28 de mayo 2009 - 00:00

El negocio del arte con un ingenio que regocija

Cameos célebres: León Ferrari, Horacio González, Rodolfo Fogwill y los protagonistas Alberto Laiseca y Sergio Pangaro.
Cameos célebres: León Ferrari, Horacio González, Rodolfo Fogwill y los protagonistas Alberto Laiseca y Sergio Pangaro.
«El artista» (Argentina-Italia, 2008, habl. en español e italiano). Guión y dir.: M. Cohn, G. Duprat; Int.: S. Pangaro, A. Laiseca, R. Fogwill, L. Ferrari, H. González, A. Duprat, A. Cohn, L. Fauci, A.L. Loza.

Un viejo medio catatónico, que apenas gruñe alguna cosa, suele pintar unas rayas con atendible sentido plástico. Un enfermero del neuropsiquiátrico donde lo tienen, junta los cuadros, los lleva a cotizar como propios, y cuando quiere acordarse los galeristas, curadores, críticos, y conductoras de visitas guiadas lo están poniendo por las nubes. Es una revelación, es un artista notable. Cualquier cosa que diga es inteligente, cualquier porquería que muestre se vende sin problemas. Toda esa gente, ¿de veras sabe valorar las cosas? Y, entre nosotros, ¿cuánto le va a durar el viejo?

Minimalista, el asunto empieza con un chiste sencillo, que, sin levantar siquiera el tono, va repercutiendo hasta llegar a dimensiones impensadas, deja al chistoso en un brete, y a la vez plantea cosas también impensadas, acerca del arte, la falsedad, la ficción de quienes deciden qué es el arte y quién es un artista, y a cuánto se cotiza. Los autores, Mariano Cohn y Gastón Duprat, conocen el paño, como que vienen del videoarte, la televisión cultural, y otras zonas de riesgo. En la broma, junto a Sergio Pangaro, músico hecho actor, resaltan los nombres de Alberto Laiseca, Rodolfo Fogwill, Horacio González, y sobre todo León Ferrari, que también participó en la producción. Vale decir, figuras del pensamiento y las artes plásticas, que también conocen de cerca el cuadro que se presenta. Más de uno en este negocio puede sentirse aludido, y muchos van a regocijarse.

Conviene advertir, de todos modos, que se trata de un regocijo intelectual. Obra bien pensada, punzante, que propicia diversas ironías sobre las formas del engaño y el autoengaño, y cuyos encuadres responden apropiadamente a los conceptos de imagen, y a las figuras de evaluadores y contempladores en juego, su estilo de humor es apagado, espaciado, de una sorna fina e inconstante, igual que la inspiración. Para burlarse abiertamente de las tantas necedades que circulan alrededor del arte, ya está aquella comedia de Mr. Bean, supuesto especialista, destruyendo, rehaciendo, e interpretando a su modo «La madre del pintor». Lo singular es que su interpretación del cuadro es la del hombre común, y como tal percibe el sentimiento del pintor, y emociona al auditorio, en tanto los blableteros dejan a cualquiera simplemente sumido en respetuosa confusión.

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