En su décimo aniversario, el informe Global Energy Perspective 2025 de McKinsey & Company vuelve a plantear una pregunta que resume la tensión de la década: ¿cómo garantizar energía suficiente, accesible y limpia en un mundo en transición?
El nuevo mapa energético mundial: las 7 conclusiones de McKinsey sobre el futuro de la energía
El documento al que accedió Energy Report identifica 7 claves para entender el mundo que se viene, los dilemas del carbono y los nuevos equilibrios entre seguridad, asequibilidad y sostenibilidad.
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Para alcanzar la meta de 1,5°C de calentamiento máximo, el flujo de inversión debería duplicarse, llegando a aproximadamente u$s7 billones anuales durante las próximas dos décadas.
La nueva edición analiza la evolución de la matriz energética mundial, los avances tecnológicos y las brechas en materia de emisiones y financiamiento, con un mensaje claro: la descarbonización será desigual, compleja y dependerá de la realidad económica de cada país.
“No existe una fórmula mágica para la transición. Cada nación seguirá un camino propio, condicionado por su estructura productiva, sus recursos naturales y su acceso al capital”, sintetizó Humayun Tai, socio senior de McKinsey y líder global de la práctica de energía.
El estudio plantea tres escenarios posibles hacia 2050, con distintos grados de éxito en la reducción de emisiones:
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Escenario de Transición Lenta: el mundo avanza con políticas fragmentadas y los combustibles fósiles mantienen una cuota superior al 70% de la demanda energética. Las emisiones caen apenas un 10% respecto a los niveles actuales.
Escenario de Transición Ordenada: refleja el cumplimiento de los compromisos actuales de los países (NDCs) y un aumento sostenido de las inversiones verdes. Las emisiones globales se reducen 45% para 2050.
Escenario de Cero Neto Acelerado: implica un cambio drástico en políticas y financiamiento, con electrificación masiva y captura de carbono. Permitiría limitar el calentamiento global a 1,5°C, aunque requeriría inversiones anuales adicionales por u$s3,2 billones.
(Nota del Redactor: en esta nota se utiliza la escala corta, que implica que 1 billón es equivalente a 1.000.000.000.000 (un millón de millones))
La energía como trinomio: costo, seguridad y carbono
El informe destaca que la asequibilidad, junto con la seguridad energética y la reducción de emisiones, seguirá siendo el “trinomio de decisión” que guía a gobiernos y empresas. “Sin energía accesible y financiable, no hay transición posible”, advirtió Tai.
A pesar del crecimiento de las energías renovables, los combustibles fósiles aún cubren el 78% del consumo mundial. El petróleo seguirá siendo relevante hasta 2040, impulsado por el transporte pesado y la petroquímica, mientras que el gas natural se consolida como “energía puente” en regiones que buscan reducir emisiones sin perder competitividad.
La demanda de electricidad, por su parte, se duplicará hacia 2050, principalmente por la expansión de la inteligencia artificial, los centros de datos y la movilidad eléctrica. Según McKinsey, más del 50% de la energía consumida a mediados de siglo será eléctrica, lo que requerirá triplicar la capacidad instalada de generación renovable.
“Los próximos cinco años serán decisivos: el ritmo de inversión y la coordinación entre políticas públicas, capital privado y tecnología definirán si el mundo se encamina hacia un escenario ordenado o hacia una transición caótica”, sostuvo Tai.
Las siete claves del mundo energético que viene
1. La demanda energética global alcanzará su punto máximo antes de 2030
Por primera vez desde la Revolución Industrial, McKinsey proyecta que el consumo total de energía del planeta se estabilizará hacia el final de esta década, impulsado por mejoras tecnológicas y una mayor eficiencia en los procesos industriales.
Entre 2024 y 2030, el crecimiento promedio anual de la demanda caerá del 1,6% al 0,3%, y hacia 2030 podría comenzar un descenso paulatino.
El informe explica que la digitalización, la automatización industrial y la eficiencia de los motores eléctricos están reduciendo el consumo de energía por unidad de PIB. Sin embargo, esta tendencia será desigual: mientras los países de la OCDE muestran una meseta clara, Asia y África aún sostendrán el crecimiento del consumo, debido al aumento demográfico y la urbanización acelerada.
McKinsey advierte que “el pico de demanda no significa el fin de la energía fósil, sino una redistribución estructural hacia fuentes más limpias y sistemas más eficientes”. En su escenario base, el mundo alcanzará una demanda máxima de 640 exajulios antes de comenzar un lento declive.
2. La electrificación será el motor del cambio
La electricidad pasará de representar el 20% de la energía final consumida hoy a más del 50% en 2050, un salto histórico que requerirá inversiones masivas en infraestructura.
Las renovables -especialmente la solar y la eólica- liderarán esa expansión. Según McKinsey, la energía solar será la tecnología dominante, multiplicando por seis su capacidad instalada actual, mientras que la eólica duplicará la suya.
El documento señala que la electrificación del transporte será uno de los motores principales: hacia 2040, siete de cada diez autos nuevos vendidos serán eléctricos, y la logística pesada (camiones, trenes, barcos) incorporará progresivamente sistemas híbridos o impulsados por hidrógeno.
Además, la IA y los centros de datos provocarán un aumento inesperado de la demanda: se prevé que el consumo eléctrico asociado al cómputo en la nube y a la inteligencia artificial crezca un 160% hacia 2030, lo que obliga a repensar la planificación energética global.
“Estamos ante una electrificación sin precedentes -explica Humayun Tai-, pero la expansión debe ser coordinada y asequible. Sin redes robustas y almacenamiento eficiente, la transición se vuelve inviable”.
3. Los combustibles fósiles aún no se despiden
Pese al impulso renovable, los combustibles fósiles mantendrán protagonismo durante las próximas dos décadas. El informe señala que el petróleo seguirá siendo clave para el transporte pesado, la aviación y la petroquímica, con una demanda que recién comenzará a caer después de 2035.
El gas natural, considerado el “combustible de transición”, crecerá hasta 2035 y luego se estabilizará, representando cerca del 22% de la matriz energética mundial. Su rol será crucial para garantizar seguridad energética en regiones dependientes del carbón, como Asia y Europa del Este.
El carbón, en cambio, continuará su declive estructural: McKinsey prevé que su participación en la generación eléctrica global caerá del 24% actual a menos del 8% en 2050.
Sin embargo, la consultora advierte que “la reducción del carbón no será suficiente para cumplir los objetivos climáticos”, y que la sustitución total de los fósiles requerirá políticas activas de electrificación, captura de carbono y eficiencia industrial.
4. El hidrógeno bajo en carbono gana terreno
El hidrógeno se consolida como pieza estratégica de la descarbonización industrial. McKinsey estima que su participación pasará del 1% actual a entre el 8% y el 10% de la matriz energética mundial en 2050, impulsado por el transporte marítimo, la aviación y la siderurgia verde.
La producción de hidrógeno verde (a partir de electrólisis con energía renovable) crecerá más rápido que la del hidrógeno azul (producido con gas natural y captura de carbono). Hacia 2030, el costo promedio del hidrógeno verde podría bajar a 1,5-2 dólares por kilo, frente a los más de 4 dólares actuales.
Más de 70 países ya tienen hojas de ruta nacionales para este combustible. En América Latina, Chile, Brasil y Argentina se perfilan como futuros exportadores, gracias a su potencial solar y eólico.
Sin embargo, el documento advierte que la infraestructura necesaria -electrolizadores, transporte y almacenamiento- aún está lejos de consolidarse. “El reto del hidrógeno no es tecnológico, sino económico”, señala Tai: “Requiere políticas de escala, financiamiento paciente y cooperación internacional”.
5. Los minerales críticos serán el cuello de botella
El futuro energético depende de la minería. El informe advierte que la demanda de litio, cobre, níquel y tierras raras se triplicará o cuadruplicará en los próximos 25 años. Solo el litio, esencial para las baterías, podría multiplicar por siete su consumo actual.
McKinsey estima que para 2030 se necesitarán 25 millones de toneladas de cobre adicionales para redes eléctricas, autos eléctricos y generación renovable. El desafío no solo es geológico, sino logístico y geopolítico: el 70% de la producción de litio y el 60% de las tierras raras provienen de apenas tres países.
“Los cuellos de botella mineros pueden convertirse en el nuevo petróleo del siglo XXI”, advierte el informe. Para mitigarlos, será necesario invertir USD 400.000 millones anuales en exploración y procesamiento, y fomentar reciclaje y circularidad.
“La transición energética no existe sin minería responsable”, enfatiza Tai. “El suministro de minerales críticos será la próxima frontera de la seguridad energética”.
6. La inversión en transición energética debe duplicarse
El informe de McKinsey pone cifras al desafío: el mundo necesitará u$s75 billones de inversión acumulada hasta 2050 para alcanzar la neutralidad de carbono. Actualmente, el flujo anual es de unos u$s3,8 billones, por lo que la inversión debería duplicarse para cumplir los objetivos de 1,5 °C.
Las áreas clave serán la generación renovable, las redes eléctricas inteligentes, la captura y almacenamiento de carbono (CCUS) y la electrificación del transporte y la calefacción.
En los países emergentes, donde los costos de financiamiento son más altos, la brecha de inversión climática supera los u$s1,5 billones anuales.
Cómo se distribuye esa inversión adicional:
Para alcanzar la meta de 1,5°C de calentamiento máximo, el flujo de inversión debería duplicarse, llegando a aproximadamente u$s7 billones anuales durante las próximas dos décadas. Esa duplicación incluye tanto la reconversión del sistema energético existente (por ejemplo, modernizar refinerías, reemplazar carbón por gas o nuclear) como la creación de nueva infraestructura (plantas solares, parques eólicos, redes inteligentes, transporte eléctrico, hidrógeno verde, CCUS, etc.).
McKinsey desglosa esos 7 billones de dólares por año aproximadamente así:
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Energías renovables: u$s2,5 billones
Redes eléctricas y almacenamiento: u$s1,5 billones
Electrificación del transporte: u$s1,2 billones
Hidrógeno y captura de carbono: u$s1 billón
Eficiencia energética y calefacción eléctrica: u$s1,8 billones
Tai fue contundente: “No hay transición sin dinero. El capital verde debe multiplicarse, pero también democratizarse: las economías en desarrollo no pueden quedar afuera por costo financiero o riesgo país”.
Según el informe, cada dólar invertido en descarbonización genera entre 2 y 4 dólares en beneficios económicos, por menor gasto en energía, reducción de daños climáticos y creación de empleo.
7. El riesgo climático y financiero aumenta
Por último, McKinsey advierte que los costos de la inacción climática son cada vez más tangibles. Si las emisiones no se reducen al ritmo necesario, las pérdidas económicas por eventos climáticos extremos -inundaciones, sequías, incendios y olas de calor- podrían superar los u$s8 billones millones anuales para 2050, equivalentes al 7% del PIB mundial.
El informe estima que más de 1.200 millones de personas estarán expuestas a olas de calor extremo y que el 14% de la superficie cultivable mundial podría sufrir estrés hídrico severo.
Las aseguradoras y los fondos de inversión ya están ajustando su exposición a activos intensivos en carbono, y los reguladores financieros comienzan a exigir transparencia climática.
“Cada año que se retrasa la acción climática, el costo de estabilizar el planeta se multiplica”, resume Tai. “El riesgo ya no es ambiental, es económico”.
Los tres caminos posibles para las emisiones
Los escenarios de McKinsey ilustran tres caminos divergentes hacia la neutralidad de carbono.
En el más optimista, las emisiones globales pasarían de 37 gigatoneladas de CO actuales a menos de 10 en 2050, gracias a la electrificación total, la adopción masiva de energías limpias y la expansión de la captura y almacenamiento de carbono (CCUS).
En el escenario intermedio, las emisiones caerían a 20 gigatoneladas, mientras que en el más conservador se mantendrían en torno a 30, lo que implicaría un calentamiento superior a 2,5°C.
McKinsey advierte que alcanzar el escenario de cero neto requeriría duplicar la velocidad de descarbonización actual y garantizar estabilidad en la financiación verde, algo que hoy se ve amenazado por la volatilidad macroeconómica y las tensiones geopolíticas.
Desafíos pendientes: inversión, equidad y coordinación
El informe subraya que la transición energética no será uniforme: los países desarrollados avanzan hacia la electrificación total, mientras que los emergentes enfrentan problemas de acceso y financiamiento.
El 80% de la población mundial vive en economías que aún dependen de subsidios a los combustibles fósiles, y más de 750 millones de personas carecen de acceso estable a la electricidad.
“Las políticas de transición deben equilibrar ambición climática con realismo económico -dijo Tai-. No hay sostenibilidad sin asequibilidad, ni innovación sin inversión.”
A escala global, McKinsey estima que el gasto energético total caerá del 8% al 5% del PBI mundial hacia 2050, impulsado por la mayor eficiencia, pero advierte que la redistribución del capital hacia proyectos limpios será el desafío central.
Un balance de diez años
A una década de su primera edición, la Perspectiva Energética Global refleja cómo cambió el relato energético: del optimismo tecnológico al realismo económico. “En 2015 hablábamos de promesas; en 2025 hablamos de trayectorias posibles y de la necesidad de escalar tecnologías probadas”, resumió Humayun Tai.
El mensaje final de McKinsey combina prudencia y urgencia: la transición energética avanza, pero no al ritmo necesario. La próxima década definirá si el mundo logra estabilizar el clima sin poner en riesgo la asequibilidad y la seguridad energética global.
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