11 de mayo 2020 - 00:00

Bueno: Argentina hizo oír su voz en Mercosur; ahora debe resolver sus propios dilemas

Salió al cruce de las presiones de Brasil y Uruguay. El bloque redefine su perfil, pero al país que le queda otra tarea: darse una estrategia exportadora y de negocios que abra el camino al desarrollo y le evite problemas futuros con la deuda.

SINTONÍA. El canciller, Felipe Solá, y el presidente, Alberto Fernández. Las discrepancias en el Mercosur obligan al Gobierno a un difícil equilibrio con sus socios.

SINTONÍA. El canciller, Felipe Solá, y el presidente, Alberto Fernández. Las discrepancias en el Mercosur obligan al Gobierno a un difícil equilibrio con sus socios.

Superado el sonoro portazo del jueves 24 de abril, cuando anunció que se retiraba de las negociaciones de libre comercio que el Mercosur llevaba adelante con Corea del Sur, Singapur, Canadá, Líbano y otros países, la Argentina protagonizó en los últimos días una vuelta de campana que la devolvió a la mesa en la que se dirimen esos asuntos sensibles. Recuperó así la voz que por un momento se temió que perdiera, hizo oír sus argumentos e interpeló a sus socios para que sean parte de una redefinición de la identidad del bloque antes que simples arietes de un avance ciego e ideologizado. Con todo, la movida, un éxito provisorio después de no pocas ambigüedades, pone de relieve un tema clave para el futuro del país, que excede lo que haga la región: ¿cuál es, más allá de generalidades, el tipo de relacionamiento comercial que se busca con el mundo? Exportar más es condición necesaria de cualquier estrategia de desarrollo y la única garantía de acceso a los dólares imprescindibles para evitar en el futuro malos tragos con la deuda como el que causa tormento en estos días.

El secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Jorge Neme, mantuvo el último jueves una videoconferencia con los demás coordinadores nacionales del Mercosur. En la misma, señaló que el club regional debe avanzar en conjunto en las negociaciones de tratados de libre comercio (TLC), tal como lo establece la decisión 32/2000 del Consejo del Mercado Común, siempre con el debido cuidado de los entramados productivos y los mercados de trabajo de sus miembros. Por otra parte, rechazó cualquier “apertura frívola” y destacó la incertidumbre global que impone la pandemia de Covid-19 como un elemento que invita a la cautela. La propuesta quedó pendiente de definición.

Las palabras de Neme implicaron, en un hecho positivo, una modificación de los términos planteados el 24 de abril (una retirada sin precisiones), de la aclaración de presidencia pro tempore de Paraguay (validada por la Cancillería y que hablaba de mecanismos para que los demás países pudieran avanzar en el libre comercio sin participación argentina) y del anuncio del retorno a la mesa del jueves 30, en el que la propia Cancillería sugería acuerdos a diferentes velocidades.

Todas esas posibilidades eran peligrosas para el país. Al habilitar (vía negociaciones unilaterales o a diferentes ritmos) la apertura de los mercados de Brasil, Uruguay y Paraguay a nuevos socios, la Argentina cedía las reservas de mercado que sus exportadores disfrutaron por décadas, para peor sin influir en condiciones, límites, cupos o plazos de convergencia. Finalmente, la Argentina volvió a su discurso tradicional.

Cerca del canciller Felipe Solá niegan las acusaciones de marchas y contramarchas y, en cambio, hablan de una estrategia que consistió en patear el tablero para resetear un estado de cosas demasiado condicionado por la voluntad de Brasil y Uruguay, sobre todo, de avanzar en una apertura extrema. Explican que era imposible avalar acuerdos como los que esos países pretendían imponer, los que, por ejemplo, no establecían como requisito ningún estudio de impacto socioeconómico.

En el caso de Corea del Sur, el acuerdo más temido por el Gobierno, ni siquiera se planteaba la negociación de un capítulo especial sobre la eliminación de barreras fitosanitarias en particular y paraarancelarias en general. Con Canadá, país que mantiene un TLC con Estados Unidos, no se requerían garantías de origen. Con Singapur, en tanto, no se demandaban salvaguardas contra posibles triangulaciones desde China y otros países asiáticos de mano de obra ultrabarata.

“Todo lo hecho sirvió para que los demás socios presten atención. Nos escucharon y ahora falta la definición”, le dijo una fuente familiarizada con la cuestión a Ámbito Financiero.

A esa satisfacción, los negociadores argentinos suman otra: si de entrada Brasil y Uruguay hicieron saber que un paso al costado de la Argentina era una buena noticia porque les desataba las manos, pronto advirtieron que la marca Mercosur no vale lo mismo sin la Argentina. El diálogo entre un preocupado Luis Lacalle Pou y Alberto Fernández fue la escenificación de ese redescubrimiento.

Aunque el espacio de quienes pretenden avanzar de prepo queda acotado, la crisis de identidad del Mercosur sigue por ahora sin resolverse, lo mismo que el problema de fondo: la extrema diferencia de criterios entre aquellos dos países, sobre todo, y la Argentina en materia de libre comercio.

El nudo es todavía más apretado: el joven Gobierno de Alberto Fernández debió postergar su visión de la Argentina primero ante la crisis económica y financiera que recibió de Mauricio Macri y, más tarde, ante el estallido de la pandemia. Entre urgencias, no tuvo chance de explicitar su propia visión sobre la cuestión, pero los responsables del área económica, que –para ser sinceros– atajan hoy penales más apremiantes, juran que no tienen una vocación proteccionista.

Al llegar al poder, el nuevo elenco habló de duplicar las exportaciones en cuatro años en base a un esperado auge de la producción de gas y petróleo no convencionales de Vaca Muerta. El virus SARS-CoV-2 mató por segunda vez al bovino y no se espera que este resucite mientras los precios internacionales del crudo no trepen de su subsuelo actual a, al menos, 70 dólares por barril. El futuro es un albur.

En tanto, se prolonga la saga de la deuda, sin cuya solución el país no tendría acceso a crédito para su Estado, provincias ni empresas ni siquiera en el caso de que el petróleo vuelva a ser lo que fue.

Ahora bien, si la pelea en el Mercosur iba a entrañar la pérdida del mercado regional a manos de nuevos socios, si la aplicación efectiva del TLC con la Unión Europea es una incógnita, si la Argentina renunciaba a los diálogos con Corea, Canadá y el resto de los países mencionados, ¿a quién, que no fuera China, y qué, que no fuera soja, podría vender?

La definición nacional sobre qué tipo de comercio quiere darse, con qué niveles de apertura y con qué socios es un dilema que va más allá de la crisis existencia del Mercosur. Sin zanjarlo, de poco valdrá que el ministro de Economía Martín Guzmán dé con una solución al drama de la deuda y que la pandemia ceda. ¿Cómo hará la Argentina para exportar más y resolver su crónica escasez de divisas, base de sus periódicas devaluaciones, crisis de sector externo y defaults?

Sin esa respuesta, que se enmarca en una visión mayor, vinculada a los incentivos para llevar adelante negocios productivos y no meramente especulativos en el país, el futuro nunca dejará de ser una promesa frustrante.

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