29 de septiembre 2014 - 00:35

La Bolsa, el dólar fuerte y los idus de octubre

Janet Yellen
Janet Yellen
 ¿Jueves "negro" en Wall Street? No. Apenas, un manchón gris oscuro. El S&P 500 se hundió el 1,6%. Y el viernes, de manera parcial, corrigió el rumbo. En el balance final de la semana, cayó el 1%. ¿Algún motivo de alarma? Si el termómetro del miedo es la volatilidad esperada de las acciones (medida por el índice VIX), una lectura "pico" del 15,6% sólo detecta una módica ansiedad. Nada grave. La Bolsa está encerrada, desde julio, en los límites de un mercado lateral, y se diría que padece más el tedio que cualquier otro temor profundo.

El rango de precios que confina al S&P 500 tiene un piso en 1.900 puntos y un techo tentativo en los 2.000. Desde ya que no rige orden de arresto. Las acciones clavaron su último récord, no en el techo del rango, sino en la azotea, 2.019 puntos. Lo importante a considerar: lo que cuesta ir más allá. El entorno es propicio -sobre todo, porque la Fed es amigable y la economía no guarda resabios del frío ártico (y la geopolítica no interesa)-, pero no hay convicción para montar una aventura ambiciosa.

Mantener a la Bolsa en una meseta sin ondulaciones significativas también cuesta un Perú, casi como sostenerse erguido en una bicicleta sin pedalear. Después de una racha de ruedas todas por encima de los 2.000 puntos, pero sin poder quebrar el embrujo lateral, es natural que el apetito afloje, que algún vértigo asome o que se quiera probar, ya que no se avanza, la solidez del terreno bajo los pies. Hubo quienes prefirieron desensillar y no exponerse. La excusa es lo de menos.

Conste que lo inusual -esta semana- fue la verborragia encendida de la Fed. Hablaron todos, y dijeron lo que quisieron, sin ajustarse a ningún patrón convenido. De la catarsis brotó una Babel de contradicciones. Y hasta Janet Yellen se dio el lujo de apuntar que la Fed podía subir las tasas de interés antes de lo que estiman los mercados. A nadie le importó. El influyente Bill Dudley, de la Fed de Nueva York, sostuvo lo contrario, que había que ser extremadamente paciente (en línea con el discurso estándar de Yellen) y que, llegado el caso, se podría tolerar un "recalentamiento" de la economía por algún tiempo, antes de intervenir. Tampoco nadie se rasgó las vestiduras.

En estos momentos, el protagonista central es el dólar y su apreciación. Lleva once semanas consecutivas en cabeza del cartel. Y la Fed, a decir verdad, no movió un dedo. Son las decisiones, y las realidades subyacentes, de Europa, China y Japón las que dictan su resurrección. Empalmará el año próximo, según se cree, con una Fed que, después de junio, dará manos a la obra de izar sus tasas de interés. Si se pretende ser sutil, es la valorización del dólar -la que ya se produjo y, en especial, la que se presagia- el causante de la grieta por donde se escurrieron las cotizaciones. Un dólar más firme, ceteris paribus, equivale a un endurecimiento de las condiciones financieras dentro de los EE.UU. (y fuera de sus fronteras, dado su carácter de fuente principal de la liquidez internacional). Así, se coló de nuevo el temor por la fortaleza futura de la economía. Se sabe que el comercio mundial se enlentece. Y las expectativas implícitas en los precios de los bonos del Tesoro comienzan a marcar una retracción de la inflación esperada. Que el viernes la revisión de las cifras del PBI acentuara el crecimiento del segundo trimestre -a un vigoroso 4,6%- facilitó una reacción de alivio (no olvidar que sucede a una caída en el primero, por las inclemencias climáticas). Se diría que el celo por vigilar la salud de la economía se extremará hacia adelante. La creación neta de empleos (se conocerá este viernes) y la próxima temporada de balances empresarios (que estará a pleno en unas tres semanas) cobran especial relevancia. Por fortuna, el informe de las cuentas nacionales ya trajo una noticia grata: la rentabilidad corporativa sigue en ascenso. Si se toman los tres últimos mercados "bear" (los procesos bajistas iniciados en 1990, 2000 y 2007), las utilidades habían trazado sus récords, como mínimo, un año antes del declive accionario. Hay un buen colchón, pues, para afrontar el examen de octubre sin temer una brusca orden de desalojo.

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