Los números de la economía real no cierran por ningún lado. Los últimos datos de utilización de la capacidad industrial resultaron alarmantes. En medio de esta situación, la ministra de Salud y Desarrollo Social, Carolina Stanley, con el nuevo estilo gubernamental de la “sinceridad”, ya adelantó que la pobreza volverá a aumentar.
Espiral de ajuste
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No obstante, el Gobierno insiste con sus políticas y no dudará en profundizarlas “desde el primer día”, como dice Mauricio Macri, si es que consiguiera ser reelecto.
La semana pasada el Presidente recurrió nuevamente a frases del tipo “hay que persistir”; “créanme que es el único camino”. También agradeció “a todos por haber puesto el hombro y por el esfuerzo que están haciendo”. En el caso de las empresas, esta mención no aplica a todas por igual (por ejemplo a las energéticas); tampoco a quienes pueden dejar en el exterior las divisas de las exportaciones, porque Cambiemos decidió eliminar la obligatoriedad de liquidarlas en el país.
En este marco, resulta imprescindible desarticular el típico discurso de los que promocionan el ajuste como el único camino posible. Por caso, según Macri: “Hemos crecido a la luz de todas estas dificultades que hemos enfrentado y hemos entendido que no podemos vivir de prestado o gastar más de lo que tenemos”.
La idea es falsa y totalmente perniciosa; tal vez podrá aplicarse a nivel individual, pero no cuando se analiza la economía de un país. El hogar o la empresa pueden hasta cierto punto recortar erogaciones, sin que con ello se vean afectados los ingresos. Pero para un país las implicancias son otras: cuando se aplican políticas de ajuste del gasto público y privado se resiente la actividad económica y con ello cae la recaudación. De esta forma se va alejando el objetivo de llegar al equilibrio fiscal. Ante ello, nuevos esfuerzos y sacrificios se volverán necesarios, y otra vez se terminarán dañando la actividad económica y las condiciones de vida de la población.
El razonamiento excede a la teoría: esto es lo que está ocurriendo hoy en día en Argentina.
La combinación de alta inflación y recesión llevó, desde julio pasado, a una caída ininterrumpida de la recaudación real desde ese mes (-5,62% interanual) hasta el -7,8% en diciembre de 2018.
Pero en dicho año el Gobierno pudo alcanzar su meta de déficit fiscal primario del 2,4% del PIB, lo que implicó una reducción de 1,4 puntos respecto del déficit de 2017. Esto no fue magia ni nada parecido: la caída de los ingresos reales (1,1% del PIB en todo el año) fue más que compensada por el ajuste del gasto público corriente de 1,9% del PIB. Así de simples son los números.
Según la Fundación Germán Abdala, la contribución a este ajuste del gasto (1,9% puntos) fue la siguiente: prestaciones sociales (0,6%), gasto de capital (0,5%), salarios públicos (0,3%), subsidios (0,1%), también medidos sobre el PIB, entre los ítems más importantes. Los intereses, por su parte, que se contabilizan fuera del déficit primario, no pararon de crecer, pasando del 6% del gasto total en enero de 2017, al 12% en diciembre de 2018. Otra vez queda claro que el esfuerzo no lo realiza todo el mundo por igual.
Es normal preocuparse por lo que pueda pasar de aquí en adelante. En enero la recaudación real ya cayó un 6,7% interanual y no hay perspectivas de reactivación económica. En medio de ello, este año el esfuerzo fiscal primario deberá ser el doble del aplicado el año anterior, según el programa firmado entre el Gobierno y el FMI. Por “fortuna”, el organismo ya estaría contemplando un perdón fiscal (waiver), en caso de incumplimiento, de hasta 0,4% del PIB. Aunque sea una dispensa muy exigua, da a entender que los funcionarios del Fondo no desconocen las inconsistencias e implicancias de sus políticas de ajuste; mucho menos que se trata de un año electoral.
Es imprescindible que el conjunto de la sociedad rechace de forma contundente este modelo en las urnas. Acabar con este círculo vicioso es una
prioridad absoluta, antes de que se transforme en una espiral de ajustes cada vez más dolorosa y difícil de revertir.
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