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"Vilcabamba pone en duda el concepto de vida sana"
P.: ¿De qué interrogante partió para su segundo libro?
R.C.: En una época, según las Escrituras, Dios venía muy seguido a la tierra, hablaba con la gente, se enojaba, apañaba a algunos, tenía trato personalizado. Algo pasó que no vino más, por alguna razón desapareció, entró en silencio. Me pregunté [ríe] por qué los humanos perdimos ese trato tan directo que teníamos con El. Cómo sería encontrarse con Dios en la época de la modernidady la ciencia. Averigüé que hay una Diosa viva, la única del planeta, con 14 millones de fieles, pródiga en milagros. Viajé a Katmandú, Nepal, para entrevistarla, y poder contar lo que es encontrarse cara a cara con Dios, que es lo que ella es para su grey, la versión femenina de un Dios único, en el siglo XXI. Como allí las Diosas lo son hasta su primera menstruación busqué entrevistar a mujeres que habían sido Diosas y ya no lo eran más.
P.: ¿Cómo pasa a la búsqueda de la inmortalidad de su nuevo libro, «Eterna juventud. Vivir 120 años»?
R.C.: Nosotros pensamos que vamos a vivir una cantidad de tiempo determinado. La medicina actúa para que lleguemos de la mejor manera a ese tiempo determinado. Empecé a leer trabajos serios, ninguna chantada, textos reconocidos por la comunidad científica, de gente que trabaja sobre la longevidad. Si la vejez es una enfermedad como cualquier otra, que la padezcamos todos no significa nada, tiene procesos biológicos que tiene que ver con los genes, con las proteínas, con los lípidos, con el oxígeno, y por lo tanto se puede actuar y se la puede revertir. Si se piensa la vejez no como la muerte inexorable a la que hay que acostumbrarse, sino como un proceso más, se puede pensar cómo actuar. Hay ratones que en laboratorio están viviendo tres veces más de lo que se esperaba, gusanos que ya están viviendo diez veces más. Se está actuando sobre eso. Por ejemplo en el caso de los telómeros en el cáncer, y lo que hoy nos mata mañana, transformado, puede ayudarnos a vivir más. es una de las muchas ideas que se están manejando. Tratando de investigar pueblos de longevos, supe de Vilcabamba, y viaje a Ecuador.
P.: ¿Cómo encuentra ese dato?
R.C.: Estoy atento a lo que me interesa. Yo no descubri el matriarcado en China, la diosa de Nepal, ni la gente de la eterna juventud de Vilcabamba. Lo que ocurre es que hay poca responsabilidad de la gente de la cultura de asomarse a temas desafiantes, intrincados. Y hay un discurso dominante que remite todo el tiempo a los mismos temas, habla todo el tiempo de lo mismo, y no es lo único que pasan. Saber de Vilcabamba es tan importante, en algún punto, como que se haya caído Lehman Brothers. hay un discurso hipnótico que nos tiene dando vueltas sobre lo mismo. Yo creo que algo más hay. Además, lo mío no es sólo la ciencia, hay mucha gente muy seria más autorizada que yo que con un guardapolvo blanco está trabajando estos temas, pero me importa difundir o recordar ciertas cosas. Como que hasta el siglo XIX el promedio de vida en Occidente eran 35 años y hoy se ha pasado como promedio a más del doble.
P.: ¿Qué encuentra en Vilcabamba?
R.C.: Allí la gente vive más de 120 años. Pasados los 100 aún leen sin anteojos, tienen la dentadura completa, su pelo no acaba de encanecer, se jactan de potencia sexual y de aventuras amorosas. La ciencia médica, tal como la conocemos, propone la prevención, la alimentación, el ejercicio, el aire, la vida sana. Pero en Vilcabamba los tipos fuman, toman cantidades de alcohol, de pulo, una especie de vodka que fabrican ellos, y además se drogan, fuman chamico, una hierba de la zona que tiene al principio los efectos de la marihuana y después de la cocaína, pero es diez veces más tóxica que la cocaína. Yo no quiero hacer la apología del tabaco, el alcohol y la droga, que la medicina tiene razón que son enfermantes, pero también es cierto que el médico ha ocupado el lugar de policía, y asusta diciendo que si uno se da un gusto lo paga con la enfermedad y si se tuvo un exceso lo paga con la vida. La medicina ha tomado, en casos, el carácter de reto y amenaza. Pensar que la ciencia puede ofrecer otras salidas es partir de que algo se está moviendo hacia cambios futuros, y eso sin caer en la new age ni ninguna otra pavada loca, porque yo vivo de la medicina más tradicional. En Vilcabamba, ¿quién se va a atrever a decirle a un viejo de 120 años que no fume? Hay caraduras que lo hacen. ¿Cómo le va a decir que no coma con sal? La gente que va los repudre con saber qué comen, y sacan conclusiones disparatadas.
P.: De un modo claramente literario, usted relaciona los gerontes de Vilcabamba con su padre en terapia intensiva y lo que ocurre con los centenarios de Ogimi, Japón.
R.C.: Cuando uno llega a Ogimi se encuentra con un monumento a la longevidad, en los negocios hay posters de viejitos, porque la juventud está de moda acá, no en todos lados. Allí hay gente de más de 100 años pero está destrozada. Lo que pasa es que funciona la ciencia tal como todos la conocemos con dietas, ejercicios. Son como alumnos perfectos. La pervivencia de mi viejo es resultado de la medicina moderna, donde se prolonga la vida a alguien que nunca antes hubiera tenido esa posibilidad. Claro la calidad de vida que se ofrece es pésima, y eso provoca un dilema moral. Es un momento que hay que enfrentar, que produce un descalabro familiar y arma un lío con los sentimientos. Otra cosa es lo que ocurre en Vilcabamba donde la gente se muere de golpe, está activa hasta el último suspiro.
Entrevista de Máximo Soto
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