El auge de las nuevas derechas es un fenómeno global, que ha hecho pie con fuerza en países de Europa del Este como Hungría, Polonia y Rusia, entre otros, y también en Occidente, en Estados Unidos, Italia y, claro, Brasil. Si algo hay que reconocerle a Jair Bolsonaro es haber redescubierto un sector social conservador electoralmente relevante, que se creía ausente desde el final de la dictadura militar en 1985 y que ayer se probó como un hueso duro de roer.
Elecciones en Brasil: el factor conservador se prueba resistente y se niega a salir del mapa
Se basa en la vocación occidental, el antiestatismo y el anticomunismo. Pero los efectos del liberalismo económico ponen en jaque la reelección.
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El bolsonarismo, como todas las ultraderechas, representa una amalgama curiosa y hasta contradictoria de ideas. Su discurso es nacionalista, pero su programa económico es de apertura irrestricta y amplia desregulación. Así, abre sus brazos a la globalización, pero no a lo que llama “globalismo”, el presunto aprovechamiento de la globalización que hace la izquierda cultural.
A la vez, la ultraderecha es fanáticamente prooccidental y, en función de eso busca en cada lugar los enemigos que puede: lo que en Europa es el islam, en América Latina es, por caso, la influencia de China. Y, en todos lados, el comunismo, más bien imaginario desde la caída del Muro de Berlín y asimilable, para esa mentalidad, a fenómenos dispares como el lulismo, el kirchnerismo, el chavismo y hasta el Partido Demócrata de EE.UU.
Por otro lado, es prooccidental, pero también anticientífica. Las pandemias le parecen inventos, las vacunas son conspiraciones y el cambio climático, fantasía.
Raíces
El fenómeno es hijo de un descreimiento resentido que encuentra su base en procesos prolongados de retracción de amplios sectores medios, ya sea esta absoluta o relativa, es decir dada por la promoción preferente de los más pobres realizada por ciertos gobiernos.
La ultraderecha latinoamericana es, como se dijo, tributaria de un liberalismo predemocrático, nostálgico de las viejas dictaduras y en el que la idea de libertad se define casi exclusivamente en términos económicos y de retracción de la acción de un Estado que se percibe como un peligro de autoritarismo. La fe ciega en el libre mercado la diferencia de otras nuevas derechas, como la trumpista o la lepeniana, más dadas a un proteccionismo comercial selectivo.
Estrago
La pandemia se cebó con Brasil y con su economía, vía recesión e inflación, como lo hizo con la de todos los países, pero las políticas de libre mercado han hecho que, según un estudio de la Rede Penssan (Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional), haya hoy en aquel país 33 millones de personas que pasan hambre. Si la hazaña de Luiz Inácio Lula da Silva fue haber aprovechado el viento de cola internacional para sacar de la miseria a 36 millones de brasileños, el bolsonarismo supuso una vuelta de campana completa.
Bolsonaro niega que haya semejante nivel de carencia y, urgido, incrementó con fuerza las ayudas sociales, lo que lo ayudó a mantenerse electoralmente a flote. Sin embargo, cabe pensar que ese radical darwinismo económico es un Talón de Aquiles de un fenómeno que tiene en los valores sus puntos más fuertes.
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