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“Para la crítica, best seller significa mala literatura”
Periodista: En las tres novelas que lleva escritas ha ido variando el punto de vista del narrador de la historia.
Carla Guelfenbein: Es muy extraño, al verla en perspectiva me doy cuenta de que, sin buscarlo, con «El revés del alma», «La mujer de mi vida» y «El resto es silencio», he conformado una trilogía. No tenía conciencia de ese destino narrativo. Hace ocho años, con la primera, sólo quise contar las historias de tres mujeres a través de sus voces. Luego sentí la necesidad vital de mirar el mundo emocional a través de los ojos de un hombre. Me resultaba fascinante saber que podía meterme en la mente, el cuerpo, los sentimientos, el corazón de un hombre. Cuando empecé «El resto es silencio», el primer personaje que se me apareció fue un niño. Ahora tengo tres novelas que parten de voces diversas, de distintos géneros. Un autor descubre en qué mundo ha entrado después de haber escrito. Antes, el proceso de escritura tiene tanto orden y azar como la vida. Después de escribir «El resto es silencio» pensé que esta obra congregaba un conjunto de personas pero que quizás era una, porque todos tenemos algo de hombre, de mujer y de niño. Creo que cierra la trilogía perfectamente.
P.: ¿Cómo se le ocurrió que la historia partiera de un chico que graba debajo de la mesa las conversaciones de los adultos?
C.G.: Fue la primera imagen que tuve, algo que no me había ocurrido con la novelas anteriores, donde todo era más vago, donde tenía que organizar un caos de imágenes. Cuando me imaginé a un niño bajo la mesa, escuchando lo que dicen los mayores, descubriendo cosas inesperadas, supe que ese chico tenía una gran historia para contarme. Me pregunté por qué ese niño no estaba jugando con otros niños. Comencé a escucharlo, a sentirlo, a buscarlo. Así fue apareciendo Tommy, que de todos los personajes que he construido es el más entrañable, el que más me ha llegado, el que más me ha conmovido, el más fuerte en su enorme debilidad, y eso tambien le ha ocurrido a muchos lectores, por lo menos eso es lo que me han dicho.
P.: Sin revelar el final, desde luego ¿qué le ocurrió como narradora al tener que despedirse de Tommy?
C.G.: A mí las historias se me van revelando a medida que las escribo. Busco que los personajes tengan total y absoluta autonomía. Yo no voy adelante de ellos trazándoles el camino, son ellos los que me guían, que me van sorprendiendo con sus acciones, sus palabras, su silencios. Así voy sabiendo quiénes son. Me parezco mucho en eso al lector que entra en mi libro. Ese dramático capítulo final de la novela me sacudió, me produjo sensaciones opuestas, todas conmovedoras, tiernas, trágicas. Por suerte vino el padre de Tommy en mi ayuda, para entender lo que había sucedido.
P.: ¿Cómo pensó esta historia de un médico viudo, que guarda el secreto de la muerte de su esposa, que tiene un hijo enfermo y que convive con mujer más joven, que llega a engañarlo?
C.G.: Como la historia de una familia acomodada de nuestro tiempo. Conviven, pero sin embargo cada uno está separado de los demás, desconoce lo que sucede en el interior de las otras personas. Son un hombre, una mujer, un niño, y en el transcurso de la novela hacen cada uno un viaje de autoconocimiento. Y de a poco las historias se van interrelacionando gracias a lo que se va revelando de su pasado, de su presente, de los otros. Es una historia que tiene marcha, en la que siempre están pasando cosas, y cosas muy fuertes.
P.: Usted sostiene que hace escuchar las palabras, pero tambien los silencios de sus personajes.
C.G.: El silencio, tanto como la palabra, tienen dos caras. Tommy descubre que existen «silencios blancos y silencios negros». Los silencios blancos son los que producen una comunión con el otro. Se puede estar en silencio porque se está en paz, y ese silencio es una muestra de confianza, es un silencio donde no hay necesidad de llenar de palabras el momento. Los silencios negros son muros que se intentan atravesar, se busca llegar al otros pero todos los dispositivos de la incomunicación se han puesto a trabajar: el pudor, el miedo, el rencor, la inseguridad, la reducción de sentimientos, la falta de palabras, los sobreentendidos, la incomprensión, la violencia contenida, y más. Quise explorar esos dos tipos de silencios a través de palabras. Pero tambien quise mostrar las palabras tanto como una forma de mostrarse, de acercarse, de entregarse, de participar del otro, como esa otra opuesta, la que es dada para encubrirse, para ocultarse detrás de las palabras, que usa el cliché, las frases hechas, el engaño.
P.: Sus personajes están cargados de problemas, de dobleces que usted parece forzarlos a desplegarse.
C.G.: Alma, que es la segunda mujer de Juan, el médico, el padre de Tommy, tiene problemas en relación con su madre, que parten de sobreentendidos y malentendidos. Alma proviene de una familia hippie, de una vida azarosa, poco convencional, de una madre promiscua. Alma ha buscado desde siempre una relación de amor, no que se trate de una relación convencional, sino una donde pueda encontrar un cobijo, un refugio, y lo ha logrado con el doctor Juan. Sin embargo, en la búsqueda de construir ese cobijo, ha matado el deseo. Y surge un hombre del pasado que despierta en Alma todo lo que está dormido, algo a lo que ella cree que tiene total y absoluto derecho. Eso la lleva a un viaje exterior e interior que la enfrenta al dilema de seguridad o placer, sobre qué es aquello que mata el deseo, hasta dónde se puede unir placer y amor. Alma se pregunta todas las preguntas pertinentes. Y no hay respuestas, porque la mía es una novela y no un libro de autoayuda, y yo no tengo las respuestas. Ella piensa que los problemas vienen de su madre, que nunca la cuidó, que nunca estuvo realmente con ella, que la dejó al devenir del destino. Y la realidad es otra.
P.: ¿Y en el caso del chico?
C.G.: Tommy está convencido que su padre no lo quiere, está seguro de que su padre hubiera querido tener otro hijo, un hijo deportista, exitoso, ganador. Y él padece una enfermedad al corazón que le impide jugar al fútbol, correr, relacionarse. Juan nunca le dijo que lo quería a pesar de como él es, y lo hubiera necesitado. Y el padre haber sabido de esos sentimientos. Ahí están los polos que tienen los silencios, y los polos que tienen las palabras.
P.: Sus novelas son para películas, y aún más para telenovelas. ¿No se lo propusieron?
C.G.: Las telenovelas trabajan sobre los superficial, y no creo que sea el caso de mis historias, donde es más importante lo que piensan, lo que sienten, que lo que les ocurre. En el formato película creo que va más, pero bueno, «El resto es silencio» recién está siendo traducida al inglés, al alemán, al francés, y eso le abre perspectivas más allá del libro. «La mujer de mi vida» la tengo pedida ya para cine, y el año que vine será presentada en teatro en Chile.
P.: ¿Qué piensa de que definan sus libros como «best sellers de calidad»?
C.G.: Me siento orgullosa, son dos cosas dignas de aprecio por un escritor. Vender significa tener lectores, tener sintonía con ellos, y eso siempre es gratificante. Si consideran que mi escritura no es «literatura de consumo», que tiene algo más o mejor, me siento distinguida, sobre todo porque hay en la crítica un prejuicio con los best sellers, se piensa que si se vende, si a una mayoría le gusta es literatura mala. Por suerte eso está cambiando. En algún sentido, esto lo inició Isabel Allende, pero ella es una escritora chilena como yo, es una escritora de dimensión internacional, es patrimonio del mundo.
Entrevista de Máximo Soto
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