20 de diciembre 2011 - 00:00

Arte y arquitectura unidas en nueva muestra de Testa

Clorindo Testa y su esposa durante la apertura de su nueva exposición en el auditorio de la CPAU.
Clorindo Testa y su esposa durante la apertura de su nueva exposición en el auditorio de la CPAU.
Las realizaciones de Clorindo Testa (1923), pintor y arquitecto, muestran su tránsito inventivo y constante por un territorio único, indiviso y propio. En su conciencia imaginativa las representaciones arquitectónicas y las artísticas ocupan el mismo lugar, de manera sucesiva pero también simultánea. Las muestras indiviudales de Testa son, por así decirlo, temáticas y predeterminadas; no expone lo que ha creado en los últimos tiempos sino crea lo que ha de exhibir en fechas venideras. Esta modalidad de trabajo, tan cercana a la del arquitecto -quien diseña a partir de un programa-, no hace sino confirmar la teoría aquí desarrollada acerca del carácter autobiográfico de la obra de Testa, relator y relatado. Así lo manifiestan la exposición que acaba de inaugurar en el CPAU.

En dicho auditorio (25 de Mayo 482) se pueden observar telas en grandes dimensiones y en una doble altura, una banderola pintada por Testa de más de 5 metros de altura. Ésta selección de cuadros para dicha muestra se realizo en obras de su última producción con colores muy vivos y un giro más abstracto. A veces su obra retoma episodios reales o míticos, que le son ajenos, pero él los hace propios, al tranformarlos, por medio de su imaginación, en obras de arte o arquitectura.

Sus creaciones son siempre autobiográficas porque él las incluye en el marco de una firme continuidad de su vida. Pero si lo «ajeno» termina siendo «propio», también puede suceder al revés. En su larga estadía italiana de 1949-51, cuando aún no se había estrenado como pintor, el recién diplomado arquitecto hizo una serie de dibujos de hombres con tres ojos. Varias décadas después, exhibió en una muestra unas jaulas de madera que guardaban otros tantos perros negros, elaborados con papel. Uno de ellos tenía seis patas, y Testa pudo comprobar que nadie lo había advertido.

He ahí el punto de partida de la exhibición de hoy. «Las cosas cambian con tanta rapidez -dice el artista- que no nos damos cuenta. Y todo puede suceder, hasta que haya perros con seis patas». En Clorindo Testa, el artista y el arquitecto, son inseparables, aun cuando él haya dicho, alguna vez, que intenta diferenciar sus obras plásticas de sus edificios. Es que tal diferencia se reduce a la mera especificidad de cada una de las dos disciplinas; y disciplinas debemos llamarlas, en el caso de Testa, recordando el significado latino de «enseñanza» que esa palabra tiene. Porque, en definitiva, tanto el arte como la arquitectura son para Testa dos vías concurrentes de entendimiento y conocimiento, de expresión y comunicación. Estamos, con él, en presencia de un humanista, en el más dilatado y noble sentido de un término que siempre define a los grandes creadores.

Esa es la clave: crear. Crear espacios estéticos sobre el terreno, donde el arte pueda vivir en el hombre y el hombre pueda vivir en la arquitectura. No hay aquí un juego de palabras sino el juego de las concepciones y las convicciones de Testa, que descansan sobre un fondo estético, como es (o debería ser) natural en todo creador. Así, sus espacios estéticos son, en última instancia, espacios éticos, ya sean pictóricos, objetuales o construidos. Pero el fondo ético y las formas estéticas se encuentran animados por un espíritu de libertad y osadía, de crítica y apasionamiento, emanaciones que le permiten generar el deleite y la impugnación, el patetismo y la ironía, la certeza y la utopía, la aventura y el orden.

Arte y arquitectura, arquitectura y arte, se alían y confunden, se buscan y retroalimentan. El artista señala al arquitecto los litigios y las necesidades del hombre contemporáneo. El arquitecto asume la descarnada, lúcida visión que el artista traza de la realidad social y la historia, al tiempo que incita al artista a hurgar en el pasado y el presente para descubrir causas y efectos. Y así ocurre, de manera sucesiva y circular, en una (pre)disposición autobiográfica que se advierte a lo largo de su obra, tan suya y tan autónoma. Por cierto, la interdependencia de el artista y el arquitecto y viceversa no ha de tomarse en el sentido absoluto: ni el artista somete al arquitecto ni el arquitecto subordina al artista.

Hay entre ambos -si acaso se nos permite disociarlos- una activa y sólida «correspondencia mutua». Sabido es que la arquitectura, por muchas razones, señala límites de que carece el hecho artístico. Sin embargo, gracias al arte, la arquitectura de Testa ha podido eludir ciertas acotaciones y superarlas; pero también es difícil concebir el arte de Testa sin arquitectura, y no sólo por la utilización de códigos y modalidades del diseño en tantas de sus pinturas y dibujos. En «Borges y yo» (1960), el admirable escritor se dividió en dos personalidades.

«Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros, o que en el laborioso rasgueo de una guitarra», dice en ese texto. Y además: «Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página». Testa sabe muy bien quien escribe sus páginas: el artistarquitecto, único y plural, dueño de sí y dedicado a los demás. Realmente, es un placer para el autor de esta nota hablar sobre Testa, no sólo por su gran capacidad de crear arte y arquitectura sino por su pasión y empeño que encara cada trabajo o concurso. Su obra ya es un legado cultural para todos los argentinos donde él creo hitos en nuestra ciudad y en otras ciudades del interior del país, como La Pampa y San Luis, por ejemplo.

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