El mercado ha pasado a un estado mucha preocupación
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Gordon Gekko: La vida continúa, aunque restablecer la normalidad fue, de verdad, una tarea titánica. Es como quien observa un iceberg. Los esfuerzos que uno ve sobre la superficie no son nada comparado con lo que se tejió por debajo.
P.: Todo el mundo quedó muy impresionado con la irrupción de una dosis mayúscula de pragmatismo en Wall Street. Las reglas de siempre y el laissez-faire tuvieron que acomodarse a las necesidades del momento.
G.G.: Wall Street recurrió a la misma medicina que criticó en Asia cuando los gobiernos de Oriente tuvieron que hacerle frente a la crisis de 1997 y 1998. Afortunadamente, Wall Street tiene mejor prensa.
P.: La Fed bajó medio punto las tasas, la comisión de valores (SEC) relajó la normativa accionaria con obvio beneficio para las cotizaciones y el presidente Bush prometió un nuevo paquete de estímulo fiscal si resultara necesario. ¿Qué faltó?
G.G.: Restringir la venta de acciones en descubierto. Se evaluó pero se desechó formalmente. En definitiva, quedó dentro del terreno difuso del pacto de caballeros que se selló entre las principales firmas de Wall Street. Como le ocurriera al premier malayo Mahatir en 1997, es difícil conciliar el sueño mientras los «hedge funds» (fondos de cobertura) merodean su presa. Pero, a decir verdad, son dos situaciones muy distintas: Wall Street no es Malasia. Mahatir nunca pudo fabricar dólares y por eso se vio obligado a un remedio tan brusco como clausurar la salida de capitales.
P.: Wall Street tiene a mano escapes más elegantes.
G.G.: Una semana antes de los atentados, el sistema financiero contaba con una posición de 1.500 millones de dólares en reservas excedentes. Una semana después debe contar con más de 75 mil millones, a juzgar por la información parcial que fue virtiendo la Fed.
P.: ¿Qué son las reservas excedentes de los bancos?
G.G.: El sobrante de encajes por encima de las reservas que deben mantener por ley. Todavía no se publicó la información oficial. Pero estamos sugiriendo que los bancos pueden tener hoy tres veces el nivel de encajes sobre depósitos que exigen las normas. Esa es un arma contundente.
P.: Aparte, la Fed bajó medio punto las tasas cortas de interés.
G.G.: Correcto. Y estimuló el uso amplio de la ventanilla de descubierto. Cuyo costo también recortó medio punto. A 2,50% anual, la tasa de descuento se encuentra en el nivel más bajo desde 1959. Pero, hoy por hoy, tampoco hay que molestar a la Fed como sí hubo que hacerlo la semana última.
P.: ¿Por qué?
P.: Greenspan no titubeó en su respuesta.
G.G.: Todavía estaba en Suiza -donde lo sorprendieron los atentados-y ya estaba al comando de la operación liquidez. Y a juzgar por la baja coordinada de tasas que se produjo en todo el mundo, esta semana Greenspan pudo armar una alianza multilateral mucho antes que el presidente Bush.
P.: ¿Se puede cantar victoria?
G.G.: Se ganó una batalla. Sin duda. Que hubiera sido clave si se perdía.
P.: Hay triunfos a lo Pirro. Este se obtuvo con muy pocas bajas. Nadie podía esperar una suba en Wall Street.
G.G.: No me apresuraría a hacer el balance. No todavía. Hay que esperar un reflujo del «patriotismo» y del reino de la excepción. Ignoro, por ejemplo, cuántas acciones han terminado absorbiendo los bancos.
P.: ¿Los bancos?
P.: Entiendo.
P.: Todavía Wall Street puede bajar más.
G.G.: Sería muy razonable. Hemos trocado el estado de pánico por uno de vigilia. De mucha preocupación. Tenso. Aunque no se sepa de qué tenemos que cuidarnos. Ambos estados son corrosivos para los activos de riesgo. Pero claro, el segundo es mucho menos letal que el primero.
P.: La situación tiene una semejanza notable con los prolegómenos de la Guerra del Golfo.
G.G.: Correcto. Nada fue peor que los preparativos. Fueron diez semanas muy duras.
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