Hace 100 años no existían los reguladores como los conocemos en la actualidad. Algunos entienden que la definición de libertad aplicada al mercado financiero se circunscribe a que cualquier persona con o sin conocimientos financieros es libre de comprar cualquier producto que se le ofrece donde se le prometen rendimientos elevadísimos y perpetuos sin explicitar riesgos, y donde operan determinados monopolios u oligopolios sin que el molesto Estado intervenga.
Universo cripto: la palabra libertad y la conveniencia de consensuar una regulación moderna
Con el nuevo esquema desregulador en marcha Argentina pareciera encaminarse en el corto plazo a ser uno de los países con mayor adopción de productos cripto en el mundo. En ese contexto resulta clave abrir instancias de diálogo y consensuar una regulación moderna.
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Argentina tiene una oportunidad inmensa de posicionarse en el mundo cripto y fintech global en forma racional.
Si esta fuera la definición de libertad de este segmento sin duda hace un siglo el principal mercado financiero del planeta, Estados Unidos, florecía en un clima de absoluta libertad.
El trágico final de esa historia es conocido y, pese a la revolución tecnológica acaecida en el interín, conceptualmente podría ayudarnos a reflexionar sobre la realidad actual. El crack bursátil de 1929 hizo que millones de ilusionados inversores estadounidenses se vieran empobrecidos. Visto a la distancia, el hecho que ciudadanos de a pie perdieran sus ahorros, bienes y empleos producto de su falta de conocimiento en lides financieras, de la asimetría en la información entre los que ofrecían esos productos y quienes lo demandaban no pareciera haber sido una buena definición de libertad, sino más bien de una inmensa zona liberada donde el resultado final fue el empobrecimiento de toda la sociedad estadounidense.
Como consecuencia de esa profunda crisis financiera, económica y social es que en la década del 30 del siglo pasado surgieron los reguladores financieros creándose los bancos centrales y las comisiones de valores con los objetivos de dotar de estabilidad al sistema financiero y monetario y proteger a los consumidores de esos productos. Existe un consenso generalizado que gracias a esa nueva arquitectura regulatoria y pese a muchos tropiezos el mercado de capitales estadounidense pudo constituirse en el más libre, profundo y exitoso del planeta, durante gran parte del siglo pasado y sobreponerse a duras crisis como, por ejemplo, la del 2008.
Precisamente esa crisis financiera del 2008 fue vista por corrientes anarcocapitalistas y libertarias que abrevan en la denominada escuela económica austríaca como la prueba definitiva del agotamiento del modelo dirigista donde el Estado, que a través de sus bancos centrales emite alegremente moneda fiduciaria sin ningún respaldo, generando cada vez más inflación, empobreciendo y controlando “orwelianamente” a la población.
La crítica de estos anarcocapitalistas al “statu quo” no se limitaba a organizaciones estatales, sino que alcanzaba a entes centralizados privados tales como las entidades financieras tradicionales.
En ese marco en el año 2008, Satoshi Nakamoto crea el Bitcoin, un activo digital descentralizado basado en la tecnología de cadena de bloques (blockchain) que lentamente se va convirtiendo en la nave insignia de una nueva y fantástica constelación de (cripto) activos, de múltiples capas y plataformas, contratos inteligentes y aplicaciones que revolucionan y potencian el mundo digital.
Este nuevo y dinámico ecosistema se expandió precisamente gracias a la poderosa tecnología blockchain, hoy ya reconocida y utilizada eficazmente tanto por empresas de diversos sectores económicos como por algunos estados nacionales o subnacionales.
Los alcances positivos de estas plataformas basadas en cadenas de bloques sobre las que navegan tokens (representaciones digitales de diversos tipos de bienes y activos) no se limitaron a los activos financieros sino que se expandieron también a una infinidad de áreas: salud, educación, producciones artísticas diversas, identidad digital, entretenimientos, por mencionar solo algunos sectores.
La revolución digital de la última década aplicada al segmento financiero encontró a los Estados perplejos y lentos a la hora de entender y dar respuestas a estas nuevas demandas. El nuevo mundo globalizado con internet como plataforma de operaciones y con grandes y repentinos avances tecnológicos crearon un terreno fértil para que florecieran en los últimos años miles de criptoactivos privados, y consecuentemente aparecieran cientos de mercados (exchanges) transnacionales y millones de personas nuevamente se vieran hipnotizadas por productos que en muchos casos resultan tan difíciles de entender como fáciles de comprar.
El sistema cripto originalmente creado por anarcocapitalistas y libertarios creyentes en un mundo descentralizado donde campeaba la libertad financiera ya que las transacciones se realizaban primordialmente entre cuentas propias casi anónimas sin participación de entidades financieras se vio rápida y masivamente cooptado en todas sus dimensiones por sus odiados entes centralizados, en especial los mercados cripto (exchanges).
Algunas, no todas, de estas plataformas adoptaron las mismas, sofisticadas y criticadas prácticas del mundo financiero tradicional al que supuestamente el mundo cripto venía a mejorar. En algunos casos operatorias con complejos productos derivados, apalancamientos elevadísimos, promesas de rendimientos sin explicar los riegos asumidos, opacidad respecto a donde se encuentran custodiados esos activos, ignorancia respecto a en que jurisdicciones se dirimen posibles conflictos, formaciones de precios poco transparentes donde operan como mesas de dinero tradicionales, constituyeron parte del paisaje cripto durante el último lustro hasta la actualidad.
Pese a todas estas evidencias o debido a estas es que algunos actores del mundo cripto se enfrentaron instintivamente con los reguladores. Curiosamente la ambivalente relación entre estos dos colectivos tiene un nuevo y paradojal capítulo en estos días donde los bitcoiners del mundo celebran importantes subas en el precio del criptoactivo debido a la expectativa que su principal archienemigo, la Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC) apruebe un producto financiero típico del sistema financiero tradicional denominado ETF (Exchange Traded Funds) que cotiza en mercados regulados y que tiene como subyacente al bitcoin.
Dejando de lado la enorme volatilidad de estos productos (que los argentinos ya tenemos naturalizada por nuestra historia), la elevada cantidad de fallas de diseño naturales en una industria tecnológica compleja, naciente y desregulada como la cripto, así como la aparición de los inescrupulosos de siempre que existen en todos lados hicieron que cientos de miles de inversores perdieran sus ahorros por fraudes, hackeos y otras yerbas durante años. Sólo en 2022 casos como Terra Luna, Celsius o FTX destruyeron cripto riqueza de inversores por miles de millones de dólares.
Asimismo, algunas plataformas cripto, se diseñaron con el objetivo de blindar un anonimato que intencionadamente o no resultó facilitador de actividades delictivas fuera de los radares públicos.
Para rechazar la intervención estatal, y detrás de la palabra libertad se encolumnaron tanto tirios como troyanos, mezclándose desde los honestos y convencidos bitcoiners hasta los lavadores de fondos provenientes del narcotráfico, la venta ilegal de armas o la trata de personas. El concepto de libertad es demasiado abarcativo, complejo y relevante como para banalizarlo para que sea apropiado por una determinada plataforma tecnológica o a un colectivo particular.
El ecosistema cripto constituye una realidad multidimensional innegable que ha llegado para quedarse y expandirse. La regulación bien entendida no tiene por qué ir en contra de las libertades individuales básicas ni contra la creación y expansión de nuevos productos valiosos e innovadores, sino en favor de proteger a aquellos que no tienen las herramientas para interpretar adecuadamente los riesgos de esos activos.
La discusión de como regular estos nuevos y complejos activos y actores no está saldada en ningún lugar del mundo y tiene una cantidad de dimensiones idiosincráticas, políticas, económicas y sociales que exceden largamente a este artículo.
En este contexto Argentina parece encaminarse pendularmente a un cambio de régimen donde todos debemos aprender nuevamente como conjugar el verbo desregular.
Recientemente funcionarios del gobierno han explicado que bajo el nuevo marco normativo pueden celebrarse contratos en bitcoin y aparecen propuestas como la de la ONG Bitcoin señalando la posibilidad de sumar este criptoactivo a las reservas del Banco Central, iniciativas que deberían ser evaluadas muy cuidadosamente.
Asimismo, el impulso desregulador aplicado al sistema financiero puede, contradictoriamente con su objetivo de aumentar la competencia, potenciar aún más la posición relevante de super aplicaciones (SuperAPPs) cuyos impactos también podrían estudiarse con antelación.
En tal sentido, es previsible que en un corto lapso fintechs como Mercado Pago, así como algunos bancos masifiquen aún más esta operatoria al comenzar a ofrecer a sus millones de clientes estos productos que ya compran numerosos argentinos sin conocer en detalle demasiado los riesgos que están asumiendo.
Estos lanzamientos en medio de un ciclo coyunturalmente alcista pueden posicionar aún más a Argentina como uno de los países con mayor grado de adopción de criptoactivos en el mundo (actualmente de acuerdo con empresa Chainalysis ya ocupamos el 15to lugar).
En términos de la estructura regulatoria, en nuestro país el universo cripto y fintech brinda otra evidencia que la arquitectura vigente es ineficiente y necesita rediseñarse. El mercado financiero en el mundo y en Argentina no es el de 30 años atrás, actualmente está super tecnologizado y tiene vasos comunicantes entre todos los participantes que hace que los mismos actores operen simultáneamente en pagos, en productos bancarios, de mercado de capitales y recientemente también en criptos.
El abordaje regulatorio segmentado del mercado financiero resulta anacrónico. Una respuesta a esta ineficiencia podría ser que la Comisión Nacional de Valores se integre a la Superintendencia de Entidades Financieras, no para regular más sino mejor, reduciendo costos del sector público y privado, eliminando duplicaciones adoptando una mirada integral, basada en riesgos y capacitada tecnológicamente que permita potenciar adecuadamente estos nuevos productos.
Particularmente los desafíos tecnológicos son enormes, mientras seguimos tratando de digerir los alcances de la WEB3, por ejemplo, el Banco Central de Brasil siguiendo recomendaciones que vienen de Basilea, ya está analizando el fuerte impacto que los avances de la computación cuántica tendrán inevitablemente en su sistema financiero y en el de todos los países incluido el nuestro.
Argentina tiene una oportunidad inmensa de posicionarse en el mundo cripto y fintech global en forma racional, con una regulación tecnologizada y moderna que eluda los extremos, convocando a la enorme inteligencia colectiva de que disponemos diseminada entre numerosos actores. Universidades públicas y privadas; mercados como BYMA o ROFEX, empresas financieras diversas agrupadas en cámaras como la Cámara Fintech, ABAPPRA; ADEBA y ABA; ONGs de consumidores y del sector cripto como la ONG Bitcoin, estudios legales y tributarios especializados en estos temas, y obviamente como base funcionarios de carrera solventes que ya trabajan en organismos públicos como la Comisión Nacional de Valores, el Banco Central, la UIF, la AFIP o la Comisión de Defensa del Consumidor son algunos ejemplos de la valiosa materia prima con la que contamos y no deberíamos desperdiciar.
Es obvio que existen miradas diferentes, intereses particulares y muchas veces contrapuestos, pero nuestro gran desafío, desde hace décadas y en múltiples problemáticas, es ser capaces de sentarnos en una misma mesa personas que piensan distinto sin descalificaciones, para articular y consensuar propuestas concretas que tiendan a conciliar objetivos, escuchándonos y aprendiendo de los saberes de los otros.
(*) Ex presidente de la Comisión Nacional de Valores y Profesor de Posgrados de Fintechs, Bigtechs, Criptoactivos y Monedas Digitales. Universidad de Buenos Aires.
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