En las mesas de póker -y en las de dólar-, la frase "pagar para ver" resuena como un mantra entre los jugadores experimentados.
Luis Caputo-Scott Bessent: qué discuten desde hoy y cómo es el "desarme cambiario" que prometió Javier Milei
Esta semana, los equipos técnicos de Bessent y de Caputo se reunirán para delinear los contornos del paquete de ayuda ya anunciado, aunque todo queda supeditado al veredicto de las urnas.
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Desde este lunes, comienzan las negociaciones técnicas del paquete de ayuda.
No se trata solo de apostar fichas, sino de forzar al rival a revelar sus cartas verdaderas antes de comprometer recursos mayores. Es un gesto de astucia, donde el que paga primero dicta el ritmo de la partida, exigiendo pruebas de solidez antes de exponerse al riesgo. Así opera, en esencia, la dinámica actual entre Washington y Buenos Aires: el Tesoro de Estados Unidos, bajo la batuta de Scott Bessent, no soltará un centavo sin que el Gobierno "pague" con un esfuerzo tangible de consenso político. El desarme de las bandas cambiarias postelectoral no luce como un mero tecnicismo, sino la carta que Javier Milei debe mostrar para desbloquear el mazo completo del paquete de asistencia. Solo entonces, el "farol" de la estabilidad se convertirá en una mano ganadora.
Las evidencias emergen por doquier. En su discurso de ayer en la Feria Internacional de Turismo 2025, el Presidente negó de plano cualquier devaluación inminente y reiteró que "la solución no es volver al catastrófico sendero de las devaluaciones recurrentes". Piedra libre para una política que Washington ha puesto sobre la lupa porque copia, a no dudarlo, las advertencias del FMI en esta materia.
Comienza la negociación
En las vísperas de las elecciones del 26 de octubre, el paralelismo del juego adquiere contornos dramáticos. Esta semana, los equipos técnicos de Bessent y del ministro Luis Caputo se reunirán para delinear los contornos del paquete de ayuda ya anunciado, aunque todo queda supeditado al veredicto de las urnas. Ese intercambio preliminar podría cerrarse incluso antes de la fecha electoral, pero las autoridades en Washington han sido categóricas: no habrá desembolsos tangibles hasta después del escrutinio.
El Gobierno navega entre la urgencia fiscal y las expectativas de un respaldo clave desde el norte. El paquete elaborado por el Tesoro estadounidense se compone de tres variantes principales: un swap de monedas por u$s20.000 millones para reforzar las reservas del Banco Central, líneas de crédito contingentes que amortigüen volatilidades en los mercados emergentes y adquisiciones directas de bonos soberanos en dólares que funcionen como colchón ante turbulencias imprevistas.
Esta arquitectura, pensada para inyectar liquidez sin generar dependencias asfixiantes, representa un puente hacia la normalización, pero su activación plena pende de hitos políticos y reformas que aún flotan en la incertidumbre electoral. La declaración de Milei, pronunciada en las últimas horas, subraya esta cautela al rechazar el "catastrófico sendero" de devaluaciones pasadas, priorizando un desarme gradual que evite traumas inflacionarios y preserve la disciplina fiscal que, según él, "no se negocia".
Nos vemos después de octubre: las tareas pendientes
El núcleo de la tensión, empero, radica en la temporalidad implacable: el préstamo no está disponible en este momento. Fuentes del Ministerio de Economía confirman que, pese a las presiones por un flujo acelerado de divisas, Washington mantiene una cautela calculada, priorizando la consolidación poselectoral sobre cualquier prisa. Este retraso fuerza al Ejecutivo a equilibrar con precisión los compromisos inmediatos —pagos de intereses sobre deudas externas y cobertura de importaciones vitales— en un escenario donde las reservas netas del BCRA rozan umbrales de alerta.
La postergación no solo magnifica la volatilidad en los mercados locales, sino que cuestiona la viabilidad de la narrativa oficial de un "aterrizaje controlado" en plena campaña, un discurso que Milei ha reforzado al advertir contra el "catastrófico sendero" de devaluaciones que, según él, solo perpetuaría la inestabilidad y frenaría el crecimiento a largo plazo. En el plano formal, el Tesoro exige consensos amplios para impulsar reformas estructurales, un desafío que obliga a Milei —el león de la austeridad— a asumir un rol más conciliador.
Además, distintas evaluaciones advierten que el swap por sí solo no bastará para afrontar los vencimientos de deuda en 2026 y 2027, que podrían ascender a unos u$s37.000 millones, dejando al Gobierno ante un dilema ineludible: un salto en el tipo de cambio, desarme pausado de las bandas con flotación o el retorno a restricciones más severas sobre la movilidad de capitales.
El compromiso asumido por el presidente Milei emerge como el eje de este enredo: el desarme de las bandas cambiarias una vez cruzado el umbral de las urnas. El régimen vigente, con un piso de $946 por dólar y un techo de $1.478, confina al dólar oficial en un corredor angosto que ha evitado saltos disruptivos, pero a expensas de intervenciones cotidianas del Banco Central que devoran divisas escasas. Este andamiaje, ha sido tildado por expertos como un "parche coyuntural" que enturbia señales de precios y ahuyenta capitales auténticos.
Tanto Washington como el FMI han instado a su eliminación progresiva, advirtiendo que su persistencia perpetúa distorsiones. En las mesas de diálogo recientes, este punto ha cobrado protagonismo como uno de los dos pilares mínimos: la clausura definitiva de las bandas tal como funcionan hoy, junto con un plan concreto para engrosar las reservas internacionales, en un contexto donde el acceso a financiamiento de mercados globales se complica por el riesgo país en ascenso.
Un adelanto como prueba de amor
Aun en este sendero, el Ejecutivo ha desplegado sondeos sutiles para tantear algún adelanto del préstamo. Equipos técnicos han entablado diálogos con instituciones financieras de élite en Wall Street buscando anclar un asesor pivotal en la reestructuración de obligaciones con tenedores privados. El objetivo: liberar una tajada inicial, una especie de adelanto, que actúe de puente hasta la plena concreción del paquete. Sin embargo, hasta ahora, las réplicas han sido esquivas, un eco del "pagar para ver" que exige primero el desarme cambiario como prenda de seriedad política, y que vincula todo avance a la acumulación de reservas como condición sine qua non. Las medidas recientes del Gobierno, como la adquisición de más de u$s1.700 millones por parte del BCRA y ajustes parciales en los controles de cambio, revelan un enfoque precavido, pero analistas coinciden en que tales pasos aislados no bastan para anclar la economía sin un viraje más profundo.
El préstamo, que se vislumbra accesible más adelante, se erige como impulsor de transformaciones de fondo, una "zanahoria" de Washington para Milei. Dirigido por Bessent, el soporte está condicionado al acatamiento de objetivos con el FMI, abarcando no solo el swap, sino herramientas para estabilizar el tipo de cambio y magnetizar inversión directa foránea. Según sostuvo el presidente, este diseño integral aspira a fracturar el bucle de crisis endémicas en Argentina, donde la inestabilidad cambiaria ha sido un grillete perenne. Observadores locales proyectan que, activado, el paquete podría inflar las reservas brutas, facilitando una unificación paulatina del mercado cambiario "sin estallidos", siempre que se cumplan esos presupuestos mínimos que han emergido en las rondas técnicas.
En tándem, el desarme de las bandas poselectoral se impone como el lindero inexcusable. El Gobierno ha esbozado una transición a un flotación "sucia", con toques selectivos del BCRA avalados por entradas de dólares del agro y la minería. Tal viraje no solo descargaría la carga sobre las reservas, sino que armonizaría al país con cánones globales de claridad monetaria. Sin esta movida, el respaldo estadounidense podría posponerse sine die, pues un esquema más laxo se percibe como fundamento para recobrar la fe de los capitales, y para elevar las reservas a niveles que garanticen solidez ante shocks externos. El debate interno gira en torno a esta encrucijada: optar por un dólar más caro, que impulse superávits comerciales y cubra la demanda de ahorros en divisas, o reforzar barreras para preservar la estabilidad de precios a corto plazo.
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