9 de marzo 2005 - 00:00
Diego Puente, el "niño solo" de Favio, 40 años más tarde
El Festival de Mar del Plata, cuya 20ª edición empieza mañana, cumple por supuesto muchos más años (la discontinuidad fue uno de sus peores males). Hace exactamente 40, en 1965, Leonardo Favio se consagraba con la estupenda «Crónica de un niño solo». El rostro dolido de su protagonista, Diego Puente, ya es un símbolo de la pantalla. «Yo no sabía lo que era una villa o un reformatorio», dice hoy Puente a este diario. «Y muchas cosas que filmé allí sólo las entendí más tarde.»
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Periodista: Es raro que el símbolo cinematográfico de los chicos de la calle viva en un lindo departamento de Amenabar casi Olleros.
Diego Puente: Nací en Olazábal y Conde. Al casarnos me mudé a Juramento, y ahora vivimos aquí. Como ve, nunca he salido del barrio. Cuando filmé esa película no sabía lo que era una villa ni un reformatorio.
P.: ¿Y cómo lo eligió Leonardo Favio para ese papel?
D.P.: Me acuerdo de lo hermosa que era Maria Vaner, también de unos chicos de la villa que aparecen en la película (son los de más cara de atorrantes), Beto Gianola, tipo canchero, piola, que hace de policía, y Cacho Espíndola, que hace de profesor de educación física. Me admiró mucho una participación de José Maria Gutiérrez comentando la muerte de un albañil, escena que después se suprimió.Y estaba Victoriano Moreira, el que hace del celador Fiori. ¡Me dio un cachetazo en una escena, que si dicen «qué bien llora este pibe», es que estaba llorando de veras! No quería volver a la filmación y la única forma de convencerme, fue que él me dejó que yo le diera una trompada. ¡Ahí nomás le pegué con toda la fuerza de mis once años!
P.: Usted tenía apenas once años.
D.P.:Y Leonardo Favio, 25, y estaba haciendo su primera película.
P.: Donde lo hizo fumar.
D.P.: Fumé, pero en realidad no fumé. No tragué el humo. Practicamos bastante esa parte.
P.: ¿Y la escena de la violación?
D.P.: Yo entonces no llegué a percibir de qué se trataba. Favio simplemente me dijo «Tu amigo te sigue como a un ídolo. Pero ahora le están pegando, y vos te escondés. Gritás que estás yendo a salvarlo, pero es mentira. Y después tenés vergüenza». Recién dos años más tarde, repensando la escena, comprendí de qué se trataba. Entonces yo era inocente, por lo menos respecto a esas cosas. Ni siquiera me había masturbado.
P.: También era inocente respectoa la vida en los reformatoriosy las villas.
D.P.: Todo eso lo aprendí con Favio. No había visto una villa ni de lejos, y encima entro y veo un travesti, el primero que vi en mi vida, un tipo grande, feo, sin dientes. Favio me explicó, me mostró cómo vive la gente, que hay chicos que la propia madre los echa de la casa, que el padre borracho les pega, a ellos y a la madre. «Esto es así», me dijo. También me explicó que cuando uno consigue algún dinero tiene dos opciones: o lo tira, o lo usa para progresar.
D.P.: Todos me decían «lo que te está pidiendo que representes son cosas que él ha vivido», pero él jamás me dijo «ésta es mi vida». Todos, alguna vez, hicimos alguna macana propia de marginales. Yo, por ejemplo, tiempo después fui barra brava de San Lorenzo. Quizás él en su niñez fue amigo de chicos como Polín, y cometió ciertas transgresiones, pero ninguna tan grave como para quedar del otro lado. Criado en una familia sensible, de gente de talento, el amor y la creatividad evitaron que fuera un asocial, un resentido. En cambio Polín es un abandonado, un atrapado sin salida, que no tiene de dónde agarrarse. Tampoco nada que ver conmigo, que crecí fuertemente rodeado de afectos, de mis padres, mis amigos...
P.: ¿Qué recuerda de aquel Festival de Mar del Plata de 1965?
D.P.: Me llevó Lucas Demare en su auto, no recuerdo si un Ford Falcon o un Torino, con Elsa Daniel, Graciela Borges, y creo que Marcela López Rey. Me alojaron en el Hotel Nogaró, al cuidado de Eddie Calcagno, que entonces era un muchacho que empezaba en publicidad. En el cine Nogaró, que ya no existe, dieron la película. Qué impresionante, verme en pantalla grande.Y al final, se prendenlas luces, ¡y era una ovación, toda la sala!Y veo que se acerca Palito Ortega, que entonces era el mayor ídolo popular, ¡y me sube en andas! Esa misma noche, se me acerca también el gran actor japonés Toshiro Mifune, que había traído una de samurais, me felicita, y me regala un alfiler de corbata con una perla cultivada, que todavía conservo en la casa de mis padres, junto a un afiche del film. Más tarde recibí el premio Revelación de Cronistas. Incluso hasta me candidatearon en el rubro de mejor actor.
P.: Es que usted siguió actuando.
D.P.: Hice de lustrin que aconseja a un niño rico sobre los peligros de la noche, en «Necesito una madre», de Fernando Siro. Ese director me alentó a elaborar el personaje por mi cuenta, y quedé muy conforme con lo que hice, vi que tenía cierto talento. Luego protagonicé un corto de Nicolás Sarquis, « Después de hora», sobre un chico que se demoró con los amigos, la madre lo manda castigado al baño, y ahí se pone a hacer morisquetas, patea un rincón, creo que también fuma, ya no recuerdo. Tuve una partecita como chico que recién empieza, en un taller de «Turismo de carretera», una película superestelar bastante malograda (recuerdo especialmente al asesor deportivo, Juan Manuel Bordeu, y a una chica que recién empezaba, Mariquita Valenzuela, que venía con la madre).E hice teatro en el Di Tella, con Maria Luisa Robledo, Tacholas, qué gallego maravilloso, qué actor de raza, y Zelmar Gueñol, dirigidos por Jaime Kogan. También me puse a estudiar actuación con Marcela Solá. Pero...
P.: ¿Pero qué pasó?
D.P.: Siempre fui deportista. Al mismo tiempo que hacía teatro, estaba en las inferiores de Platense.Algunos de mis compañeros de Platense, con el tiempo llegaron a la primera de Boca. Entonces, o me acostaba temprano, iba al gimnasio, y hacía vida sana, o trasnochaba, terminaba quién sabe en qué bares o qué jodas, y leía a Nietzsche. Ya tenía quince años, elegí el fútbol, y casi enseguida el rugby. Jugué en Obras Sanitarias, Pueyrredon, Deportiva Francesa, partidos en Francia, Gales, Escocia, Irlanda... En primera, en 1979, hice 13 tries. Hoy sigo como entrenador en Hebraica. Me gusta el rugby, es muy de grupo, de espalda con espalda, de cosa nostra. Rugby, para cualquier jugador, es como un segundo apellido que uno lleva y que le permite encontrar parientes en cualquier parte del mundo. Los demás jugadores te abren las puertas, te consiguen butacas en el estadio, asientos en un pub, te invitan a vacacionar con ellos. En fútbol (la experiencia que yo tuve), con algunos te comunicás solamente en la cancha. El rugby en cambio es como una gran familia.
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