Carrió contra bancos, símil de la Iglesia contra Galileo
-
El Gobierno repudió la orden de captura de Venezuela contra Milei, Bullrich y Karina Milei
-
Argentina votó con Israel y EEUU contra una resolución de ONU que ordena la retirada israelí de Palestina
Pero bajo la presunta protección que, pretende, le confieren sus fueros, la diputada Carrió quiere convencer a un sector --minoritario-de que toda aquella complejidad técnica está al servicio de las conspiraciones. También la ciencia, aunque evoluciona hora tras hora, todavía está atrapada en la idea de que Galileo era un renegado que se burló de la Biblia.
La manera equívoca como la diputada Carrió interpreta los modernos servicios de la banca por incorporar la tecnología informática y de comunicaciones disponible lleva a pensar que la desgracia de Galileo Galilei es culpa del primero de sus muchos descubrimientos: el telescopio.
En 1543, el clérigo polaco Nicolás Copérnico, que había estudiado astronomía y matemáticas en la Universidad de Cracovia -entonces bajo dominio luterano-, en su obra «De Revolutionibus», desplazó a la Tierra desde el centro del Universo, a una órbita alrededor del Sol. Unos cincuenta años después, en 1609, Galileo recibió una curiosidad que se fabricaba en Flandes y se vendía en París: un catalejo. El artefacto permitía acercar los objetos. Con el nuevo instrumento -ya rebautizado como telescopio-podía mirar la Luna y las estrellas. Ahora que tenía acceso visual hasta astros jamás vistos antes, la teoría copernicana cobraba consistencia.
La nueva disposición de los cielos concebida por Copérnico como teoría matemática y que Galileo comprobaba con nuevos instrumentos pareció sospechosa de herejía porque las Sagradas Escrituras decían lo contrario: «¡Yahveh, Dios mío, que grande eres! [...] sobre tus bases asentaste la Tierra, inconmovible para siempre jamás» (Salmos, 104: 1,5). «Entonces habló Josué a Yahveh, el día que Yahveh entregó al amorreo en manos de los israelitas, a los ojos de Israel y dijo: Detente, Sol, en Gabaón y tú Luna, en el valle de Ayyalón. Y el Sol se detuvo y la Luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. ¿No está esto escrito en el libro del Justo? El Sol se paró en medio del cielo y no tuvo prisa en ponerse como un día entero» (Josué, 10: 12-14).
«Prohibir a Copérnico -decía Galileoahora que su doctrina se ve confirmada a diario por nuevas observaciones y por la erudita aplicación de las mismas a la lectura de su libro resultaría una falta a la verdad y un intento de ocultarla y eliminarla. [...]». Pero el problema de la Iglesia romana no radicaba en la ciencia, sino en el poder. Contrariada por la Reforma protestante de Lutero en 1517, impulsó la Contrarreforma. Confiaba en cerrar rápidamente la distancia entre católicos y protestantes -y gobernar nuevamente sobre los dos-mediante un concilio ecuménico, convocado finalmente en Trento, que sesionó entre 1545 y 1563. El concilio decretó inicialmente, en 1546, que «nadie, en ejercicio de su propio criterio y mediante la alteración del sentido de las Sagradas Escrituras a su libre albedrío, podrá atreverse a interpretarlas». Esto golpeaba frontalmente a Lutero, pero alcanzaba sin dudas a Galileo.
Galileo escribió su Tratado sobre las Mareas, y lo presentó al cardenal Alessandro Orsini. El cardenal entregó el manuscrito a Paulo V, quien convocó a consejeros expertos para que decidieran si la teoría copernicana debería o no ser condenada por hereje. Instaló como asistente de los consejeros al teólogo Roberto Bellarmino, un jesuita que había integrado el Tribunal de la Inquisición que juzgó al padre Giordano Bruno. Bellarmino («martillo de herejes» como él se autodenominaba) pensaba que el problema de Galileo era insistir en considerar el modelo copernicano como un escenario real de la vida y no una mera hipótesis matemática.
El 26 de febrero de 1616, la Inquisición recogió a Galileo en la embajada toscana en Roma y lo condujo ante el cardenal Bellarmino, quien lo impuso de la resolución de una «comisión independiente de teólogos» y, en representación del Papa, lo instó a que dejara de defender el modelo de Copérnico; de los contrario, el Santo Oficio procedería contra él. Este hecho --curiosamente similar a un predictamen de comisión tipo Carrió- inició una oleada de rumores de herejía y blasfemia contra Galileo, aunque no hubiera sido acusado formalmente de ningún delito.
Por ello, a pedido de Galileo, Bellarmino certificó mediante una carta: «Nos, cardenal Roberto Bellarmino, habiendo sabido que se dice calumniosamente que el señor Galileo Galilei ha abjurado ante nosotros y que se le ha impuesto una penitencia y habiéndosenos solicitado que hagamos constar la verdad sobre esto, declaramos que el citado señor Galilei no ha abjurado ni ante nosotros ni ante otras personas aquí en Roma ni, según nos consta, en ningún otro sitio, de ninguna opinión o doctrina mantenida por él; tampoco se le ha impuesto ningún tipo de penitencia o castigo ejemplarizante, sino que sólo se le ha notificado la declaración efectuada por los santos padres y hecha pública por la Sagrada Congregación del Indice en la que se establece que la doctrina atribuida a Copérnico de que la Tierra se mueve alrededor del Sol, y de que el Sol permanece inmóvil en el centro del Universo y no se mueve de oriente a occidente, es contraria a las Sagradas Escrituras, y por lo tanto no puede defenderse ni sostenerse. En prueba de lo cual redactamos y firmamos este documento de nuestro puño y letra en el día de hoy, a 26 de mayo de 1616».
¡Qué similitud! A nadie se le ocurría buscar la causalidad, sino que debían interpretar las Sagradas Escrituras de la manera en que los teólogos creían que debían ser interpretadas. Unos años más tarde, Europa era azotada por la peste, en donde los tratamientos que se prescribían era la oración, las sangrías, la aplicación de sales de arsénico en las muñecas y las sienes, la colocación de bolsas con piedras preciosas en el pecho y unos ungüentos que mezclaban excrementos animales con mostaza, cristales rotos, trementina, hiedra venenosa y una cebolla.
El resto de la historia es bien conocida. Con la ayuda de su hija Sor María Celeste, el cardenal Bellarmino, el papa Paulo V y su amigo, el cardenal Maffeo Barberini -entronizado después como papa Urbano VIII-, Galileo escribió en 1629 «Diálogo sobre las mareas» en el que destacaba los méritos de Copérnico, y en agosto de 1631 envió el libro al padre Ricciardi. Pero cuando en 1632 el libro -un éxito en Toscanallegó a Roma, el ya por entonces Urbano VIII no pudo dedicar ni un solo minuto a su lectura. Era un momento inoportuno: el despilfarro de guerra duplicaba las deudas papales y el embajador papal en España, Gaspare Borgia, censuraba la negativa de Urbano VIII a apoyar a Felipe IV en la guerra de los treinta años contra los luteranos. El Papa entregó «Diálogos» a unos consul-tores anónimos, que lo estigmatizaron como un insulto y un desafío.
Comisiones
Urbano VIII, acusado de hacer decaer la devoción católica, pensó que no podía darse el lujo de que una afrenta similar quedara sin castigo, por lo que convocó una comisión -¡Otra comisión! también en aquellos tiempos-que, en setiembre de 1632, opinó: «Creemos que Galileo puede haber incumplido sus instrucciones mediante la confirmación definitiva del movimiento de la Tierra y de la inmovilidad del Sol, habiéndose apartado de este modo del terreno de las hipótesis. Ahora se ha de decidir cómo se ha de proceder, tanto contra el autor como en lo referente al libro impreso».
El Tribunal de la Santa Inquisición de Roma, a cargo del reverendo padre Vincenzo Maculano da Firenzuola, declaró a Galileo, el 22 de junio de 1633, como altamente sospechoso de herejía, por violar las censuras y sanciones establecidas y promulgadas por el canon sagrado, encarcelado primero en los calabozos del Santo Oficio y luego en la embajada toscana en Roma, y obligado a abjurar de su libro para evitar la hoguera. No se lo condenaba por el libro, sino por demostrar científicamente algo en contra de las Sagradas Escrituras, tras ser notificado por Bellarmino. El libro de Galileo, que se vendía a medio scudi por ejemplar, rápidamente aumentó ocho veces de precio, se tradujo primero al alemán, luego al inglés, y sirvió de base científica para el desarrollo de la física moderna en Gran Bretaña y Alemania, que se encontraban lejos del brazo del Tribunal del Santo Oficio. La globalización que se dice, contra el espíritu de la diputada.
La Oficina Federal de Justicia de Suiza ha confirmado hoy algunos errores de la Comisión Carrió: la telemática del siglo XXI es más eficiente que los procedimientos del siglo XVII. No es una crítica a la teología, a los teólogos o sus intenciones. Es, simplemente, demostrar las razones por las cuales un Parlamento o una comisión especial no pueden juzgar, del mismo modo que un juez no puede ni debe legislar, y que una campaña de acción psicológica cumplida con las mejores intenciones no puede sustituir la realidad ni concluir que los frutos de la tecnología simplemente se vayan a otra parte, como sucedió en Roma en el siglo XVII, y le ocasionó la pérdida de un lugar destacado en la física a la Universidad de Padua. Es posible que esta vez -y demos gracias de que así sealas pérdidas se limiten a los depósitos y a la estabilidad del sistema.
Dejá tu comentario