En medio de una insostenible presión del Congreso y de amplios sectores sociales, que lo consideran una de las cabezas visibles del rumbo ultraderechista del Gobierno y de su fracaso en negociar la llegada suficiente de vacunas contra el covid-19, el canciller de Brasil, Ernesto Araújo, presentó ayer su renuncia, tal como había anticipado Ámbito en enero último. Asimismo, se confirmó también la dimisión del ministro de Defensa, el general retirado Fernando Azevedo e Silva, aunque por motivos diferentes: este no estaba apuntado por los legisladores, pero expresó con su gesto la frustración de muchos hombres de armas con una administración que habían sentido largamente como propia. Ante eso y versiones de que un grupo de oficiales buscaría apoyar una tercera opción en los comicios de octubre del año que viene, distinta de la reelección del jefe de Estado y de Luiz Inácio Lula da Silva, aquel pretende reforzar su control de los cuarteles.
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Era uno de los referentes del sector más duro del Gobierno. También dejó su cargo el ministro de Defensa, Fernando Azevedo e Silva, lo que indica ruidos en el ala militar. Habrá más cambios.
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Lo de ayer parece solo el inicio de una amplia reforma de gabinete, expresión de una profunda crisis política, que involucra más carteras, entre ellas la Secretaría del Gobierno, la jefatura de gabinete, Justicia y el equivalente de la argentina Procuración del Tesoro.
El mandatario barajó inicialmente la posibilidad de designar al embajador en Francia, Luís Fernando Serra, otro bolsonarista de línea dura, pero finalmente cedió a las presiones del Congreso y optó por Carlos Alberto França, un centrista que hasta ahora era jefe de Ceremonial de la Presidencia.
En tanto, en Defensa recalará otro general, el actual jefe de la Casa Civil (jefe de gabinete), Walter Braga Netto.
Otros nombramientos y enroques se esperaban al cierre de esta edición.
El 28 de de enero, Ámbito había anticipado la reforma de gabinete y especialmente el desplazamiento de Araújo ni bien el Congreso eligiera, en el mes siguiente, a los titulares de sus dos cámaras. Detrás de esa ofensiva estaba el ala militar del Gobierno, un factor de moderación de las iniciativas de la ideológica que integraba Araújo, a la que se sumó la bancada del llamado centrão. Este está compuesto por pequeños partidos conservadores que se acercan a los sucesivos gobiernos en momentos de debilidad y son asociados frecuentemente al intercambio de favores y la corrupción.
Nuevos aliados del excapitán del Ejército, los referentes del centrão exigen espacio en el gabinete. Antes de presionar por la salida de Araújo, ya habían logrado la caída del exministro de Salud Eduardo Pazuello y ahora tienen en la mira al titular de Medio Ambiente, Ricardo Salles, entre otros.
Como parte de esa presión, el jefe de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, dijo la semana pasada que si el presidente sigue resistiendo la adopción de medidas contra la pandemia, podría llegar el momento de recurrir al “remedio amargo” del impeachment.
En su debut, aquel puso al frente de la Cancillería a Araújo, un seguidor del alguna vez astrólogo y hoy ensayista de ultraderecha Olavo de Carvalho. Esa corriente milita contra el “globalismo”, esto es la supuesta instrumentación de la globalización por parte el “marxismo cultural”. No hay remate.
De acuerdo con sus detractores, Araújo era el principal responsable de la política enfrentamiento con China dictada en su momento por Donald Trump, lo que llevó al presidente a denostar públicamente las mismas vacunas de ese origen que Brasil ahora busca con desesperación. La salida del republicano de la Casa Blanca y su reemplazo por el demócrata Joe Biden dejaron más solo al ultraderechista.
La caída del canciller es un golpe al corazón del bolsonarismo, al que podría seguir pronto otro: el del asesor de política exterior de la Presidencia, Filipe Martins, quien quedó la semana pasada en la mira de los senadores por haber hecho durante una reunión un gesto típico del supremacismo blanco con su mano derecha.
En el momento de expansión más agresiva del nuevo coronavirus, Brasil se atormenta por la falta aguda de camas, de tubos de oxígeno y de plazas en los cementerios. En ese contexto, la media diaria de muertes –calculada con criterio semanal– se ha elevado a 2.598, un número sin precedentes.
Asimismo, el país alcanzó el fin de semana 312.299 decesos documentados, que podrían ser más de 400.000 debido a subnotificaciones, según admitió ayer el instituto oficial Fiocruz.
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