2 de agosto 2019 - 00:00

Una usina de contenidos que late en la City porteña

La Usina del Arte no es solamente un edificio centenario e ícono de la Ciudad. Es un espacio que se convirtió en centro neurálgico de la actividad cultural porteña.

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A comienzos del siglo XX, Buenos Aires empezó a delinear el perfil industrial que durante casi 100 años caracterizaría a los barrios que bordean el puerto de la Ciudad. Fue allí, en el núcleo fabril de La Boca, donde se decidió emplazar el edificio que albergaría a la Italo Argentina de Electricidad, un “palacio de la luz”, acorde con la nueva estética industrial de la época. Aquella obra hoy es la Usina del Arte.

El trabajo fue encargado al arquitecto Giovanni Chiogna, un italiano de Trento con influencias neorrenacentistas y florentinas del norte de su país. El edificio, ubicado entre la Av. Pedro de Mendoza y la calle Senguel (Benito Pérez Galdós desde 1920), comenzó a construirse a fines de mayo de 1914 con un diseño con reminiscencias a un palacio florentino, estilo dominante en las construcciones de iglesias y fábricas de la época.

Su construcción fue por etapas. La primera fue la del cuerpo edilicio de Pedro de Mendoza y Pérez Galdós, inaugurado en 1916, un edificio rectangular con basamento de piedra gris, muro de ladrillos con ornamentos pétreos y ventanas uniformes, que encerraba dos grandes naves paralelas -una para calderas (el actual auditorio sinfónico) y la otra para turbinas (hoy, Nave Mayor)- y otros dos cuerpo paralelos para servicios auxiliares y oficinas.

En su exterior, el edificio aparentaba tres niveles: planta baja, planta principal y altillo. El prisma se quebraba en las esquinas del edificio, en una de las cuales se elevaba una torre almenada, y en la otra se hallaba la ochava del acceso.

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Un proyecto ampliado

Ya en 1916 y en 1919 se habían efectuado algunas ampliaciones al edificio original, pero fue en dos etapas posteriores de crecimiento que la Usina alcanzó su forma final: la construcción de un segundo edificio, más angosto y pequeño que el primero, con una torre con techo de tejas a cuatro aguas, separado del original por medio de una calle interior, y la prolongación de la nave de generación hasta la calle Caffarena.

Así, en la esquina con Pedro de Mendoza, quedó conformada como un gran atrio de acceso, un “patio de honor”, con una magnífica torre-reloj y una escalera artística desde el suelo hasta el primer nivel, que datan de 1926.

La calidad de la obra se acrecienta con los detalles: las fachadas internas, revestidas en piedra París, con basamento granito; las molduras y capiteles, hoy restauradas, de gran valor patrimonial, y los balcones del anexo Pedro de Mendoza, con sus barandas originales.

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Presente y futuro

Hoy el edificio, además de ser un ícono de la Ciudad (especialmente de la zona sur), se convirtió en un centro neurálgico de la actividad cultural porteña. Algunas cifras alcanzan para dimensionar su presente fructífero: en 2018 fue el espacio cultural más visitado durante La Noche de los Museos, y ese mismo año, en total, la recorrieron 1.255.780 personas. El crecimiento del público se sostiene: es que en 2017, la concurrencia ya había superado el millón de personas.

Este espacio, que depende del Ministerio de Cultura de la Ciudad y, en particular, de la Subsecretaría de Gestión Cultural que pertenece a esa cartera, fue inaugurado en 2012. En promedio y contemplando que la Usina funciona todos los días excepto los lunes, recibe algo más de 4.000 personas por jornada. Algunos fines de semana, según cuáles sean sus propuestas disponibles, la Usina congrega a multitudes.

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Libre y gratuito

Tal vez la clave principal para lograr esa afluencia sea que todas las actividades organizadas en este espacio son completamente gratuitas. Para organizar su propuesta cultural anual se tienen en cuenta cuatro pilares: las Artes Visuales, la Música, la Gastronomía, y los niños y niñas con sus familias.

La Usina, que se instaló como un eje central de los barrios sureños de la Ciudad y que impulsó a La Boca como uno de los polos de actividad cultural de la City porteña, ha ganado terreno en un sentido literal. Durante sus siete años de funcionamiento logró que el terreno baldío que tenía enfrente se convirtiera en una plaza que ahora sirve de escenario al aire libre para festivales y shows musicales. También ganó metros debajo de la autopista: allí en algunas ocasiones se instalan distintas propuestas gastronómicas, y de manera permanente, desde este año, hay espacios para jugar fútbol-tenis, basket y ping pong.

Para su oferta de actividades musicales, este espacio se vale no sólo de la plaza en la que despliega su escenario al aire libre, sino, por ejemplo, de una sala sinfónica que se acondicionó antes de la inauguración y en la que entran 1.200 personas. Y tiene, sobre todo, propuestas que navegan distintos géneros musicales y formatos, algo que a la vez apunta a conectarse con públicos de distintas edades y gustos. Este año, incluyó entre sus actividades un ciclo de entrevistas públicas con artistas del rock y el pop, conciertos de la Orquesta Estable del Teatro Colón, fiestas temáticas con música funk, electrónica y reggae, espectáculos de tango contemporáneo y de cumbia, y shows protagonizados por un coro góspel.

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Mujeres protagonistas

En cuanto a las Artes Visuales, que incluyen muestras fotográficas, pictóricas y performáticas, las mujeres vienen siendo protagonistas de muchas actividades: el colectivo de artistas y activistas pintoras, entre quienes se cuentan Diana Aisenberg y Gachi Hasper, así como una muestra sobre la obra de la escultora pionera Lola Mora pensada para los más chicos son algunos de los platos fuertes del pilar visual. Además de las producciones artísticas de ellas, se podrán ver 17 fotografías de Marcos López, un emblema del Sur de la Ciudad: esta vez, López retrató a hombres y mujeres en plena vida cotidiana de La Boca. Esas imágenes serán parte de los festejos por los 149 años del barrio, en los que la Usina tendrá un rol central y de los que participarán otros espacios, como el Museo Quinquela Martín y Caminito.

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Legado cultural

La Gastronomía es encarada como un legado cultural que la Usina intenta conservar. Pensando en las recetas que pasan de generación en generación, en los ingredientes casi secretos que alguien le pone a una comida para darle su toque particular y también en recuperar cierta tradición del vínculo entre los productores primarios y los usuarios de los mercados de comidas. La programación de la Usina incluye desde entrevistas públicas a cocineros de renombre como Francis Mallmann o Dolli Irigoyen, hasta talleres para chicos de entre 6 y 10 años en los que se les enseñan algunas recetas y hábitos saludables a la hora de comer.

Las visitas de los más chicos son un eje -y un objetivo- fundamental dentro de la programación de la Usina. No es menor el hecho de que La Boca sea uno de los cuatro barrios porteños en los que la proporción de niños dentro de la población es la más alta de la Ciudad: alcanza el 10 por ciento. Esos chicos hicieron de este espacio cultural algo así como un patio en el que encontrarse con amigos y vecinos, y no son los únicos: para las actividades infantiles llegan visitas escolares y familias de todo Buenos Aires. Según las autoridades de la Usina, unos 5.000 chicos la visitan por semana: con esos datos en mente acaban de inaugurar iUpiiiii, un espacio exclusivamente dedicado a chicos de 0 a 3 años, con juegos diseñados especialmente para esta etapa. Eso se suma a talleres disponibles para chicos y chicas un poco más grandes, que van desde la electrónica y el circo a la percusión corporal y el trabajo en el laboratorio.

Hace cien años, la Usina era un edificio de la Compañía Ítalo-Argentina y estaba destinado a la generación de energía eléctrica. Ahora, reconvertido, es un centro de generación de cultura: la programación, pensada para que haya actividades disponibles para distintas edades y distintos gustos, invita a que la estadía allí dure varias horas. Los porteños lo adoptaron: alcanza con ver los carteles que los colectivos de la línea 130 pegaron en sus parabrisas y no volvieron a despegar. Dicen: “Vamos a la Usina”.

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