La multitud que acompañó en la calle pasó de la euforia a la decepción
Barcelona - Mariona y Jaume se abrazaron y besaron con pasión cuando el jefe del Gobierno regional de Cataluña, Carles Puigdemont, habló de asumir "el mandato del pueblo para convertir a Cataluña en un Estado independiente". Pero la euforia duró poco: la mujer se apoyó en el hombro de su marido en busca de consuelo cuando, un segundo después, el líder catalán postergó esa promesa para hacer un llamamiento al diálogo y a una solución negociada (ver página 16).
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La imagen de esa pareja ilustra el sentimiento general que se vivió ayer en el paseo de Lluís Companys, en las inmediaciones del Parlamento regional en Barcelona, mientras miles de personas seguían en directo desde una gran pantalla lo que esperaban fuera la declaración de independencia de la "República de Cataluña".
Los asistentes, convocados por la entidad civil independentista Asamblea Nacional Catalana (ANC) bajo el lema "Hola, República", estallaron en aplausos cuando Puigdemont se refirió al mandato para proclamar una Cataluña independiente. Sin embargo, los vítores se tornaron en abucheos cuando apostó por esperar. Y apenas terminó el discurso, hubo una gran desbandada.
"Estamos un poco desilusionados porque teníamos la ilusión de que se proclamara la independencia y que se haya pospuesto así es muy decepcionante", dijo Mariona, que llevaba en el pelo una rosa como símbolo "pacifista" del secesionismo catalán. "Pero si nuestro 'president' nos pide que tengamos un poco más de paciencia después de 300 años en esta situación, creo que podemos esperar un poco más", matizó con resignación tras reflexionar unos segundos.
Las palabras de Puigdemont sembraron el debate en la calle, donde grupos de manifestantes se congregaban "descolocados" para tratar de entender lo que acababa de ocurrir. "A ver cómo se levanta mañana (por hoy) la sociedad catalana. No sabemos lo que va a pasar ahora", decía un joven de 28 años, Francesc, mientras a su lado un anciano cubierto por una estelada (bandera independentista) gritaba con enojo: "¡Esto está enterrado, se ha acabado todo!".
La mayor preocupación de todos: el tiempo de espera. "Si hubiera dicho que en dos meses pasará algo, no tendríamos esta incertidumbre", aseveraba Antonio, de 46 años.
"Nos gustaría que fuera cuestión de solo unos días o meses, porque si ya son años, entonces, mal. Si hablo con el corazón, me voy un poco decepcionado, pero si hablo con la razón, creo que es positivo que haya un diálogo", explicaba Jaume, arquitecto que trabaja en las obras de la emblemática Sagrada Familia.
En pocos minutos, cientos de manifestantes abandonaron el paseo de Lluís Companys, en el que los vendedores ambulantes trataban de vender esteladas ya sin éxito.
"Estoy un poco decepcionado, pero es lo que me esperaba porque hay muchos cabos todavía por atar y cosas que no están claras. Me gustaría que hubiera un diálogo y que se llegara a un acuerdo para un referéndum legal, pero lo veo complicado", dijo Oriol, un joven de 31 años envuelto en varias esteladas.
En otro punto del paseo, un grupo de mayor edad debatía de forma airada y Neus, de 52 años, aseguraba enfadada: "Esto es la crónica de una muerte anunciada. Dar margen para el diálogo con gente que no quiere dialogar es inútil. ¿Para qué perder más tiempo?".
La decepción quedó latente en la rápida dispersión de los concentrados para celebrar la independencia que no llega. Poco a poco, los convocados fueron marchándose con sus banderas y carteles, dejando la plaza medio vacía. En el suelo, carteles pro referéndum amontonados.
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