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“Recuperar la calidad del teatro comercial”
La versión que subirá a escena hoy en el Teatro Picadilly cuenta con dirección de Alejandro Tantanián y un elenco integrado por Gonzalo Heredia, Andrea Politti, Sofía Gala Castiglione y Guillermo Arengo. Tal como lo pide el autor los actores tendrán a su cargo nueve personajes. Tantanián encarará otros nuevos proyectos durante el año. En abril dirigirá a Soledad Silveyra en «Nada del amor me produce envidia» de Santiago Loza (que ya presentó como semi montado en el ciclo Teatrísimo) y meses más tarde a Patricio Contreras en «Contreras dice a Nicanor Parra». En la segunda mitad del año, tendrá a su cargo el montaje del musical «Anything goes», de Cole Porter, con el protagónico de Florencia Peña. Dialogamos con él:
Periodista: «El don de la palabra» es una obra algo intrincada para el circuito comercial.
Alejandro Tantanián: Es rara, pero tiene mucho juego escénico y mantiene al espectador en permanente actividad. Hay que estar muy atento, porque cada cosa que se dice se retoma más adelante de manera diferente. La obra se inicia con una suerte de vodevil o comedia de matrimonios sobre la infidelidad y luego, va derivando lentamente a una especie de tragedia sobre la causalidad, hasta terminar en una zona de profunda melancolía respecto a lo que son hoy las relaciones de pareja.
P.: Según declaraciones del autor: aunque vivimos en un mundo de conexiones ocultas, todos estamos condenados a la soledad.
A.T.: Uno de los temas principales de la obra es la confianza -entre marido y mujer, entre amantes o entre psicoanalista y paciente- y ésta funciona como un vínculo abstracto, como un acuerdo tácito entre las personas. Es como la fe dentro de la religión. El otro motor de pensamiento tiene que ver con los efectos que tienen nuestros actos en otras personas. La falta de comunicación, un gesto violento o de descuido pueden generar un abismo en el otro, aunque éste sea un desconocido. Yo lo veo como una suerte de efecto mariposa. Y todo esto está relacionado con la compasión, la tolerancia y la posibilidad de entender al otro como parte de uno mismo.
P.: La desaparición de una mujer introduce un elemento de thriller dentro de la obra.
A.T.: Así es. De manera muy inteligente, Bovel incluyó este recurso para estimular la atención del espectador y para que vaya hacia delante en su voluntad de averiguar la trama. También resulta muy atractivo que los actores hagan nueve personajes y ver cómo estos cambian de lugar y de qué manera sus acciones van teniendo consecuencias en las historias que siguen. En cuanto estructura, la obra me recuerda vagamente a la película «Magnolia» por sus historias aparentemente inconexas que hacen eco unas en otras.
P.: Esa complejidad tiene mucho que ver con el azar y el caos de la vida.
A.T.: Sí y además no estamos hablando de una obra de Heiner Muller ni de Elfriede Jelinek. Basta con que el espectador esté atento a lo que pasa y seguramente va a sentirse identificado con las situaciones de estos personajes.
P.: Este año también va a dirigir comedia musical. Creí que sólo le gustaba la música de Bach y de Monteverde.
A.T.: A mí me gusta todo y la comedia musical, en particular, me apasiona desde muy chico. No hay un género menor cuando las cosas están bien hechas. Nunca tuve ese prejuicio. De hecho, en mis espectáculos de canciones («De lágrimas», «De protesta») he mezclado Mozart con Ricky Martin. En lo artístico no tengo límites: puedo disfrutar de «El hobbit» como de «El sacrificio» de Tarkovski, apasionarme con Tolstoi y Dostoievsky y ser fanático de Stephen King.
P.: Usted comenzó como actor y dramaturgo y siempre se lo vio como un intelectual. Pero este año entró intempestivamente en el circuito comercial.
A.T.: No está bueno pensarlo así. Yo siempre he hecho mi trabajo a conciencia ya sea en el teatro independiente, en el Teatro San Martín o el teatro Colón y ahora en el circuito comercial. En mi caso, todo se fue dando naturalmente.
P.: Además ya no son compartimentos tan estancos.
A.T.: Le aclaro que yo me formé como espectador en el circuito comercial. Viendo «El hombre elefante», «La malasangre», «El diluvio universal», «Están tocando nuestra canción» y otros títulos que me marcaron. A los 12, 13 años me la pasaba yendo al San Martín, al Cervantes y al circuito comercial, no iba ver teatro independiente. Todavía me acuerdo del miedo que me dio Miguel Angel Solá en «Trampa mortal» o de la emoción que sentí cuando vi a Nacha Guevara en «Aquí estoy». Entonces, no puedo ser tan idiota de tener prejuicios con respecto a eso que me formó. Entiendo que el teatro comercial de hoy no es el mismo que yo veía, pero apuesto a recuperar aquella calidad. Y no me propuse llegar a ninguna parte. Sólo se trata de seguir caminando y de seguir haciendo cosas, porque la aventura del teatro tiene que ver con la pluralidad.
Entrevista de Patricia Espinosa
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