las ferias y rematadoras acaparan los compradores. Algunas galerías, como 713, Dabbah Torrejón, Braga Menéndez, Jardín Oculto, han cerrado sus puertas.
Finalmente, luego de muchos años de indiferencia, los distintos gobiernos, el nacional, los provinciales y el de la Ciudad de Buenos Aires, se acercaron a los artistas y descubrieron el mejor modo de capitalizar y seducir a las muchedumbres que el arte atrae.
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