4 de mayo 2010 - 00:00

Bourdelle, un puente artístico entre Europa y América Latina

El monumento al general Marcelo T. de Alvear fue la obra magna del escultor Émile-Antoine Bourdelle y un hito de la estatuaria internacional, de la que un importante grupo de artistas franceses buscó tener una réplica en Paris.
El monumento al general Marcelo T. de Alvear fue la obra magna del escultor Émile-Antoine Bourdelle y un hito de la estatuaria internacional, de la que un importante grupo de artistas franceses buscó tener una réplica en Paris.
En el mes del Bicentenario, cabe recordar que en la Argentina el conocimiento directo del eximio escultor Émile-Antoine Bourdelle fue justamente de 1910, cuando el Gobierno de Francia lo incluyó en el envío a la Exposición Internacional del Centenario de Mayo de 1810, con obras de Auguste Rodin y Charles Despiau.

Entre los primeros monumentos emplazados en el país para honrar próceres, varios habían sido realizados por escultores franceses. Entre otros, el de San Martín, inaugurado en 1862, obra de Louis-Joseph Daumas; el de Belgrano, descubierto en 1873, de Albert-Ernest Carrier-Belleuse. Luego, el de Adolfo Alsina (1882), de Aimé Mollet; y el de Sarmiento (1900), realizado por Rodin.

En los años que mediaron entre 1910 y 1926, Bourdelle, a quien se le comisionó el Monumento al General Marcelo T. de Alvear, hacia 1911-12, estuvo representado en Buenos Aires por dos de sus obras capitales: «Heracles arquero», y «El centauro moribundo».

En 1923, Bourdelle presentó en París el Monumento a Alvear, en el I Salón de la Tullerías, fundado por él junto al arquitecto Auguste Perret y el pintor Albert Besnard. Fue, como dijo Ionel Jianou, «el encargo más importante que haya recibido Bourdelle»; su obra magna. Admirados de ella, un amplio grupo de artistas, escritores y políticos franceses solicitó al Gobierno que costeara la fundición de una réplica destinada a servir, en París, para «un monumento elevado a una gloria nacional», de modo tal que Francia «no perdiese por entero» esa obra de Bourdelle.

El petitorio no halló eco en el gobierno de Francia, y así, el Monumento al General Marcelo T. de Alvear, descubierto el 16 de octubre de 1926, fue ganado por entero para Buenos Aires que tiene en él su pieza más valiosa en el campo de la gran esta

Polvorín

Cuando el artista realizó estas obras, 1909-1911, la Europa de la Belle époque y las vanguardias estéticas era un polvorín: Alemania, Austria-Hungría e Italia, unidas desde 1882 por el acuerdo de la Triple Alianza, se habían visto enfrentadas, en 1907, por el convenio de la Triple Entente suscripto por Francia, Gran Bretaña y Rusia. En Sarajevo, el 28 de junio de 1914, estalló el polvorín y sumió a Europa en una guerra que asoló al mundo. En aquel trágico año de 1914, en que Bourdelle presentó «El centauro moribundo», el artista trabajaba en el Alvear, obra que le permitió volver sobre el dilema por él abordado a través de la mitología.

Carlos María de Alvear (1789-1852) fue presidente de la Asamblea del Año XIII, fugaz Director Supremo del Estado (1815) y comandante en jefe de las tropas nacionales en la Guerra del Brasil (1826-27), donde alcanzó la victoria de Ituzaingó. Líder de la Logia Lautaro (1812-15), Alvear también fue diplomático: enviado especial a Londres y Washington (1824-25), ocupó la Embajada ante los Estados Unidos desde 1838 hasta su muerte en Nueva York, en 1852.

El Gobierno recordó el centenario de su nacimiento, en 1889; y el Congreso mandó erigirle una estatua, en 1908, por iniciativa del entonces senador nacional Joaquín V. González. No extraña que el político y escritor interesado en la educación y la cultura, connaisseur de arte haya intervenido en la elección de Bourdelle, aconsejada por Rodolfo Alcorta (1874-1967), médico, diplomático y pintor argentino, largos años residente en

París.

Seguimiento

También trató a Bourdelle uno de los nietos del general, Marcelo Torcuato de Alvear (1868-1942), revolucionario de 1890 y 1893, quien se contó entre los fundadores de la Unión Cívica Radical (1891). Alvear vivió en París desde 1903 hasta 1912, y, después de ejercer en Buenos Aires una diputación nacional (1912-16), volvió a París como embajador hasta 1922, cuando regresó para asumir la Presidencia de la Argentina. Pudo seguir así el desarrollo de buena parte del monumento terminado en 1922, diez años después de elaborada la maqueta.

La elección de Bourdelle fue un acierto. El mensaje de la figura ecuestre se completa con el de las cuatro estatuas del pedestal, que vienen de este modo a sustentar la imagen de Alvear. En ellas, el arte de Bourdelle adquirió nuevas expresividades: son La Fuerza y La Victoria (izquierda y derecha del frente), y La Elocuencia y La Libertad (en el mismo orden, en la parte posterior).

La elección de estos cuatro conceptos y su ubicación en los ángulos del basamento no son arbitrarias: la maza de La Fuerza y la espada de La Victoria son elementos inservibles frente a la palabra de La Elocuencia y a la encina -todavía arbusto- que La Libertad sostiene entre las manos. La encina, en las tradiciones griegas -aunque también en las latinas, germanas, escandinavas y rusas- es un árbol sagrado, el árbol por excelencia o eje del mundo. Bourdelle lo utiliza para simbolizar la vida.

El gran artista de las formas ásperas, tensas, bruscas, elaboradas en el torbellino de una ejecución fogosa y espontánea, buscaba conciliar espíritu y fuerza, pensando en ésta como una especie de la materia. «El arte -decía- es el espíritu que lleva el mundo a la materia; el arte es el hombre que une la materia al espíritu».

Una de las proezas adjudicadas a Heracles es la de haber puesto en comunicación el Mediterráneo y el Atlántico. Con el monumento a Alvear, Bourdelle puso en comunicación a Europa y América latina.

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