11 de septiembre 2009 - 00:00

Nuevo desafío: tecnología aplicada a los alimentos

Lejos de la crisis, los alimentos siguen en la primera línea en cuanto a inversiones. El avance de la tecnología alcanza a cultivos que «aguantan» el agua salada, como el algodón, lo que puede llegar a representar una revolución productiva inédita.
Lejos de la crisis, los alimentos siguen en la primera línea en cuanto a inversiones. El avance de la tecnología alcanza a cultivos que «aguantan» el agua salada, como el algodón, lo que puede llegar a representar una revolución productiva inédita.
Las multimillonarias conversaciones que, por estos días, están llevando adelante las megaalimentarias internacionales Cadbury y Kraft Foods, por las que esta última pretende quedarse con el gigante de los chocolates y golosinas por la friolera de más de u$s 17.000 millones (y por la que también podría pugnar Nestlé, entre otras) dejan bien claro que, lejos de la crisis económica internacional, los alimentos siguen en la primera línea en cuanto a inversiones se refiere, y su crecimiento sigue siendo continuo.

Las justificaciones abundan. No sólo por la firmeza que sigue mostrando la demanda, que quedó bien de manifiesto en el último año cuando, a pesar de la crisis, los alimentos mantuvieron en general sus valores y también fueron los primeros en reaccionar, sino además por un elemento mucho más contundente aún: la tecnología, que irrumpió causando cambios geométricos en el sector, especialmente de la mano de la ingeniería genética, lo que dio vuelta totalmente no sólo las producciones, sino también los negocios.

Inversiones millonarias en nuevos desarrollos, estratégicos cambios de manos de empresas y joint ventures, o acuerdos de provisión de granos «especiales» y garantizados, como los que ya celebraron con los agricultores las multinacionales Kellogs, Kentucky Fried Chicken y Fritolay, que, entre otras, parecen constituir la avanzada de un cambio espectacular, cuyo alcance es difícil de prever. Lo que queda bien claro es que en materia agrícola, si hasta no hace mucho todo parecía orientarse sólo hacia la producción, ahora habría llegado también la hora de los consumidores.

Comienzos


Hace 14 años, cuando comenzaron a aparecer los primeros materiales modificados genéticamente (el más conocido en la Argentina por años fue la soja, resistente al herbicida glifosato), pocos imaginaban que una década y media después la multiplicación sería geométrica, alcanzando a prácticamente todas las especies de importancia comercial del mundo, y que ya no se hablaría de un gen, sino de «genes apilados», lo que permite que una misma planta se haya vuelto resistente a determinado herbicida, pero también a ciertas plagas e, incluso, ya están saliendo al mercado con adaptación a la sequía. También se trabaja en la resistencia al frío, que permitirá adelantar las siembras y hacer doble cultivo en muchas zonas. El avance alcanza hasta cultivos que «aguantan» el agua salada (olivos, tomates, melones, algodón, etc.), lo que puede llegar a representar una revolución productiva inédita.

Otra novedad, ahora, es que los cambios introducidos permiten, además, lograr plantas con más proteínas, con menos ácido linoleico (que genera los negativos trans o saturados) y más ricos en Omega 3 (que favorece el colesterol «bueno»), con mayor cantidad de vitaminas, etc.

La revolución tecnológica que ya casi pone al alcance de la mano los «alimentos a medida» no termina allí. Es que la abrupta demanda de granos para biocombustibles (que se recupera tras la crisis económica) determinó que también comenzara esta diferenciación, de forma tal que, por ejemplo, habrá un tipo de maíz específico para combustibles -el alto oleico- y otros orientados a la producción de pollos, huevos o leche, los «alto proteicos». A su vez, tanta evolución y especificidad agrícola también comenzó a provocar cambios sustantivos, no sólo en los acuerdos de provisión ya mencionados con los agricultores. También entre las empresas, como la del maíz Renessen, con el 4%-5% más de aceite, producto del acuerdo Monsanto-Cargill y que, a su vez, generó un «close look» o círculo cerrado de productores que reciben un «premium» para producirlo bajo contrato, igual que con la soja Vistive, con bajo linoleico (o grasas saturadas).

Ya la guerra CL (Clearfield) vs. RR (Round up Ready) es apenas una muestra del nivel alcanzado.

Otros joint son el de Dupont con Pioneer, que apunta a lograr aceites para distintos usos, y el del Grupo Votorantim (Allelyx-Canavialis) para la obtención de caña de azúcar RR-Bt.

Tanto es el avance que hasta los egipcios parecen haber dejado a un costado su histórica reticencia a abrir la máxima custodia que ejercen sobre el incomparable y famosísimo algodón que poseen, reconocido como el mejor del mundo, para permitir la incorporación del gen Bt, resistente a insectos, y así mejorar la producción y reducir, simultáneamente, la cantidad de pesticidas que terminan drenando en el no menos famoso Nilo.

Por supuesto, semejante revolución deriva en otros cambios, a mediano y largo plazo, provocados en forma indirecta. Desde las millonarias inversiones en investigación hasta el resguardo de los derechos de propiedad; desde la separación de mercados (probablemente en el futuro no va a ser igual el precio del maíz para etanol que el de alimentación animal), hasta la identificación final del alimento. Es que a partir de ahora, cada vez estará más acotado el mercado de commodities, mientras se sigue engrosando el de «productos» bien diferenciados. Evidentemente, un grano que, por ejemplo, tenga una cantidad definida de proteína, con menos aceite «malo», más vitamina, resistente a la sequía y a determinados herbicidas o insecticidas, ya no es un commodity.

Naturalmente, la seguridad, los servicios jurídicos, la identificación, etc. van cobrando una importancia especial ya que también los «negocios» y «acuerdos» entre empresas, productores, comercio, y hasta los mercados (como lugar físico) están previendo cambios forzados por estas nuevas tecnologías.

Pero seguramente uno de los aspectos que se verá con más facilidad será la evolución en el valor de la tierra a partir de sus cambios de uso y las posibilidades que abren las nuevas semillas. Tanto que no sólo áreas actualmente casi improductivas podrán tornarse en agrícolas, cambiando el mapa del país, sino que también el ingreso al mercado mundial de nuevos «players» puede provocar cambios en el peso relativo de la Argentina como vendedor de alimentos.

Lamentablemente, pocos funcionarios y legisladores están viendo esto y preparando el país para lo que, indefectiblemente, se viene.

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