Los rumores de clausura llegaron a fines de octubre. Fue luego de que Bignone decidiera en menos de cinco días cerrar La Semana (el semanario de Editorial Perfil que antecedió a Noticias de la Semana), Quórum (del italiano radicado en el país José Palozzi y de Guillermo Patricio Kelly) y Línea (una revista política de orientación peronista que dirigía el historiador José María Rosa). El propio Gobierno tuvo que salir a aclarar en público que Humor no correría la misma suerte luego de que una veintena de cronistas se acercara a la calle Salta para cubrir la noticia.
Cuando en la redacción no se recibían amenazas de bomba o la visita de personajes extraños, varios Ford Falcon merodeaban el edificio o policías de civil pedían documentos, revisaban, acosaban. Enrique Vázquez podía dormir alguna noche en el apart hotel del Bauen (otro canje), más por cautela que por algún dato cierto. Los artículos que escribía tocaban donde nadie más se animaba, sin sutilezas y con información pura y dura. "Por tu culpa vamos a volar todos por el aire", le reprochaban, medio en broma, medio en serio, algunos compañeros.
En el número 90, la columna de Vázquez dio cuenta por primera vez en la prensa argentina acerca del rol de Alfredo Astiz en la desaparición de Dagmar Hagelin y las monjas francesas. Cascioli y Vázquez (designado junto a Fabre en la secretaría de redacción) fueron invitados a cenar una noche de esos días por alguien que se identificó como miembro del Gobierno. Cuando entraron al restorán se dieron cuenta de que sólo había seis uniformados y el personal gastronómico: el lugar había sido cerrado para la "comida". Hacia los postres, los militares hicieron saber que no querían que se publicara la entrevista que Soriano le había hecho a Hipólito Solari Yrigoyen. (...) Pero lo curioso es que cuando los militares exigían censurar ese reportaje, los pliegos de la revista ni siquiera habían llegado a la imprenta. No lo aceptaron y la entrevista salió como estaba previsto. (....).
Los militares ya habían anunciado elecciones democráticas para octubre de ese 1983 que darían por terminado el régimen militar. El primer número de enero de Humor, el 97, tenía en tapa la tradicional imagen de mujer que porta espada y balanza, lleva venda en los ojos y representa a la Justicia, montada en una patineta detrás de Cristino Nicolaides, entonces jefe del Ejército y miembro de la junta militar que encabezaba Reynaldo Bignone y presidía el país. La caricatura mostraba que la patineta estaba levantada y ambos ocupantes perdían el equilibrio. Adentro Vázquez revelaba las amenazas que habían llevado a exiliarse en Brasil al juez federal Pedro Narvaiz. En el tribunal del magistrado se colaboraba con Italia para dar con las ramificaciones en círculos castrenses criollos de la logia Propaganda Due y por otro lado el nombramiento como funcionario argentino de Licio Gelli, mandamás de esa organización; se tramitaba un expediente sobre maniobras en torno a la represa de Yacyretá y en la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales y el secuestro y desaparición de Fernando Branca, entre otras causas. (....).
En la nota de la patineta -titulada "La justicia condenada"- Vázquez reproducía un diálogo entre Narvaiz y el auditor del Ejército Héctor López Domínguez en el que el militar le aseguraba al magistrado que Nicolaides "estaba muy irritado" con los recursos de hábeas corpus que él admitía en beneficio de presos políticos, que se analizaba incluirlo en un "Acta Institucional" y que "los oficiales jóvenes, que tienen las manos manchadas de sangre, piden su cabeza".
El magistrado decidió renunciar y marchar al exilio. Consiguió dos pasajes a Río de Janeiro para el sábado 18 de diciembre. Hizo cuatro copias de las últimas sentencias que había dictado y del texto de la dimisión. Un ordenanza del juzgado la llevaría el martes siguiente a La Razón, La Nación y La Prensa. De Clarín se encargaría en persona: el viernes anterior a volar a la cidade carioca, Narvaiz citó a Gregorich en el bar El Foro de Corrientes y Uruguay. Se conocían del secundario y ahora el periodista era editorialista y jefe de la edición internacional de Clarín, además de colaborador en Humor. Narvaiz quería contarle qué pasaba y darle el mismo sobre que iría para la competencia. Le suplicó no revelar el tema hasta el martes cuando llegaría a los otros tres diarios y él ya estaría lejos. (...).
Cuando salió la revista, Vázquez puso los condimentos de la renuncia en una impensada exclusiva. Estaba en el número 97 que salió de las rotativas entre el lunes 10 y el martes 11 de enero.
Como hacía siempre, Juan Zahlut fue cerca del mediodía hasta Fabril Financiera, en Vieytes y California, en Barracas, donde imprimían entonces. Zahlut había trabajado en Satiricón y estaba en La Urraca, por intermedio de Portal & Alpellani, casi desde los inicios (...). Ese día, en vez de los 50 ejemplares que se llevaba de la imprenta tomó 150. Cuando llegó a Salta 258 se enteró del llamado del abogado de la empresa Eduardo Miranda (el ex socio de Terragno) que alertaba que el Gobierno militar había ordenado a la Policía Federal secuestrar el número. (...). El operativo comenzó por la mañana en la imprenta y en las playas de la distribuidora Machi (Vélez Sarsfield 1857), se extendió por el resto del día a algunos quioscos e incluso a las rutas donde hombres de civil pararon los camiones que repartían al interior. "Tano, quedate tranquilo que yo te las distribuyo", le prometió a Cascioli Ángel "Cholo" Peco, dirigente histórico de la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines. Así fue (...).
La decisión del Gobierno fue un escándalo de proporciones y adquirió una repercusión impensada. El decreto anunciaba el inicio de acciones legales. (...) En los tribunales porteños, la causa iniciada por el Gobierno recayó en el juzgado federal de Oscar Salvi. Como hacía con todas las denuncias de delitos contra el honor -calumnias e injurias-, el magistrado le ordenó al secretario "patear" la audiencia para cuando terminara el turno. Salvi creía que en este tipo de denuncia el juez es apenas un espectador de lujo y debe mediar hasta que las partes acuerden. Aun cuando una de ellas fuera el Gobierno militar.
El día del trámite conciliatorio el despacho del juez lucía impecable como siempre. Ubicado en el quinto piso del Palacio de los Tribunales, era una "habitación" de unos 100 metros cuadrados, piso de madera, techo alto, pintado en sepia, con las ornamentaciones sobrias como el crucifijo de madera y la espada de la justicia. En cada esquinero las sillas curules tradicionales y algún detalle en mármol de Carrara. Cascioli, Sanz, Vázquez, Gregorich y Miranda se sentaron en uno de los sillones de madera ordinaria. Vestían de sport y algunos estaban bronceados porque la noticia los había sorprendido de vacaciones. En otro asiento similar se repartieron abogados de los estudios jurídicos más costosos de Buenos Aires. Representaban a los militares en el poder.
-Secretario, lea los agravios por favor...
-Sí, doctor. En Buenos Aires, a los 11 días del mes de enero...
Salvi tomó un ejemplar de la revista secuestrado, mientras escuchaba atento los términos de la demanda presentada escrita, como todas, en el lenguaje enrevesado de los hombres del derecho.
El clima solemne contrastaba con lo que Salvi decodificaba en la caricatura de la tapa. Mientras, el secretario leía el agravio sufrido por Nicolaides. "Esta imagen se considera deshonrrante [sic] y desacreditante, pues el Comandante en Jefe del Ejército no conduce los destinos de la Justicia, no invade la esfera propia del Poder Judicial y mucho menos lo realiza a través de un medio (-la patineta-), que es reservado a la persona de poca edad y que se caracteriza por su inseguridad...".
En ese momento, el juez se tapó la nariz y la boca con la mano derecha. Se levantó de golpe. Tiró la revista sobre el escritorio. Carraspeó para disimular, pidió permiso y salió raudo. De sus ojos brotaban algunas lágrimas.
Todos quedaron en silencio sin saber qué hacer. Los demandados tenían la vista clavada en la nada y evitaban mirarse entre sí para no tentarse. Salvi volvió a ingresar al despacho y le ordenó al secretario de mala manera y tono cortante que terminara de leer la demanda, que además de cuestionar la tapa, cargaba contra la nota de Vázquez y la de Gregorich.
-Muchas gracias, secretario. A ver, la querella unifique personería porque no puede haber tantos abogados en un solo tema y porque los agravios son comunes y luego vemos cómo sigue esto. La audiencia terminó. Desalojen el juzgado por favor. Muchas gracias, buenos días.
Todos se quedaron atónitos y en silencio se retiraron. A la media hora, la secretaria privada del magistrado tocó la puerta del despacho.
-Doctor Salvi, acá está el señor Cascioli que le quiere hacer un comentario...
-Cómo no, que pase...
Cascioli entró temeroso. Extendió la mano:
-Doctor, la verdad que no nos defraudó. Nos habían dicho que era lector de la revista...
-No, lector no, pero me gusta mucho el humor político. Suelo chusmearla de vez en cuando. Este número acabo de verlo...
-Se nota que le gustó.
Salvi no entendió la indirecta, y como no hizo otro comentario, Cascioli lo volvió a saludar y se fue. Años más tarde Salvi le contaría a Cascioli que el motivo por el que se había retirado de la audiencia fue porque no podía más de la risa.
Narvaiz volvió del exilio en 1984, cuando ya había asumido el Gobierno democrático y un día se encontró en Tribunales con Miranda. Le dijo que nunca le habían requerido testimonio. Ni lerdo ni perezoso, el abogado de La Urraca le dijo de declarar en ese momento y así fue. Debe haber sido una de las últimas fojas del expediente, uno de los cinco que Vázquez tenía al finalizar el Gobierno militar que dejó la Casa Rosada el 10 de diciembre de 1983.
La censura al número 97 terminó por montar a la revista en la cresta de una ola. Al terminar la feria de enero, el juez Héctor Buján ordenó la libre circulación de la edición prohibida. Se reimprimieron algunos ejemplares. Los números del IVC mostraron que los dos números posteriores al secuestrado vendieron en promedio alrededor de 310.000 ejemplares. Luego las ventas recuperaron el promedio que oscilaba entre 200.000 y 170.000. Lo que no se consiguió fueron los 180. 000 ejemplares secuestrados que nunca aparecieron.
Además del repudio del arco político, las entidades corporativas de la prensa, los lectores, numerosas personalidades y notas periodísticas en decenas de medios generaron una gran repercusión inédita. También les dieron una confianza a los hacedores del mismo tenor. Así al menos se desprende de lo que por entonces Cascioli declaraba a la revista La Semana, reabierta por la Justicia ese mismo enero. "Creo que en este país todo el que trabaja en un medio de comunicación o en cualquier lugar donde tiene que usar la cabeza para sobrevivir se tiene que sentir perseguido. Acá se persigue a la inteligencia porque estamos gobernados por gente que la desprecia o le teme. Creo que es más acertado decir que le teme. [...] Me parece que en estos momentos en la cúpula está la peor gente que se rodea de los menos capaces para mantener el poder. También creo que muchas de las cosas que se hicieron en la represión de la guerra sucia fueron hechas para deshacerse de la gente que pensaba. Oí a Massera en un programa de Neustadt diciendo que la guerra sucia se justifica porque ellos estaban vivos. Y bueno... también podrían estar vivos otros... Haroldo Conti, por ejemplo".
En esos días no se sabía si detrás del secuestro no venía la clausura no sólo de la revista, sino de toda la editorial. Luego vino la resolución de Buján y el gobierno pareció replegarse, tal vez agobiado por problemas más acuciantes. El episodio, lejos de hacerlos retroceder como cuando en los primeros años intercalaban palos a la farándula con alguna caricatura política, llevó a la revista a redoblar la apuesta y además de cuestionar las políticas dictatoriales y ridiculizar a los jefes, comenzó a exigir de una manera más directa una rápida llegada de la democracia, sin condicionamientos ni prebendas.
@papipoigal |
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