Obras de Fader, Malharro, Pettoruti, Gramajo Gutiérrez, Spilimbergo, Vanzo y Berni, en el recorrido.
Rosario - A través de la exposición "Arte argentino. 100 años en la colección", esta ciudad celebra un siglo de arraigo institucional con el arte y ocupa las sedes del Museo Castagnino y el Macro. Hace una centuria, la Comisión Municipal de Bellas Artes realizó su primera compra: la serie de ocho pinturas de Fernando Fader "La vida de un día", versión criolla de la Catedral de Monet. La luz que baña un mismo rancho de paredes blancas desde el alba hasta el anochecer, abre la muestra curada por Guillermo Fantoni y Adriana Armando, "Un pasado expuesto: caminos del arte entre 1918 y 1968".
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El Castagnino+macro, hoy dueño de más de 4500 obras, fue desde sus orígenes un modelo ejemplar, potente impulsor del coleccionismo y la cultura rosarina. Un nocturno de Malharro, las pinturas de Pettoruti, Gramajo Gutiérrez, Spilimbergo, Julio Vanzo y Antonio Berni, entre muchas más, remiten a ese pasado. En el corazón de la planta baja se encuentra el inspirado mestizaje estilístico de "La chola desnuda". Pintada en 1924 por Alfredo Guido y envuelta en un vaho de tonalidades azules y en medio de una escenografía indígena, la "Chola..." ostenta sin pudor su piel blanca, sus rasgos europeos y el gesto de una hechicera. La fascinación de los hermanos Guido por el estilo colonial proviene de las ideas Ricardo Rojas, pero el pensamiento "euríndico" surgió en Rosario más ligado al indigenismo, con una estética tan ecléctica como sofisticada.
El capítulo "Los pintores y la pintura" trata sobre el oficio y también habla de la estrecha relación entre los artistas de esa sociedad próspera y creativa. Augusto Schiavoni se retrata a sí mismo en la obra "Con los pintores amigos", donde están Alfredo Guido, Manuel Musto, José de Bikandi y María Laura Schiavoni. En pleno centro de Rosario un paredón alberga la llamativa imagen del grupo. Esta primera muestra culmina con el gesto expresionista de Juan Pablo Renzi y el concepto espacial de Lucio Fontana.
Durante el vernissage, el secretario de Cultura y Educación, Guillermo Ríos, y el director del Castagnino+macro, Raúl D'Amelio, presentaron las muestras que invitan a indagar "la riqueza de las distintas voces del arte argentino, en el sentido más amplio de la palabra". Un piso divide la exposición "Derrames temporales de una colección. Itinerarios para volver a pensar la génesis del arte contemporáneo argentino", curada por Nancy Rojas y Roberto Echen. Pero las separa un abismo. La muestra se inicia con la carta que artista Federico Manuel Peralta Ramos envió a la Fundación Guggenheim, un excelente resumen sobre la obra de uno de los personajes más entrañables e ingeniosos que tuvo la Argentina. Lo suyo no era la pintura sino el "Arte". Dadaista y conceptualista a la vez, radicaliza a Duchamp y convierte en obra de arte su propia vida. Así, ganó la beca Guggenheim y gastó el dinero en un banquete para sus amigos. Ante el reclamo de la Fundación, le escribe al director: "Ustedes me dieron esa plata para que yo hiciera una obra de arte, y mi obra de arte fue la cena".
El gran pintor de los años 80, Alfredo Prior, se codea con Kenneth Kemble, Emilia Bertolé, Marcia Schvartz, Daniel García, Remo Bianchedi y Pablo Siquier. Como una señal de apertura a todos los géneros y a diversas disciplinas figuran el blíster de Alejandro Kuropatwa, las visiones del campo de Luis Fernando Benedit, el carrito de "cartonero" de Liliana Maresca, la foto de una maqueta de Dino Bruzzone y la "escritura ilegible" de Mirtha Dermisache. Las expresiones políticas regresan con Horacio Zavala, Margarita Paksa, Mauro Guzmán, Oscar Bony, Pablo Suárez, Roberto Jacoby, Gaciela Sacco y Víctor Grippo.
Luego, el afán ornamental de la década del 90 está representado por los altorrelieves de Elba Bairon desplazándose por las paredes, al igual que los bucles de material vegetal diseñados por Fabiana Ímola. La melancolía figura en de la extensión de un tejido antropomórfico de Marina De Caro, largo como una lágrima; el barroquismo excesivo, en las enrulada maderas de Gumier Maier.
En la orilla del Río Paraná, en los silos Davis, el Macro alberga la muestra "El fin del mundo comenzó en 2001. "Exageración poética o determinismo histórico", curada por Clarisa Appendino y Carlos Herrera. Las obras rinden debida cuenta de la complejidad y los aspectos enigmáticos del conceptualismo, pero también de la persistencia de la pintura en las obras de Diego Vergara. Lo doméstico como tema y como problema aparece en los videos de Eugenia Calvo. Marcelo Pombo muestra la producción como un juego. Y en esta misma tendencia se encuadra la obra interactiva de Juliana Iriart, una genuina heredera de Julio Le Parc. Los trabajos de Graciel Carnevale, Leopoldo Estol, Nicola Costantino, León Ferrari, Adrián Villar Rojas, Ana Gallardo, Claudia del Río, Catalina León y Nicanor Aráoz entre muchos otros, completan un formidable despliegue.
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