Roma - La batalla de los obispos italianos por celebrar misa tras casi dos meses de confinamiento, alimentó las críticas contra el primer ministro Giuseppe Conte tras el anuncio de las nuevas medidas para impedir que la curva epidemiológica del Covid-19 vuelva a subir.
Las misas siguen sin fieles en Italia y el Vaticano pone el grito en el cielo
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La decisión del gobierno de autorizar la apertura en mayo de fábricas, tiendas y museos y mantener la prohibición de celebrar misas por los riesgos “inevitables” que implican las manifestaciones masivas, suscitó la cólera de la iglesia católica. “Los obispos italianos no pueden aceptar ver comprometido el ejercicio de la libertad de culto”, protestó la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) en un comunicado de prensa que resultaba ante todo un grito de guerra.
Conte, católico practicante y con relaciones privilegiadas con el Vaticano, ha contado durante toda la crisis con el apoyo abierto del papa Francisco, quien inclusive lo recibió en su biblioteca para una audiencia privada y ha acatado todas sus disposiciones, celebrando en solitario una insólita Semana Santa en la basílica de San Pedro, sin fieles ni procesiones.
La CEI por su parte presiona para que el gobierno apruebe un “paquete de propuestas” con el objetivo de permitir la reanudación de la vida eclesial después del 3 de mayo y que incluye la celebración de misas respetando las medidas previstas, como la distancia de seguridad entre los fieles, uso de mascarillas y ningún contacto entre las personas.
Ante la fuerte reacción por parte de la iglesia, Conte, fiel a su estilo moderado, hizo saber inmediatamente que el Ejecutivo estudiará los protocolos de seguridad propuestos por los obispos para volver a celebrar misas, pese al parecer del grupo de expertos que lo asesoran y que equiparan la misa a un partido de fútbol por el nivel de propagación del virus.
De cara al enfrentamiento, que alimenta duras crítica a Conte, sobre todo por parte de la ultraderechista y xenófoba Liga, que suele poner inclusive en cuestión la autoridad del papa argentino, Francisco lanzó ayer una señal de apaciguamiento desde su tradicional misa matutina. “En este tiempo, cuando empezamos a tener disposiciones para salir de la cuarentena, le pedimos al Señor que le dé a su pueblo, a todos nosotros, la gracia de la prudencia y la obediencia a las disposiciones, para que la pandemia no vuelva”, pidió el pontífice.
Desde que se inició la epidemia en febrero, la iglesia italiana ha pagado un alto precio con más de un centenar de sacerdotes y monjas que han perdido la vida por asistir a enfermos en los hospitales y casas de reposo para ancianos.
La intervención del papa para evitar rupturas y bajar el tono ocurre en un momento particular dado que el catolicismo en Italia, que dejó de ser religión estatal en 1984, está perdiendo adeptos pero sigue siendo “importante”, según explicó Franco Garelli, sociólogo de religiones de la Universidad de Turín.
“El descontento por la prohibición de las misas aumentó en las últimas semanas entre los creyentes más conservadores, pero también entre los intelectuales católicos”, explicó el vaticanista Iacopo Scaramuzzi. “Los obispos tuvieron que romper el silencio para no dejar el campo abierto a los líderes políticos ultraderechistas que instrumentalizan la imagen de las iglesias vacías, como Matteo Salvini y Giorgia Meloni en Italia. Por eso reaccionarib tan duramente”, aseguró.
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