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Una muestra para redescubrir al gran colorista Raúl Russo
Son otras las coordenadas o las pautas que rigen la contemporaneidad en el arte, entre ellas, el avance casi arrollador de la tecnología. Ya casi no parece haber tiempo para detenerse ante los componentes de un cuadro como son el dibujo, el color, los valores, la composición. Recordamos a Matisse: «Lo que más me importa es la expresión que reside en el ordenamiento total de mi cuadro».
No dudamos de que Raúl Russo ahondó su conocimiento sobre el gran maestro y se embriagó cuando descubrió el color al que se entregó con fanatismo. Así lo señaló Bernard Dorival (1914-2003) historiador y crítico de arte francés, un especialista en los pintores modernos del siglo XX, en la Introducción del libro «Russo» de Marta Nanni (Editorial Dos Amigos, 1982). Libro insoslayable para comprender el quehacer y la trayectoria de un gran pintor que sucedió a la indiscutida trilogía de grandes coloristas como Miguel Carlos Victorica y sus herederos, Marcos Tiglio y Roberto Rossi.
Cuando recorremos la muestra «La Lección del Color», nos preguntamos si Russo estaba ajeno a los cambios acelerados que se produjeron en la Argentina. La crítica de arte Marta Nanni lo asevera y señala que Russo cultivó un autoaislamiento. Confesaba ser autodidacta así como su aversión por lo anecdótico. Una larga vida, viajes, grandes premios, exposiciones nacionales e internacionales. Paisajes, naturalezas muertas, desnudos, bodegones, interiores de taller, una obsesión por el árbol, temas clásicos de la pintura realizados con total autonomía. Una búsqueda severa alejada de toda influencia del mercado o la moda.
Sesenta cuadros, la mayoría pocas veces expuestos. Imposible dejar de mencionar su «Homenaje a Van Gogh» (1978), «La Catedral Sumergida» (1979), «Paisaje» (1984), «Otoño» (1961), «Lago Nocturno» (1970), «Laguna y Puesta de Sol» (1979).
Excelente catálogo con la reproducción de todas las obras, textos de María Isabel de Larrañaga y Martina Guevara, curaduría del hijo del pintor, Raúl H. Russo, Vera Gerchunoff, y el patrocinio de la Asociación Amigos del Museo.
Clausura el 10 de octubre
En la reseña sobre el premio Cultural Itaú publicada semanas atrás destacamos especialmente «24 cuadros por segundo», cuyo título responde a que un segundo de película equivale a 24 cuadros, la poética instalación de video y pinturas de Estanislao Florido (Buenos Aires, 1977). El video abría las puertas a un recorrido por la historia del paisaje desde de Chirico, Magritte, Friedrich, entre otros.
Actualmente, Florido expone, bajo la curaduría de Victoria Verlichak, «Todos los cuadros del mundo» (suponemos que son los pertenecientes a ese museo imaginario con el que nos alimentamos espiritualmente) en la Fundación Jorge Federico Klemm.
Eligió 8 cuadros de la colección con los que trabajó para reconstruirlos, modificarlos, resignificarlos, usando la tecnología pero también su conocimiento de la pintura. El famoso «Monumento» de 1990/95 de Roberto Aizenberg, imponente, solitario, a través de una animación de 7 minutos, cae, en planos y geometrías para volverse a erigir en el espacio metafísico. Las formaciones rocosas de «Rochers», delicada acuarela de Xul Solar, artista único e irrepetible, son recorridas por tres pequeñas figuras, en consonancia con otras obras de Xul en las que aparecen seres que trepan escaleras o caminan por sobre los muros.
El «Risveglio de Arianna» (de Chirico, 1974) perteneciente a sus silenciosas y vacías piazzas, es modificado cuando Florido destruye las perfectas arcadas y saca columna o cubo de su posición original. Y así con «La Main Hereuse» de Magritte, o «Múltiple» de Vasarely. El despliegue tecnológico que imaginamos incluye fotos, filmaciones, fragmentos de películas, softwares, sonidos, nos permite hacer una muy fascinante lectura de estas obras que son, a su vez, disparadoras de la creatividad de este joven artista.
Clausura a fines de septiembre.
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