18 de marzo 2004 - 00:00

Copacabana tamizada

Roberto Lavagna y Néstor Kirchner, el martes, en el Hotel Copacabana Palace, de Rio de Janeiro. El FMI calificó ayer como «retórico» el contenido del acuerdo firmado con el gobierno brasileño.
Roberto Lavagna y Néstor Kirchner, el martes, en el Hotel Copacabana Palace, de Rio de Janeiro. El FMI calificó ayer como «retórico» el contenido del acuerdo firmado con el gobierno brasileño.
La realidad final es que en el Acta de Copacabana convergieron dos utopías. La de Luiz Inácio Lula Da Silva, reverdeciendo los viejos sueños imperialistas de Brasil, y la de Néstor Kirchner, de querer formar brigadas de deudores contra el Fondo Monetario Internacional para no asumir la inevitabilidad de que, ante la mayor crisis económica de la historia argentina, el primer presidente con un período constitucional completo deba asumir los costos políticos de una austeridad nacional necesaria para recuperar el futuro.

Sin entender esos dos sueños no se puede comprender lo acontecido en la reunión de los presidentes de Brasil y la Argentina en Copacabana, algo que desconcierta bastante a la prensa brasileña y hace caer en engaños a la nuestra.

Lula descartó liderar toda Latinoamérica porque México sería un pretendiente a la par ya que, inclusive, lo supera en Producto. Centroamérica es demasiado Estados Unidos. Por lo tanto su ambición es arrastar detrás sólo a Sudamérica. Tiene poca chance. No lo logrará con Chile, ya en acuerdo directo con Estados Unidos y muy sólido en su economía como para entrar en aventuras. Tampoco con el gobierno de Colombia, todavía más dependiente del país del Norte para frenar a la guerrilla. Perú también mira más arriba en el mapa que a su derecha. Ecuador es indefinido. Así, Lula necesita hacer concesiones -hasta imprudentes- a Kirchner para tener su primer aliado. Por eso el sueño brasileño se comparó ayer al acercamiento entre Francia y Alemania, que después de la Segunda Guerra Mundial unificaron la producción del carbón y el acero en los territorios de Alsacia y Lorena. Así nació la hoy poderosa Unión Europea.

Luego de la Argentina, Brasil espera incorporar a su proyecto hegemónico a la Venezuela de Hugo Chávez; eventualmente al desconcertado presidente de Paraguay, Nicanor Duarte Frutos, y a Tabaré Vázquez, si el Frente de izquierda gana las elecciones de octubre próximo en Uruguay. El debilitado gobierno boliviano hoy depende también demasiado de Estados Unidos para frenar a la ultraizquierda de Evo Morales como para andar pensando en sueños hegemónicos brasileños.

El sueño se concretaría en un « miniimperio» para presionar a las restantes naciones sudamericanas hoy inalcanzables. Kirchner le hace el juego al brasileño en una aspiración de liderazgo que no puede ser propia de la Argentina. Pero Lula le tiene que hacer concesiones en compensación, que los mismos brasileños reducen en su alcance y el oficialismo argentino agranda, con lo cual vuelve a afectar al país y a su proceso de recuperación porque la inversión empresaria vuelve a detenerse para meditar cómo se encarará la nueva discusión por el porcentual de superávit para 2005 con el FMI a mitad de este año. Por lo pronto, esgrimirán el Acta de Copacabana con más valor del que en realidad tiene. O sea, Kirchner no sólo vela armas para la nueva lucha sino que trata de acrecentarlas.

Sin levadura, un Alvaro Alsogaray, por dar una referencia de ortodoxia económica, rubricaría sin dudar cuatro de los seis puntos del Acta y pondría sólo algunas objeciones a los dos restantes.

¿Alsogaray o quién se opondría a «
fortalecer las inversiones nacionales y regionales» (punto 3) si hábilmente el brasileño Antonio Palocci le agregó «sin perjuicio de las reglas de transparencia»? Para haber «transparencia» tiene que haber racionalidad.

Tampoco un ortodoxo se opondría a la casi ridícula mención de «neutralizar en nuestros países los efectos negativos de los desequilibrios generados en el mundo desarrollado». Si los hubiera, es obvio que los países subdesarrollados deberían buscar neutralizarlos. Es probable, más probable que los desequilibrios de éstos afecten a los países serios. (Fijémonos la convulsión y cambio político que logró el subdesarrollo islámico en España.)

El punto 5 es el más valioso porque es el más positivo para Brasil, para la Argentina y para todos los países en desarrollo. Aunque la visión corta de la delegación argentina lo toma como « formal». Se refiere a la eliminación de subsidios agrícolas en Estados Unidos, Europa y Japón, o sea el reclamo más legítimo de los países exportadores de materias primas para poder pagar sus deudas: que no les traben ganar su ingreso para poder cubrir sus pagos. Hoy hay subsidios que llegan a 1.000 millones de dólares por día a la ineficacia, por condiciones naturales, de productos agrícola-ganaderos. Esto perjudica a los que pueden venderles a menos costo.

El sexto punto es más que obvio: impulsar el ahorro, que es la base de toda fortuna y el sustento de toda inversión, en la Argentina, Brasil y en cualquier lado.

En las tribunas de fútbol, cuando el seleccionado o un equipo juega mal, el reclamo de la gente llega con una sola palabra: «Maradona». Por eso decimos Alvaro Alsogaray por no decir ortodoxia y racionalidad económica, y pensamos qué haría este pensador frente a los puntos 1 y 2.

El punto 1 (verlo completo en nota aparte de esta página) fue el que más discusiones provocó, pero no fue un triunfo para la Argentina, como se le dictó a la prensa local. Kirchner logró, por intermedio de su equipo, introducir la palabra «superávit» con vistas a su discusión dentro de tres meses con el Fondo. Pero el ministro de Hacienda brasileño, Palocci -y con más fuerza su segundo, Joaquim Levy-, logró incluir el concepto de que con el superávit se garantice
«la sustentabilidad de la deuda». Esto significa, tácitamente, que con el actual nivel de superávit de 3%, la Argentina, por caso, no está en condiciones de pagar los vencimientos de BODEN y Préstamos Garantizados (los pesificados) de los próximos años a la par de los acreedores con los otros bonos.

El punto 2 también podría ser suscripto por Alsogaray, sin alharacas, porque propone sumar al superávit lo que Brasil y la Argentina inviertan en obra pública y que llega con financiamiento de organismos internacionales, algo que Lula impulsará en los próximos días en diálogo con el gobierno británico. Este punto ayer lo minimizó Anne Krueger al decir que además de ambos países del Mercosur «
también lo piden gobiernos serios como -mencionó- Chile, México y otros». Más aún, Brasil ya lo logró por el acuerdo, actualmente en vigencia con el Fondo, de incorporar el primer antecedente de esta demanda: la posibilidad concedida de que la estatal Petrobras realice inversiones de búsqueda petrolera por 1.000 millones de dólares sin afectar el superávit primario. Si el hecho se circunscribiera a descontar de ese superávit el cálculo de obras compartidas con el Banco Mundial, el pedido sería bastante lógico porque allí habría una supervisión seria (que lo es bastante menos en el caso del BID, donde ya se logró aval a la idea). O sea, no todos los 4.500 millones de pesos en obra pública que el gobierno lleva realizada podrían ser descontados de los 12.480 millones comprometidos como equivalente a 3% del PBI para este 2004, para dar un ejemplo. En ese caso se descontaría más de 30%. De lo que se trata es de la calidad de la obra pública, que no sea subsidio, que no incluya en el monto coimas o sobreprecios y, fundamentalmente, que tenga rentabilidad. Si el actual gobierno invierte fondos públicos en realizar una obra pública pero politizada y para colmo no consensuada como es el «Museo de la Memoria» en la ESMA, no puede pretender descontarla del cálculo del superávit que le exigirá el FMI aun cuando esgrima que tendrá « renta» si se cobrara entrada a los visitantes.

Tan escueto es lo que concedió Lula para poner a la Argentina camino a su sueño de liderazgo sudamericano arrestado, que no permitió incluir en el «acta» los beneficios sociales de cada país. Es lógico, Brasil no tiene planes politizados al servicio de caciques piqueteros.

A lo que surge de los seis puntos hay que agregar lo que dijeron a la prensa los cancilleres Rafael Bielsa y Celso Amorim cuando descartaron la posibilidad de que los dos países negocien juntos ante el Fondo. «La
Argentina enfrenta un default, lo que no ocurre en Brasil», admitió con extraña sinceridad entre tantas falsas euforias el canciller argentino. Salvo en ese punto de obras públicas que se descuenten del superávit quedó que pelearán juntos. Eso esperan lograrlo, por caso, para la obra de gran ruta del Mercosur y conexión de ferrocarriles por el Norte uniendo Brasil, la Argentina y Chile.

Otro hecho es que Lula Da Silva y Palocci se negaron a hacer declaraciones para no profundizar el compromiso con la Argentina tras haber aceptado que figurara la palabra «superávit». Lula sólo aceptó posar con Kirchner para la tradicional foto.

Finalmente, Thomas Dawson, al calificar de «retórico» el contenido del Acta de Copacabana terminó de ubicarlo en su justo lugar (ver declaraciones aparte).

Pero lo más significativo contra la difusión de optimismos, forzado por funcionarios y prensa argentina dócil, está en el hecho de que ayer mismo voceros cercanos al Ministerio de Economía informaron que
ya existe, en el punto 8 del acuerdo con el Fondo para la aprobación de la primera revisión de metas el año pasado, el compromiso de elevar durante 2005 y 2006 -pese a la negativa de Presidencia, que habla de 3% como «piso y techo»- en forma paulatina ese superávit de 3% del Producto Bruto y que esto será también incluido en la nueva carta de intención que será suscripta para la señora Anne Krueger del Fondo. Así se pudo asegurar la segunda revisión y lograr la aprobación del directorio del Fondo, que sobrevendrá tras cumplir la Argentina el pago de 3.100 millones de dólares al organismo internacional. En consecuencia, esto ya implica aumentar los pagos a los acreedores externos y modificar la propuesta de Dubai (quita de 75%, en realidad 92% considerando intereses pendientes). Negar el aumento de 3% es parte de lo que el presidente Kirchner se impone sobre sí mismo y resume en que «para negociar hay que tener capacidad transgresora» (lo dijo ayer en Rio de Janeiro). No se sabe para qué, si en definitiva, no se logra mucho -aunque algo sí- y hay que terminar disfrazando, a través de la prensa, esas transgresiones previas insostenibles.

Ahora hay que disimular el 75% de quita de Dubai -que bajará- y desde estos días el 3% -que aumentará-. Si este tipo de formas estuviera dirigida a la izquierda, no serviría porque se darían cuenta. Si son posturas «para la tribuna», habría que recordar lo que sucedió el domingo en España: por engañar a la prensa sobre el atentado, que no era de la ETA (una prensa que no se prestó al juego, como hace la Argentina, sino que no tenía forma de refutar la afirmación de un primer mandatario), el presidente del gobierno, José María Aznar, terminó perdiendo una elección imperdible para su Partido Popular justo cuando ha llevado a España al mayor nivel de desarrollo económico de su historia y todos decían que merecía continuar.

Dejá tu comentario

Te puede interesar