3 de diciembre 2004 - 00:00

Tema clave

Se encuentran y se desencuentran. Los dilemas políticos del centroderecha comienzan, sin embargo, a esclarecerse al fijarse líneas cada día más definidas de sus figuras. Un amplio sector de población moderada y no politizada del país mira al centroderecha como la alternativa imprescindible para frenar el avance del populismo y del estatismo. En página central le explicamos los aspectos relevantes hoy de ese espacio político.

Tema clave
Que el centroderecha tenga divisiones no le resta posibilidades en un país donde la izquierda tiene más, donde el peronismo sólo se agrupa con el poder, donde el radicalismo está astillado y donde ser el primero y que «los demás acompañen... detrás mío» es la norma de los que sobresalen en cada sector.

En favor del centroderecha habría que admitir que, en distinto nivel de convencimiento ideológico, tiene más figuras que el centroizquierda, que el populismo, que los dirigentes eclécticos y, desde ya, que ambos extremos del espectro político.

Se notan más, en primera avanzada, por ahora, a Ricardo López Murphy y Mauricio Macri en continuos desencuentros, pero también está el eficiente gobernador neuquino Jorge Sobisch, que tiene la particularidad de tener detrás hoy a una provincia rica y el poder arrastrar el federalismo, ya que a los dos primero se los considera «hombres del obelisco» o « capitalinos».

Aunque alambrados por su militancia partidaria serían también «centroderecha» varios gobernadores, como el caso del cordobés José Manuel de la Sota, quizás hoy el más imaginativo administrador de la cosa pública del país -incluyendo al gobierno nacionaly el más perceptivo sobre medidas que se van imponiendo como reclamo en la gente (por caso, los juicios por jurados en la Justicia, que ya implantó, o reducir el exceso de legisladores, ya que desplazó toda la tradición política de Córdoba e hizo sancionar la reducción de dos cámaras legislativas a una sola). De la Sota enfrenta, en el orden nacional, una curiosa situación de no asimilación de su imagen por la gente, lo que le costó perderse, quizá, la presidencia de la Nación cuando el bonaerense Eduardo Duhalde decidió practicar su deporte favorito: jugar al rango saltando urnas y terminó designando a Néstor Kirchner.

Quizás haya habido en ese momento de las definiciones cierto hastío con riojanos y cordobeses (desde Domingo Cavallo hasta Fernando de la Rúa entre éstos) que le negó mejor penetración en el electorado. Tal vez fue el exceso en acicalar su figura que lo mostró aristocrático sin serlo. Están también Luis Patti, los salteños Juan Carlos Romero y Ricardo Gómez Diez.

Desde ya, no es mal visto en el sector el bonaerense
Felipe Solá, un hombre que cumple el postulado básico del centroderecha como es gobernar con racionalidad económica. Por caso, tiene, pese a haber recibido una provincia desquiciada por la continuación Eduardo Duhalde-Carlos Ruckauf, la menor relación del país de empleados públicos por cantidad de habitantes. Esta no demagogia política no se justifica sólo en que la provincia de Buenos Aires sea rica. Santa Cruz lo es también hoy y está a la cabeza de esa relación.

Hasta son de alguna categoría de centroderecha -y basta oírlos hablar-el radical
Angel Rosas y muchos intendentes de ese partido como el intendente de San Isidro, Gustavo Posse, aunque, si el peronismo alambra, el radicalismo directamente tabica.

La desazón de lo opuesto a la izquierda no es, entonces, carecer de figuras para el futuro sino el no poder unirlas.
La elección legislativa de octubre del año próximo -donde le será difícil al centroderecha ganar frente a un gobierno con poder y excepcional «caja» a su disposición- es poco probable que ranquee a sus figuras hasta obligarlas a acatar preeminencias. Tal vez sólo aclare algo interno en Capital Federal,-Gran Buenos Aires y alguna provincia, pero triunfos holgados en el interior, si sobrevinieran, no aseguran el encumbramiento de candidatos futuros por provenir de menos votantes, aunque Carlos Menem y Néstor Kirchner hayan llegado a la Presidencia desde provincias más que chicas y, en el caso del riojano, sin una rica detrás.

Como la izquierda, los centroderechistas sólo aceptan dialogar a fondo para ver si logran convencer al otro de que se le pliegue.
Y viven coqueteándose porque no surge, como en los '90 en España, un centroderechista nítido, como fue José María Aznar, que aglutine, sin discusiones, a todos. Sin embargo, se perfila una línea divisoria entre los defensores de la economía de mercado, de la iniciativa privada, fanáticos de la libertad en todas sus formas tanto como de volver a insertar con respeto a la Argentina en el mundo.

• Sin disfraces

Por un lado, están los que quieren llegar o no llegar ahora, para persistir, sin desmembrarse, al triunfo electoral, pero que no sea nunca más por «disfraces», como fue el caso de Carlos Menem y su liberalismo surgido del pragmatismo más que de la convicción. Descartan que sea útil un arribo al poder del centroderecha, como fue el caso de Fernando de la Rúa, vía « alianzas» que puedan permitir ganar, pero no gobernar. Aquella Alianza de 1999 -un engendro que pergeñó principalmente el populismo de Raúl Alfonsín-puso de vicepresidente a un frepasista como Chacho Alvarez, a un ministro de Economía con antecedentes dirigistas como fue José Luis Machinea, junto con un banquero libreempresista como Chrystian Colombo, y terminó arrojándose a los brazos de Domingo Cavallo. Cualquiera haya sido la aptitud para el cargo de De la Rúa, estaba destinada al tropiezo desde el arranque una conformación así, aunque se haya impuesto en las urnas.

Por eso, esta
línea del centroderecha -que tiene su cabeza más visible en Ricardo López Murphy y en el gobernador Jorge Sobisch (aunque hayan tenido un fuerte enfrentamiento en el pasado) aspiraría a que, cuando vuelvan a ser poder la racionalidad económica, el respeto a las instituciones, la defensa de la libertad, la recuperación del federalismo con derechos y obligaciones, la apertura de la economía (que al centroizquierda actual en el gobierno se la va a imponer China, aunque no la ame), la real autarquía del Banco Central y el mejoramiento social vía no « clientismo» ni subsidio sino vía más productividad y desarrollo, ocurra proclamando, sin intermediarios no creyentes y sí voluntaristas, sus principios tradicionales y proclamando un capitalismo serio, ya que el marxismo en lo económico sólo queda en el mundo en Cuba y en Corea del Norte, tras abandonarlo definitivamente hasta China y Rusia.

La otra línea -donde prevalece Mauricio Macri-
es la que cree que los mismos ideales del centroderecha para imponerlos y llevarlos al poder, con un triunfo electoral, necesitan «una pata peronista». Lo analiza con el ex gobernador misionero Ramón Puerta.

En diálogo entre centristas se critican entre sí las tácticas. A los primeros, los de
«solos y a cara limpia o nada», los de la «pata peronista», les dicen que con tal táctica nunca llegarán al poder a reimplantar la mesura y el buen manejo de los fondos públicos y del Estado. Los otros les responden que ganar con Duhalde, si sucediera, sería caer en la inoperancia para gobernar de una nueva «alianza», como esa de 1999 del radical ismo-Frepaso. Los que defienden ir solos y autenticados como centroderecha recuerdan que una ley básica para el arribo al poder en política es la persistencia, sobre todo en países latinoamericanos sin reglas estrictas, como Estados Unidos, que aseguren el recambio permanente de las figuras políticas. Dicen que tal persistencia no debe ser solamente atributo de las izquierdas y recuerdan las muchas frustraciones previas al tributo desde Salvador Allende, en Chile, hasta Lula da Silva en Brasil con su legendario y hoy traumatizado Partido de los Trabajadores, PT, o, en estos días, el triunfo tras tres intentos fallidos de Tabaré Vázquez, en Uruguay.

• Motivaciones

Los que buscan «la pata» del PJ tienen motivaciones intrínsecas a su persona que los impulsan al acuerdo rápido para intentar llegar, aunque sea condicionados. No tienen la paciencia del de izquierda porque se sienten capaces de desempeñarse exitosamente en la actividad privada, generalmente empresarial, como para ejercer el cansador profesionalismo político plagado de bajezas. Quieren ejecutar ya, no medrar voto por voto para un eventual triunfo futuro.

Algunos, como es el
caso de Macri, sienten halago de decir que no son políticos «de carrera» mientras sienten que podrían ser mucho más útiles que ellos desde un cargo ejecutivo. Casi seguro es así, porque en la Argentina la política espanta a muchos brillantes que podrían enaltecerla.

Además, salvo por vicio, no necesitan llegar al poder para enriquecerse, ni para «realizarse» e impresionar a la familia y al barrio, ni para pisar una alfombra roja, tener una secretaria o un auto con chofer que pague el Estado.

Desde ya que no puede volverse al gobierno de elites del pasado, «de los ricos», aunque en Estados Unidos los candidatos a presidente lo son. En ese país se admira al que supo lograr fortuna. Aquí se le desconfía y, aunque puede ser injusto, pesan ejemplos del pasado. Las elites criticables de décadas anteriores lo eran porque terminaron trampeando el voto para mantenerse en el poder, alterando la democracia. Hoy trampean el voto -y
roban más, aunque «salpiquen»- los de cuna media o modesta, usando con demagogia los fondos públicos, con lo cual poco ha cambiado desde «las oligarquías» hasta ahora.

• Sinceridad

A Menem nadie lo votó porque haya dicho en su proselitismo que iba a ejecutar un gobierno de orientación libreempresista. Pero tampoco a Kirchner se lo votó sabiendo -ni Eduardo Duhalde lo sabía, menos entonces podía estar al alcance de la población-que encaminaría su gestión al centroizquierda, reivindicando el pasado setentista de enfrentamientos que nunca penetraron el interés de las clases bajas. Hace mucho que los argentinos votan para enterarse después de la orientación de quien ganó y cuando ya ocupa la Casa Rosada. No es muy democrático, como no lo es el ex gobernador Eduardo Duhalde salteando urnas permanentemente. Ni lo es hoy ganar los votos con buena «caja».

Por eso, los del centroderecha de
«solos o persistir desde el llano» prefieren la paciencia, pero sincerando el pedido de votos. Es un dilema nada fácil de resolver, que se irá despejando desde diversas usinas. No sólo las de los candidatos de este espacio, aunque terminen siendo los benefactores, porque es notorio en el centroderecha que no han sido ellos, precisamente, los que han soportado exilios, presiones, diatribas públicas, corrido riesgos comerciales, soportado escraches. Ni los que más han contribuido con más críticas de riesgo.

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