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Allí en algún momento se levantará un predio ferial industrial con la declarada -por el propio Kirchner- intención de competir con La Rural, cuyo dueño es el opositor Francisco De Narváez asociado con la Sociedad Rural Argentina, que encabeza el sector más díscolo de la producción frente al gobierno. La «donación», entonces cumplió con el doble propósito de ser un acto de campaña electoral y de ponerle una pica en Flandes al campo, amenazándolos con arruinarles el negocio de las ferias.
Según fuentes de la entidad fabril, la gestión se inició por idea de Lascurain hace un mes, ante el titular del ONABE Fernando Suárez; la semana pasada los sorprendieron al informarles que el Presidente haría el anuncio y firmaría la cesión en el acto por el Día de la Industria. Así fue.
«Estar en La Rural al sector industrial le cuesta u$s 10 millones al año», se encrespaba Samuel Kait, un metalúrgico setentón que gritaba a quien quisieraescucharlo que el predio había sido una causa lanzada por él «hace cincuenta años; tuvo que venir Kirchner para concretarla. Y por supuesto que hay un enfrentamiento natural entre la industria y el campo». Después, se acercó a la mesa principal, encaró al Presidente, le dio un abrazo y le agradeció en persona.
El sureño sonrió, como hizo durante las casi tres horas que pasó en el salón que regentea el mercantil Armando Cavalieri. Después de todo, estaba entre amigos: lo recibieron al llegar el propio Lascurain, Luis Betnaza (Techint), Héctor Massuh (papeleros), Federico Nicholson (Ledesma), José Ignacio de Mendiguren, Adrián Kaufmann Brea (Arcor) y Juan Carlos Sacco (gráficos). Todos ellos más el vice Daniel Scioli; el jefe de Gobierno, Jorge Telerman; el ministro de Economía (un hombre de la casa), Miguel Peirano y, por supuesto, la senadora bonaerense, se sentaron a la mesa principal.
En la de atrás se acomodaron Hugo Moyano y Daniel Funes de Rioja con el titular de la AFIP, Alberto Abad, a modo de árbitro y componedor. Al lado de la principal se sentaron los ex titulares de la UIA Alberto Alvarez Gaiani y Héctor Méndez con el secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Carlos Zannini; el ministro de Salud, Ginés González García; Carlos Felices (Telecom), Carlos de la Vega (Cámara de Comercio), Luciano Miguens (Sociedad Rural Argentina) y la embajadora de Honduras.
Las dos ausencias en «la mesa de los novios» fueron el ministro de Planificación, Julio De Vido, y el gobernador bonaerense, Felipe Solá. Alguna vez el mejor amigo de los industriales dentro del gobierno, De Vido (se sentó con el canciller Jorge Taiana) no encontró lugar junto a la pareja presidencial y los dirigentes de la UIA, a pesar de ser él quien «donó» las tierras en Parque Patricios: el ONABE (el órgano que administra las tierras fiscales aledañas a las vías férreas), depende de su cartera. Lo llamativo es que llegó después de Kirchner y no había nadie en la puerta del Golden Center para recibirlo.
El caso de Solá habría sido más complicado: pidió expresamente estar en la mesa principal y le dijeron que no era posible, por lo que declinó la invitación y mandó en su representación a la ministra Débora Giorgi, también ex colaboradora de la UIA.
Entre los 1.500 comensales estaban Margareth Enríquez (Chandon), Roberto Feletti (Banco Nación), Martín Loustau (Banco Provincia), José Luis Basso (válvulas 3B), el secretario de Agricultura Javier de Urquiza, Enrique Jurkowsky («Radio Victoria») y la embajadora en Caracas, Alicia Castro, de tailleur, cartera, zapatos y escote de riguroso rojo chavista.
Tras los discursos (ver aparte), la UIA entregó los premios «Carlos Pellegrini» a la trayectoria. Recayeron en Repsol YPF, en Telecom Argentina y en Unilever. Llamativo: a pesar de las concurrentes manifestaciones a favor de la industria nacional, las cucardas y plaquetas fueron a parar a manos de tres empresas de servicios, de capital extranjero.
Uno de los muchos contrasentidos de una jornada que se prolongó más de lo esperado, dada la extensión (casi 45 minutos) del discurso presidencial. «Lo copian a Chávez hasta en el largo de los discursos», dijo off the record la única voz medianamente crítica que pudo escucharse ayer en el Golden Center. El resto estaba intoxicado por los vahos de la reindustrialización.
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