29 de octubre 2001 - 00:00

Los límites de la unidad

Satisfacción: Bush y Jiang, muy cerca, hombro con hombro
Satisfacción: Bush y Jiang, muy cerca, hombro con hombro
Por MICHAEL ELLIOTT

(TIME) -- Su cara de satisfacción era enteramente comprensible. Cuando el presidente George W. Bush llegó a Shanghai la semana pasada para la cumbre anual de Cooperación Económica Asia-Pacífico, que suele terminar con una foto de todos líderes luciendo la misma camisa ridícula, estaba encantado con la labor de la diplomacia norteamericana durante las últimas cinco semanas. Después del 11 de septiembre, las gélidas relaciones de muchos países con Washington se han derretido como un helado al sol. Rusia decidió situarse estratégicamente al lado de Occidente. El Gobierno de Pakistán, todo un dolor de cabeza durante una década, aceptó prácticamente todas las exigencias de Washington. Irán, con la cautela previsible, mostró un grado de apoyo a la posición estadounidense inédito en los últimos 20 años.

Y por último, en una mansión en las afueras de Shanghai, cuando el presidente se presentó junto a su par chino, el líder de una nación que Bush ha definido recientemente como un "competidor estratégico" de EE.UU., los dos mandatarios cantaban siguiendo la mismo partitura. El presidente Jiang Zemin condenó el "terrorismo en todas sus formas", mientras que Bush declaró sonriente que Jiang y su gobierno "están al lado del pueblo de EE.UU. en nuestra lucha contra esta fuerza del mal".

Dos días más tarde, Bush se reunió con el presidente ruso Vladimir Putin, cuya alma escrutara con resultados positivos hace cuatro meses. Bush le dejó ver qué tipo de recortes estaría dispuesto a realizar EE.UU. en su arsenal nuclear a cambio del beneplácito ruso al programa de defensa antimisiles norteamericano. El objetivo: cerrar un gran acuerdo nuclear en la cumbre entre los dos países que se celebrará en Crawford (Texas) en noviembre.

El nuevo estado de ánimo reinante entre EE.UU. y Rusia, que no sólo quedó patente en la cooperación en la guerra contra al-Qaeda y los talibanes, sino también por la repentina buena disposición de Moscú a discutir la posibilidad de la expansión de la OTAN, indica un auténtico cambio en las relaciones internacionales a partir del 11 de septiembre último. Pero si es listo, Bush deberá racionar sus sonrisas. La coalición contra el terrorismo es frágil y no parece que vaya a cambiar el mundo por sí sola.
Como muestra valga el núcleo de la coalición. Los británicos, los aliados más próximos a Washington, han expresado claramente que su apoyo no es ilimitado. En particular, Londres declara que no ve evidencia de la implicación iraquí en las atrocidades y, con las pruebas disponibles, no apoyaría una guerra para derrocar a Saddam Hussein, algo que muchos de los conservadores en el Gobierno de EE.UU. desean emprender ansiosamente.

La apertura a Irán sigue siendo sólo eso: una puerta por la que ninguno de los dos bandos ha tenido la valentía de pasar. Bush y el presidente iraní Mohammed Khatami tienen mucho en común. Los dos gobiernos aborrecen a los talibanes. Ninguno de los dos quiere a Saddam Hussein. De hecho, los contribuyentes norteamericanos mantienen una nueva oficina en Teherán con 20 empleados del Congreso Nacional Iraquí, el grupo opositor iraquí favorito del gobierno de Bush. Ambos le sonríen, cruzando los dedos, a la Alianza del Norte afgana, muchos de cuyos líderes tienen su residencia y sus familias en Irán. Teherán ha dicho que si se diera el caso de que fuerzas norteamericanas se perdieran en el interior de Irán, permitirá al ejército norteamericano llevar a cabo operaciones de búsqueda y rescate en su territorio.

Además, la semana pasada el Gobierno norteamericano le pidió a un juez federal que desestimara la demanda por 10.000 millones de dólares contra Irán presentado por los norteamericanos que fueron mantenidos como rehenes entre 1979 y 1981. Todo esto indica cierto progreso. De cualquier forma, Irán preferiría que la guerra contra el terrorismo se librara bajo la bandera de las Naciones Unidas; y continúa manteniendo cierta distancia con la coalición. Es posible que la retórica del presidente Bush no haya sido de gran ayuda. "Los iraníes", asegura Judith Yaphe, ex funcionaria de la CIA y ahora en la Universidad Nacional de Defensa, "se asustaron con el lenguaje de Bush de todo o nada".

Bush podría descubrir pronto que las expresiones chinas de buena voluntad no llegan tan lejos como cree. Con un ojo puesto en las ventas chinas de tecnología de misiles, Bush presionó a Jiang en Shanghai a "restringir la expansión armamentista en todo el mundo". Jiang cambió de tema. Bush dice que ha recibido un "firme compromiso" de Beijing para ayudar en la guerra de la inteligencia contra el terrorismo. Eso estaría bien; pero nadie sabe con seguridad qué información de inteligencia relevante pudiera tener China, si es que tiene alguna. Además la incursión norteamericana en Asia central a causa de la guerra en Afganistán y un nuevo acuerdo militar con Uzbekistán ha colocado a EE.UU. en el patio trasero chino. Con el horror del 11 de septiembre todavía fresco en la memoria, China podría tolerarlo, pero no por mucho tiempo. "Hay personas en el Gobierno de China que están muy preocupadas por la presencia norteamericana en sus fronteras", dice Chu Shulong, experto en relaciones chino-estadounidenses en la Universidad Tsinghua de Beijing.

Pero imaginemos por un momento que todos los miembros de la coalición contra el terrorismo hicieran exactamente lo que quiere Bush; supongamos que EE.UU. China y Rusia marcharan al unísono hacia el horizonte, como los campesinos en un viejo póster soviético. Supongamos que la guerra contra el terrorismo modificara la política internacional. ¿Se notaría una mejora en el mundo?

No necesariamente. Cuando la política viene determinada por un imperativo único -la defensa antimisiles, la erradicación del terrorismo- deforma la perspectiva. Es difícil admitirlos cuando la zona financiera de Manhattan está todavía humeante, pero la presidencia de Bush tiene que ser algo más que la destrucción de Osama bin Laden. John Chipman, director del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Londres, advierte a Washington que no debe contemplar todo el mundo a través del prisma de la guerra contra el terrorismo. "Hay que hacer cosas en Africa y Asia", destaca. "No se puede juzgar a una nación únicamente por su respuesta al terrorismo". Ese fue el error norteamericano durante la Guerra Fría, cuando apoyaba a cualquier régimen, por muy corrupto que fuese, con tal de que se manifestara a favor de la guerra contra el comunismo soviético. Y esta política ha acumulado décadas de resentimiento en el mundo en desarrollo.

Incluso la coalición más sólida contra el terrorismo no puede arreglar todos los problemas del mundo. La tragedia forma parte de la condición humana. Por ello, la práctica racional de la política internacional está siempre a merced de lo irracional: de gentes (o países) que creen vehementemente en la justicia de su causa y la perfidia de sus enemigos. La semana pasada, Bush recibió dos recordatorios de este principio. Rehavam Zehevi, ministro israelí, fue asesinado por pistoleros palestinos, una acción que el primer ministro Ariel Sharon comparó con los ataques contra Washington y Nueva York. Los funcionarios de EE.UU. admiten con franqueza que su capacidad para contener la furia israelí es menor que hace diez años, durante la guerra del golfo.

Dos días antes de la muerte de Zehevi, India, en venganza por un atentado suicida en Srinagar que se cobró 42 víctimas con una bomba, había lanzado un bombardeo al otro lado de la línea de control en Cachemira, una provincia controlada por Pakistán. El ataque tuvo lugar el mismo día que el secretario de Estado Colin Powell llegaba a Islamabad para ofrecer el apoyo de EE.UU. al gobierno de Pakistán. Más tarde, Powell prometió idéntico grado de apoyo al gobierno del primer ministro Atal Bihari Vajpayee en Nueva Delhi. Nada le encantaría más que que persuadir a India y Pakistán para que resuelvan la cuestión de Cachemira de forma pacífica. Pero otros intermediarios lo han intentado en los últimos 50 años y todos han fracasado. "Evidentemente no estamos en posición de ordenarle a la gente que se ponga firme y que nos haga caso", dice un funcionario del Departamento de Estado.

Por encima de todo lo demás, una coalición dirigida por políticos, soldados y diplomáticos no puede ser la única manera de eliminar los focos de fanatismo, pobreza y alienación de los que se nutre el terrorismo. Hace falta mucho más: ayuda económica, diálogo cultural y religioso, esperanza.
Si no lo creen, escuchen a Muzammal Shah, miembro del grupo radical de Cachemira Lashkar-e-Tayyaba, en Islamabad. "Hay miles de mártires cachemires", declara vehementemente. "No podemos dejar que su sangre haya sido derramada en vano". Para conmover a quienes definen a vida como una batalla sangrienta, la diplomacia, por muy hábil que sea, es una herramienta insuficiente.

-Informes de Massimo Calabresi y Adam Zagorin/Washington, Mathew Forney/Shanghai, Syed Talat Hussain/Islamabad, J.F.O. McAllister/Londres y John F. Dickerson con Bush

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