25 de octubre 2001 - 00:00

Un chico, dos madres, y un interesante enigma

Comedia de la inocencia.
"Comedia de la inocencia".
«Comedia de la inocencia» (Comedie de l'innocence, Francia, 2000, habl. en francés.) Dir.: R. Ruiz. Guión: F. Dumas, R. Ruiz, sobre texto de M. Bontempelli. Int.: I. Huppert, J. Balibar. C. Berling.

Prolífico y variado autor de cine arte, Raoul Ruiz («El tiempo recobrado»), adapta aquí, con atendible fidelidad, un relato de misterio, basado en la novela breve de Massimo Bontempelli «El hijo de dos madres». Para su ilustración, prueba también algo del misterioso estilo de Georges Franju, sobre todo en el manejo de una extraña calma, como si estuviera contando lo más normal del mundo, aunque nada sea enteramente normal.

Este es el punto de partida. El día de su cumpleaños, un chico desconoce a su madre, dice que la verdadera es otra, que vive en tal lado, etcétera.
La casa existe, la mujer existe, y, encima, reconoce al chico como propio. Ocurre que su hijo murió justo cuando estaba naciendo nuestro pequeño protagonista. ¿Un caso de reencarnación? ¿Pero cómo se explica lo vivido hasta entonces? ¿Qué es verdad? ¿Qué es engaño? ¿Cuánto hay de fantasía, cuánto de manejo enfermizo, cuánto, incluso, de manipulación infantil, en este asunto?

Al comienzo, la madre biológica le sigue la corriente, pensando que se trata de un juego. Luego, confundida, llega a creer lo increíble. Y al espectador le ocurre algo parecido. La historia tiene varias vueltas, que pueden sugerir una explicación lógica, o negarla del todo, según lo que uno mismo quiera ver.

Dicho sea de paso, hay quienes quisieron ver una relectura de nuestro pasado político, cosa que al propio Ruiz, hace diez días, en Buenos Aires, le pareció públicamente una barbaridad. Lo suyo no va siquiera por las reflexiones sociales de Pirandello en «La razón de los otros» (aquello de la hija de dos madres), sino por el placer del cuento casi metafísico, tal como lo probaban Bontempelli en algunas de sus historias, y Franju en sus imágenes y sus intérpretes (una de las cuales, la frágil y a la vez firme Edith Scob, reaparece ahora en esta película). Pero, ya está dicho, cada uno ve lo que quiere.

En ese sentido, quizá lo mejor sea contemplar el modo tan francés con que los persona-jes de
Isabelle Huppert y Jeanne Balibar mantienen sus modales. Sufren intensamente, pero sin perder la compostura, como si todo lo que les pasa simplemente fuera parte de un sueño, un juego intelectual, o un chiste, mali-cioso y preciso, de Julio Cortázar. Esa es la clave.

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