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El arte es un notable ejemplo de solidaridad

Gloria es desbordante, como la casa que habita, generosa, franca, comunicativa. Nos muestra todo a la vez y nos relata historias y anécdotas. Una gata, de tautológico nombre «Cat», nos acompaña por todo el recorrido y encuentra a cada paso tentadores rincones para desperezarse y hacer que dormita, mientras vigila, como al descuido, nuestra conversación.
Gloria César: Aunque cueste imaginarlo, supertímida. Bueno, aún hoy existe una parte de mi persona que lo es. (Se ríe. Su humor, entre absurdo e irónico, parece inundar casi todo lo que dice.) Es una confesión casi de vedette, ¿no? Leía todo el tiempo. Somos muchos hermanos y mis padres siempre nos educaron dando valor a lo cultural. Eramos una especie de familia Von Trapp vernácula. En realidad, era algo casi «natural» hablar de arte, ver exposiciones, «devorar» libros y revistas. Además, tanto mamá como papá eran artistas, decoradores y muy habilidosos con las manos. Organizaban y ambientaban fiestas para amigos. Una de las memorables fue la que realizaron para Dulce Liberal de Martínez de Hoz, figura mítica de nuestra sociedad, y se inspiraron en el famosísimo cuadro de Pierre Renoir «Le moulin de la galette». También cultivé, gracias a mi familia, el hábito de viajar. Y esa feliz circunstancia contribuyó, y mucho, a formar mi ojo estético. En ese aspecto fui una privilegiada y por suerte pude conjugar en una profesión muchos aspectos que caracterizaron mi vida.
P.: De esa época, ¿recuerda algún viaje en particular?
G.C.: Sí, las vacaciones que pasaba con mi familia en el Hotel du Cap - Eden Roc, que está situado en la punta extrema del Cabo de Antibes, a medio camino entre Cannes y Niza. Está enclavado en medio de un perfumado bosque de pinos, a orillas del Mediterráneo. Es un típico lugar de la Riviera francesa. El hotel está rodeado por un parque inmenso y cuenta con un majestuoso camino que lo comunica con el pabellón Eden Roc, construido cerca del mar, y con su espectacular piscina de cascada. En los últimos años se ha revitalizado y vuelto a poner de moda entre la nobleza europea y las estrellas de Hollywood. Recuerdo que en aquella época los viajes duraban meses, eran ya verdaderas vacaciones, no como ahora que uno viaja por horas.
P.: ¿Aquellas experiencias de qué le sirvieron?
G.C.: Visitar con frecuencia museos, palacios y jardines europeos que había visto en fotos fue vital para mi actual profesión, aunque en aquel momento nunca lo sospeché.
P.: ¿Qué estudió de manera específica?
G.C.: De todo un poco. Soy una típica acuariana, es decir muy curiosa, sensible, preocupada siempre por entender lo que pasa a mi alrededor. Soy, como me define un amigo, una eterna buscadora de lo imposible, sembradora de ilusiones. En fin, lucho desde siempre por construir, aunque sea un poco, un mundo mejor. En un primer momento había decidido ser médica, pero comencé a practicar como instrumentadora infantil en la ex Casa Cuna y comprendí que no podía enfrentar el dolor humano desde esa perspectiva profesional. Luego me decidí por la historia. En ese mismo tiempo trabajé como misionera en distintos pueblos y comunidades de las provincias de Buenos Aires y Corrientes. Sentí por aquella época un fuerte compromiso social. Y a él me entregué de lleno; la pasión siempre formó parte de mi personalidad.
P.: La solidaridad siempre participó de su visión del mundo.
G.C.: Sin duda. Primero, porque mi propia naturaleza expresa un fuerte desapego por el dinero. Lo material me atrae en un plano estético, pero no de posesión. Segundo, mi familia siempre me enseñó, desde la práctica y desde la teoría, a preocuparme y a hacerme cargo de las necesidades y problemas de los demás. Y por último, es fundamental resaltar que tuve una educación religiosa donde la mirada piadosa hacia los más necesitados siempre estuvo presente. Me sucede que para mí dar no es suficiente, también debo involucrarme, ser parte de esa acción, trabajar desde adentro por la solución posible del problema. Por eso fui misionera y ahora termino siendo siempre amiga de los que intento ayudar. No me gusta la distancia de los roles. Creo firmemente que la comunicación con el necesitado se logra sobre todo cuando una puede ponerse de verdad en la piel del otro. No es sólo dar, es también sentir y eso nos lleva de manera indefectible a comprometernos.
P.: ¿Cómo llegó a la decoración?
G.C.: Casi por casualidad. Llamé hace tiempo, prácticamente veinte años, a una amiga de toda la vida: la decoradora con mayúsculas Delia Tedín, para que me ayudara con la ambientación de mi casa. Y casi jugando fui entrando en el tema. Comprendí que todo lo que había vivido desde chica -como le conté- se convertía, casi sin proponérmelo, en una herramienta vital para el ejercicio de esta profesión. Empecé a ir a remates, a mirar revistas con otro interés, a privilegiar ciertos accesos por motivos familiares a determinados lugares exclusivos y volví a la universidad, esta vez para estudiar Historia del Arte.
P.: Volviendo a la solidaridad; son muchas las galas de entidades de bien público en las que usted suma su creatividad...
G.C.: Bueno, me hace mucho bien poder ayudar. En este caso, desde mi aporte laboral. Este año, entre tantas he ambientado La Noche del Vals, de COAS; la Gala Anual de ADEA Celebración Argentina; La Noche del Color, de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes; la comida Esplendor Barroco, de la Fundación Fernández, inspirada en el film de María Antonieta, de Sofía Coppola; la comida por los 10 años de la Fundación Cimientos; la Celebración Anual de Conciencia y la Gala 70 años del Museo Nacional de Arte Decorativo. Tengo en carpeta para las próximas semanas la fiesta de Fundaleu Famosos por la Vida, la de la Fundación Vida Silvestre y la de los hospitales De Clínicas y De Niños.
P.: Sabemos que en esos casos siempre dona sus honorarios.
G.C.: No me gusta ni debo hablar de eso. Todo lo que hago está hecho desde el corazón y eso es suficiente para mí. El arte es sobre todo sensibilidad y ésta no puede dejar de ser solidaria.
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