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Esperpento criollo con sobresaliente Ingrid Pelicori

Paloma Contreras, Fabiana Falcón, Horacio Acosta, Ingrid Pelicori, Juan Santiago, e Iván Moschner en “Todas las cosas del mundo”, con puesta de Rubén Szuchmacher.
Se la podría definir como una fábula argentina, jocosa y siniestra; pero esta nueva pieza de Diego Manso (autor de "Nada te turbe, nada te espante" y de "Cómo estar juntos", entre otros títulos) no se detiene en referencias localistas. Más bien parece reproducir una pesadilla universal de una sociedad dominada por el cinismo y por la ansiedad más feroz. La historia que se narra es desopilante y sus peripecias también generan cierto suspenso. Todo transcurre en un paraje perdido entre pastizales, donde un antiguo circo de fenómenos está a punto de disolverse.
Sus integrantes se dividen en víctimas y victimarios, pero unos y otros están marcados por la derrota, son proclives a las peores bajezas y se aferran a un último y desesperado sálvese quien pueda. Entre todos, se destaca la figura Iberia (una salvaje y gozosa interpretación de Ingrid Pelicori) quien lleva adelante la acción bajo el impulso de un vitalismo amoral producto de una libido desatada y de la imperiosa necesidad de no atender a otro objetivo que a su deseo propio.
Iberia es una artista que perdió la voz y ya no puede volver a las tablas, pese a la insistencia de Sancho, su marido (interpretado con exquisito histrionismo por Horacio Acosta), a quien odia con particular furor culpándolo de todas sus desgracias.
Tras la bancarrota, la mujer planea huir al extranjero con su apetecible y sumiso peón de campo, ignorando que el joven anda en amores con la niña-foca, la última sobreviviente de la troupe (acertada caracterización de Paloma Contreras). Pero, todos los proyectos se complican con la aparición de un sacerdote del Opus Dei acusado de pedofilia, papel al que talentoso Iván Moschner le aporta una ambigüedad inquietante.
El cura planea convertir a la niña-foca en santa, aunque para ello tenga que asesinarla. Sin embargo, no son sus planes sino su mera investidura la que le inspira a Iberia una hilarante sucesión de burlas y críticas de encendido anticlericalismo. Su verba libertaria también ataca sin piedad a otros pilares de la sociedad (matrimonio, familia, maternidad). Las peripecias de estos seres deformes (más por dentro que por fuera) adquieren aún más brillo y color gracias a las pirotecnias lingüísticas del texto, una lograda síntesis de alta cultura, ingenio popular y humor chabacano.
El director Rubén Szuchmacher -un artista que concibe el teatro como una gran aventura vital- llevó este material a su máxima expresión, respetando su espíritu iconoclasta y aportando buen ritmo y continuidad a su trama argumental. ,Y sobre todo, llevó a sus actores a registros de actuación de gran vigor y desprejuicio. Su puesta destila un humor implacable, pero también alienta a la rebeldía creadora. Mención aparte para la escenografía de Jorge Ferrari: un campo encerrado en la caja escénica que por momentos resulta tan siniestro e inquietante como la Venecia bajo techo que reprodujo un hotel de Las Vegas.
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