Mientras usted lee estas líneas, ya debería estar claro qué podría pasar con la crisis chipriota. Durante el fin de semana, y visto el 0,63% que trepó el Dow el viernes, cerrando en 14.512,03 puntos, se alzaron algunas voces pronosticando que el índice S&P 500 marcaría un nuevo máximo histórico en los próximos cuatro días (el Viernes Santo es feriado), acompañando cualquier atisbo de solución a los problemas de la isla. Lo cierto es que si tenemos en cuenta que en las últimas cinco sesiones el S&P 500 y las principales acciones europeas apenas retrocedieron un 0,3%, el Dow un más insignificante 0,01% y el euro cedió sólo un 0,7% frente al dólar, cuesta pensar que más allá de los titulares estrambóticos y las palabras alarmistas (el director gerente del Banco Mundial dijo que las naciones emergentes deben preparase para una venta masiva de activos si el sector bancario de Chipre colapsa), estemos frente a una auténtica crisis financiera. Incluso, recordando los titulares de hace un par de semanas, que pronosticaban la explosión de una burbuja financiera o, en el mejor de los casos, el inicio de una corrección de más del 10%, la idea de que en los últimos días "no ha pasado caso nada" no resulta irracional. Con esto no queremos decir que la situación económica norteamericana ha mejorado de manera significativa. Cualquier atisbo de recuperación que estamos viendo es débil, y los problemas de fondo -que no nos cansamos de mencionar columna tras columna- siguen sin resolverse. Lo que pasa es que mientras los principales bancos centrales continúen inundando el planeta con dinero a tasas negativas -posponiendo, pero agigantando los problemas- la fiesta puede continuar (tal vez hasta que un evento insignificante nos enfrente a la realidad).
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