“Esta obra me hizo acordar a las que veía cuando me formé como actor, Miller o Shakespeare, porque si bien es contemporánea, es un texto que dispara debate y se vuelve universal”, dice Diego Gentile, protagonista de “Consentimiento”, que se estrena en el Maipo el martes próximo con dirección de Carla Calabrese y Mela Lenoir.
“Consentimiento”: éxito europeo llega al país
Diálogo con Diego Gentile y Bruno Pedicone, dos de los intépretes de la obra de la inglesa Nina Raine que dirigirán Carla Calabrese y Mela Lenoir.
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Escrita por la inglesa Nina Raine, cuenta con actuaciones de Lenoir, Iride Mockert, Daniela Pantano, Bruno Pedicone, Alejandra Perlusky y Sebastián Suñé. Producida por The Stage Company, “Consent” fue éxito en el exterior por lo que se compraron los derechos de modo que con “El curioso incidente del perro a la medianoche”, “Come from away” y “Shrek, el musical”. Dialogamos con Gentile y Pedicone.
Periodista: ¿Qué repercusiones tuvo la obra en Europa y cuáles cree que tendrá en Buenos Aires?
Diego Gentile: Es de esas obras que no te sueltan fácil porque todos personajes hacen sus cosas buenas, cuestionables, cometen errores, los reconocen o no, mienten en sus vínculos, a sus parejas, a sí mismos. Habla sobre el abuso, la amistad, el amor, el no amor, las formas de amor, la libertad, lo tóxico dentro de los vínculos. Si hay dos personas hay dos versiones de un mismo hecho.
Bruno Pedicone: La Argentina no será la excepción y si bien la obra no es política ni se enrola en una ideología, instala un debate sobre la violencia de género y el lugar de la mujer que se está repensando. Hay dos tipos de obras, aquellas que abren preguntas y otras que cierran respuestas, esta es de las primeras. Ojalá no sólo abra al debate intrafamiliar.
P.: ¿Cómo es la puesta en escena a diferencia de la versión europea?
D.G.: No tiene nada de literalidad, hay una gran decisión, empezando por la escenografía que es toda de cartón, la manejamos los actores, la entramos, la sacamos, jugamos como servidores de escena, es una obra coral de siete actores que entramos y salimos todo el tiempo. El Maipo está equipado a nivel técnico como en Broadway, es el cliché de los grandes teatros. No es realista, no está montado en la casa donde transcurre, es una obra que hace trabajar al espectador, potenciándole la imaginación. Es una puesta y apuesta importante, Tiene poesía, hace que el espectador complete los ambientes. Los personajes se van destruyendo y lo que ocurre con la escenografía es desarmarse y dejar de ser lo que era.
B.P.: Hay un concepto audaz en relación al vestuario, las luces, sonido, musicalización, que permitirá al espectador encontrar más capas de lo que está pasando y cómo se va modificando aquello que se ve, más allá de lo que se dice.
P.: ¿Qué otros temas aparecen en la obra?
D.G.: La Justicia y cómo no es la misma según se juzgue a clases altas o bajas. La conveniencia de seguir sosteniendo vínculos para ver que nuestra vida no está vacía. Hay varios personajes que son abogados, un tema de abuso que están tratando y dos de ellos son amigos. Uno defiende a la víctima, otro al victimario, y en las reuniones de estos amigos hablan del caso como si no hubiera personas en el medio. Se muestra cómo se puede argumentar en defensa del abusador y del abusado. Ese caso funciona como disparador para hablar de los abusos dentro de las parejas.
B.P.: Hay cierto paralelismo de mundos. Por un lado están estos abogados penalistas de clase media habituados a ver violadores, asesinos, y hay desapego o desconexión a las circunstancias de eso. Ellos parecen controlar y conocer este mundo pero siempre desde una distancia emocional. Como si el mundo legal fuera solo trabajo y creen que no se les meterá en su casa y su cama. Entonces ya no serán solo eso sino esa gente que también sufre abusos o violencia en sus vínculos. Hay una microviolencia no necesariamente es física sino verbal o emocional.
P.: ¿Cómo es el juego de ubicar al público como juez y como jurado?
D.G.: La autora hábilmente construye buena dramaturgia porque ninguno de los siete personajes está de relleno, a todos les pasan cosas. Son muy distintos, muy interesantes, todos buscan algo, y todos son cuestionables. Uno se identifica con uno y luego con otro, y le suelta la mano a uno y luego al otro, eso está muy bien delineado.
B.P.: La obra invita al espectador a un viaje activo y a tomar partido. A partir de ahí se puede empezar a debatir para escuchar las otras verdades. Qué pasa si ninguno miente, qué verdad vale. Los relatos en la corte son como el aceite y el agua pero en la vida sí se pueden mezclar. Eso incomoda y es audaz a nivel apuesta. La obra no toma partido. Hay matices y nada de lo humano y vincular es absoluto.
P.: ¿Cómo ven la escena teatral actual?
D.G.: Hay muchas comedias en cartel con el humor como algo seguro para que el público vaya, faltan obras para reflexionar y debatir, falta riesgo y apuesta. Falta teatro de texto. A la cultura la veo en un momento de crisis, los productores no quieren perder dinero y van a lo seguro, que son las comedias y las reposiciones de hace 15 años, por eso celebro estas grandes producciones que quien no tiene recursos para viajar la puede ver en Argentina. Soy bicho del teatro independiente, hay una idea de hacer un unipersonal que retomaría en abril. Siempre estoy repartido entre lo comercial y lo independiente porque son complementarios, uno le da motor al otro.
B.P.: No hay otra propuesta similar a ésta, es distinta, particular. Voy a volver al independiente con “Cuando la lluvia vuelva a caer” en el Border, es una segunda temporada después de llenar las más de 100 localidades y en mayo “Tío Vania” en Espacio Callejón.
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