«Y tu mamá también» (México, 2001, habl. en español). Dir.: A. Cuarón. Guión: C. y A. Cuarón. Int.: M. Verdú, G. García Bernal, D. Luna.
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En cierto momento de esta comedia picaresca con trasfondo dramático (un poco como las viejas y memorables comedias a la italiana), dos chicos y una muchacha en plan de farra pasan al lado de un procedimiento policial. Aun más: un auto policial se les cruza a toda marcha. No pueden dejar de verlo. Pero, como no les incumbe, ellos siguen hablando pavadas. Y así van cruzando medio país, indiferentes a casi todo lo que pasa a su alrededor, y a casi todo aquello por donde pasan, no importa si es algo raro, triste, noble...
«Aprendes a que las cosas te resbalen por esa burbuja en que vives», definía Gael García Bernal (el mismo de «Amores perros») la mentalidad de su personaje. Sin embargo, al final de cada jornada, encerrada en su pieza, la muchacha (muy bien encarnada por Maribel Verdú) llora. Cuando sus acompañantes entiendan la razón de ese llanto, serán un poquito más grandes. y una joven que se levantaron en una fiesta, viajan hacia una playa desconocida, llamada Boca del Cielo. Quieren pasarla bien, y la pasan muy bien, aunque alguna que otra confesión innecesaria les haga perder a veces la alegría, y hasta la amistad. Por suerte la muchacha sabe orientar a los chicos, aunque en otros asuntos haya mostrado escasa cultura, según dejaron notar algunos comedidos, «ya fuera con la buena intención de integrarla, o la mala de exponerla».
Esto último lo dice un cuarto personaje, un inesperado e importante relator en off, siempre presente, omnisciente, y aparentemente objetivo. La verdad, si le prestamos atención, más bien es irónico. El ve lo que los otros no saben ver, y lo comenta, causando gracia, incomodidad, o asombro. Y si no es él, será la cámara, que cada tanto se aparta del trío, para mirar alrededor. Sucede que, en esta comedia agridulce sobre México y los mexicanos, los hermanos Alfonso y Carlos Cuarón entienden lo picaresco no sólo como malicia sexual, sino sobre todo como pintura del cotidiano social. Ahí está lo bueno. Gracias a ello, la película trasciende su anécdota. Se disfruta como simple pasatiempo, pero al final deja pensando. Vale la pena.
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