22 de julio 2025 - 15:48

María Negroni: "Estamos viviendo hoy el mal de la banalidad"

Diálogo con la poeta, narradora y ensayista, que acaba de publicar "Colección permanente", un sistema de ideas de lo que aparece en el resto de su obra.

Matría Negroni acaba de publicar su nueva obra, Colección permanente. Foto: Alejandra López.

Matría Negroni acaba de publicar su nueva obra, "Colección permanente". Foto: Alejandra López.

Revelar el núcleo de su obra llevó a María Negroni a publicar “Colección permanente” (Random House), un conjunto de textos que por momentos parecen un taller literario o del pensar, un manifiesto de resistencia a la banalidad, las bases de su poética de la incertidumbre. Tras regresar de Berlín, donde el Programa Internacional de Artistas (DAAD) le otorgó durante un año lo que necesitara para escribir una nueva obra (donde antes habían estado Gombrowicz, Tarkovski, Samanta Schweblin, entre otros), dialogamos con la consagrada poeta, ensayista y novelista sobre su nueva obra.

Periodista: ¿Su nuevo libro es un intento de hacer que el lector se detenga a pensar?

María Negroni: Es un intento de reunir lo que pensé, sentí y leí en una vida dedicada a la escritura. Lo llamé “Colección permanente” porque está el núcleo de lo que aparece en mis demás libros, como si fuera una suerte de poética Todos los escritores tenemos una poética, un sistema de ideas sobre lo que entendemos que es la literatura, pero muchos no lo explicitan, está en sus obras. Están, a la vez, los que han escrito sobre su concepción de la escritura, la poesía, sus intereses. En mi caso me pareció que tenía sentido contar qué piensa esta escritora sobre el escribir, cómo lo ve, qué cosas le suceden. He ido explorando distintas formas de expresión. Cada libro es un microuniverso con una propuesta estética específica. Busqué entender ahora cómo se conecta “La Anunciación” con “Oratorio”, con “Archivo Dickinson”, con “Objeto Satie”. Y “Colección permanente” venía a decir lo que hay siempre en ese museo personal.

P.: En el libro hay, entre otras muchas cosas, un taller literario donde dialoga con un Maestro. ¿Hace referencia a alguien que la formó?

M.N.: Soy fan desde siempre de Emiliy Dickinson. La he trabajado mucho, la he traducido, le he dedicado “Archivo Dickinson”. Cuando abrieron sus archivos en Harvard apareció su correspondencia, unas tres mil cartas. A primas, a parientes, a un pastor, pero hay diez que empiezan “Dear Master”. Me intrigó quién era ese Maestro. Unos dicen que fue un pastor que conoció en Filadelfia, otros el filósofo Emerson, otros Thomas Higginson, editor y crítico que en una época le propuso matrimonio, lo cierto es que no se sabe. Me encantó la idea de tener un diario con un maestro imaginario. Obviamente las dos partes soy yo misma, y acaso tiene la atmósfera de un taller literario. En el libro hay otros maestros, aludidos por sus libros – que son también nuestros maestros- o por las entrevistas apócrifas que hago a escritores que admiro como Dickinson, Valery, Huidobro, Satie, Macedonio, Robert Walser…

M.N.: Y a alguien menos famoso, Hilda Doolittle…

M.N.: Es muy importante para mí. Escribí sobre ella, la traduje. En los veinte años que viví en Estados Unidos escribí mucho sobre poetas. HD, como ella firmaba sus poemas, es un personaje extraordinario. Fue novia de Ezra Pound. Un día él le dice me voy a Londres y no volvió más. Pound, además de talentoso era muy ambicioso, se casó con la hija de Yets. Cuando Doolittle lo va a buscar él está con otra. Toda la historia de HD es un intento de competir con él. Tiene una vida terrorífica, abandona a su hija en un internado. Hay cosas de ella que me resuenan: cómo hace una mujer para integrar el amor con la escritura, para ubicarse en un lugar relevante.

P.: ¿También buscó resonancias en Alejandra Pizarnik?

M.N.: Mi tesis doctoral en la Universidad de Columbia fue “El testigo lúcido” sobre su obra en prosa, sus textos malditos, que aparecieron póstumamente. Me pasé leyendo su obra y todo lo que había sobre ella. Uno de mis deseos incumplidos hubiera sido acceder a la biblioteca de Pizarnik. Cuando se accede a la biblioteca de un escritor uno se da cuenta por donde va su exploración estética, intelectual, cuál es su proyecto, qué busca.

P.: ¿Por eso en el libro muestra su biblioteca?

M.N.: Propongo “Hágala usted misma”. Es la lista de la que está detrás de mi escritorio. No son los libros que leo constantemente, pero son los que no pueden faltar atrás mío. No solo está el sesgo de mis lecturas sino también el sesgo que elijo para escribir.

P.: ¿Su libro es de misceláneas como algunos de los de Borges, Bioy, Cortázar, Piglia?

M.N.: Es un género argentino que toma de la marginalidad y lo mezcla con la erudición y el cosmopolitismo. Es un modo de posicionarse ante la riqueza de la cultura del mundo y desde el margen apropiárselo. Cuando me instalé en Estados Unidos le envié el manuscrito de “Islandia” a una editorial que publica libros en español. Lo rechazaron porque no era literatura latinoamericana. Más tarde entendí que “Islandia” no cumplía con el estereotipo revolución, violencia, sabores extraños, música rítmica, sexo, un engendro que se nos atribuye y que debemos proveer al mercado. Tiempo después el libro se publicó. La traductora lo presentó en Paris Review, y el editor me llamó y se puso a hablarme de Borges, de las sagas islandesas y de Buenos Aires. Me dije este hombre entendió de donde venía mi libro. Es muy problemático como se recepciona en los países centrales lo que nosotros hacemos.

P.: ¿Su libro puede ser tomado como un manifiesto de resistencia a la banalidad?

M.N.: Hannah Arendt acuñó el término “banalidad del mal”, y ahora estamos padeciendo el mal de la banalidad. La banalidad es un callejón sin salida. Lo que nos queda es pararnos en un lugar y decir no, este juego yo no lo juego. Cuando Juan Gelman se hospedó en casa hasta que consiguió departamento, porque venía a trabajar a Naciones Unidas. Un día hablamos de la banalidad de la poesía argentina de los noventa. Le compartí mi desazón. “No te confundas, pretenden ser libros de poesía, y no lo son”. “Cronos”, repetía, “Cronos”. En fin, los noventa se están repitiendo. Gelman es otro maestro. Yo aún sigo dialogando con él.

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