"Topsy Turvy" es la celebración de una época perdida. Es una película esplendorosa, inteligente y feliz, que se contagia del espíritu de los artistas a los que rinde tributo y se lo transmite al espectador: el famoso dúo de William Gilbert y Arthur Sullivan, autores de las operetas en lengua inglesa más celebradas de fines del siglo XIX (ver vinculada).
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Sin embargo, y más allá de su magnífica ambientación, vestuario y caracterizaciones, la nueva obra de Mike Leigh (realizador de «Secretos y mentiras») no se detiene en la ilustración exterior de la época, ni es sólo una película musical con melodías pegadizas y alegres.
Al elegir el período en que ambos estuvieron a punto de romper su sociedad, el extraordinario guión también expone las contradicciones y disputas entre ambos artistas, la sumisión o la rebeldía ante un éxito que los desbordó y que terminó por tiranizarlos (sobre todo al músico Sullivan); la confrontación con los empresarios, con los cantantes; la falta de inspiración o el deseo de utilizarla para un género «mayor»; el papel del azar en la inspiración y, finalmente, las personalidades tan contrastantes entre el monógamo Gilbert y el libertino Sullivan.
La película empieza en 1884, cuando sus operetas empezaban a mostrar, según la prensa, síntomas de fatiga y repetición. Los críticos les echaron la culpa por ello a las «trivialidades» (el «topsy turvy» del título) en las que abundaban los argumentos de Gilbert. Y Sullivan empezó a darles la razón a los críticos: basta de pociones mágicas, basta de encantamientos, no más «soufflés triviales». El ahora quiere escribir la «gran ópera», pero ni el público ni el administrador del Teatro Savoy se lo permiten. Esas melodías son una mina de oro que nadie debe interrumpir.
La salida de la crisis se produce por azar, y el libro se vale de ella para detenerse en un silencioso y emotivo examen de la vida matrimonial de Gilbert. Su esposa (paciente, resignada como puede a la ausencia de hijos, silenciosa) arrastra a regañadientes a Gilbert a una exposición asiática, una horrenda feria con té verde a seis peniques y kimonos de utilería. Pero allí nace en el libretista la idea de «El Mikado», que se convertirá en uno de los más arrolladores éxitos del dúo. Son algunas de sus escenas las que se ven espaciadamente durante toda la película, hasta la apoteosis final. «Topsy Turvy», además, tiene en Allan Corduner ( Sullivan), y especialmente en ese monstruo de actor que es Jim Broadbent ( Gilbert) dos intérpretes inigualables. La alegría y la buena vida de Sullivan con sus amantes, sus visitas a los burdeles de París con la música de Offenbach y sus periódicas crisis de salud encuentran en Corduner al actor justo, pero lo de Broadbent es insuperable: sutil, contradictorio, imponente, Broadbent pasa de la depresión a la euforia, o de la intolerancia a la debilidad, con el talento de los grandes. Bastarían sólo dos escenas para que su trabajo fuera antológico: cuando queda a solas con el arma japonesa que ha comprado en la feria, y ensaya algunos pasos, o su muda expresión en el diálogo final con su mujer, luego de que ella le cuenta un sueño.
Ganadora de dos Oscar por su escenografía y vestuario, «Topsy Turvy» también es un placer para la mirada. Y, para el público que ama esta música, dos horas cuarenta minutos podrán parecerle poco.
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