El duelo entre
Morgan
Freeman y
John Cusack
es
fundamental
en el atractivo
de «El
contrato», un
thriller de
trama menos
interesante
que su
realización y
sus
actuaciones.
«El contrato» (The contract, EE.UU., 2005, habl. en inglés) Dir.: B. Beresford. Int.: M. Freeman, J. Cusack, J. Anderson, M. Dodds, A. Krige, J. Hyde, N. Bellamy, C. Johnson.
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Antes de hacerse un nombre como director de películas predilectas de la Academia del Oscar como «Conduciendo a Miss Daisy» o «Crímenes del Corazón», el australiano Bruce Beresford se había hecho notar en su tierra natal con films más fuertes como el clásico «Después de la emboscada» («Breakar Morant»). Las vueltas de su carrera terminaron dándole este nuevo retorno en un raro film de bajo costofilmado en paisajes europeos que simulan el estado de Washington-basado sobre todo en la tensión que pueden crear sus dos excelentes actores protagónicos.
La trama es mucho menos interesante y original que su desarrollo y ejecución. Morgan Freeman es el jefe de una banda de asesinos por contrato que, como él bien explica, se ocupa de «eliminar obstáculos para el progreso», siemrpe al mejor postor. John Cusack es un ex policía, maestro de gimnasia, viudo y con un hijo adolescente problemático, que se cruza en el camino del asesino cundo planean un inocente camping en un parque nacional. Durante los dos primeros actos, la película maneja un hermetismo que ayuda a mantener el interés de una historia mucho más sencilla que lo que el tono del film podría dar a entender: el plan de los asesinos para liquidar a un millonario excéntrico tiene una falla, el jefe de la banda queda apresado por la policía local mientras el FBI y oscuros servicios secretos se preocupan por lo que el hombre pueda revelar. En medio del cruento plan de fuga, el maestro y su hijo se encuentran en medio de la nada con un prisionero esposado que deben escoltar hasta encontrar algún tipo de autoridad que se haga carga del asunto. Eso si logran evitar que los cómplices lo agarren primero.
Como hay cómplices y personajes secundarios de sobra para exterminar en el camino, éste no es uno de esos duelos actorales con más palabras que tiroteos. Tampoco es un film de acción descerebrado, ya que las traiciones entre las fuerzas de seguridad y cierto subtexto sobre el poder de la gente común y el honor entre delincuentes hacen que nunca haya un momento sin interés ni inteligencia. Especialmente en la primera mitad de la película hay un clima tétrico sumamente logrado por Beresford -con la esencial ayuda del talentoso director de fotografía Dante Spinotti- que logra darle especial protagonismo a un paisaje fuertemente hostil.
Luego, el film se va volviendo casi un western, hasta terminar en un desenlace más convencional de thriller policial conspirativo. No es una gran película, pero se disfruta, y ni hay que decir que los diálogos que se disparan Freeman y Cusack son tan brillantes como sus actuaciones.
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