14 de diciembre 2006 - 00:00

Documental libre de clichés

«Mbya, tierraen rojo»muestra a losmiembros dedoscomunidadesindígenas, sinponer elacento en elmiserabilismo,el ideologismoy ni siquiera elindigenismo.
«Mbya, tierra en rojo» muestra a los miembros de dos comunidades indígenas, sin poner el acento en el miserabilismo, el ideologismo y ni siquiera el indigenismo.
«Mbya, tierra en rojo/ We are the Indians» (G.Bretaña-Argentina, 2005, habl. en guaraní y español). Dir.: P. Cox y V. Mapelman. Documental.

Ya al comienzo de este breve documental se encuentra una de las mejores partes: un joven indio, muy divertido, entra a un videoclub, comenta sus gustos cinematográficos («pasión, alegría, y amor con mujer», y en especial las del agente 007), y se lleva «La misión», donde actúa su tío, de nombre difícilmente publicable, semidesnudo junto a Jeremy Irons.  

«Chicos, así es como se veían nuestros antepasados», les cuenta a los niños, durante una proyección en la escuelita de su comunidad.

Esa escena da el tono de la película, no porque el resto sea igual de gracioso (salvo la parte donde tres indios caminan por Buenos Aires), sino porque nos libera lo más posible de algunos vicios vistos en otros documentales sobre el mismo asunto. Aquí nadie pone el acento en el miserabilismo, el ideologismo, y ni siquiera el indigenismo, y en cambio lo que vemos son personas como cualquiera, que se dan maña solas, valoran sus familias, y se estimulan a mejorar.

Uno es evangelista, conversa con otros que no piensan lo mismo, otros dos son caciques de distintos pareceres (el único símbolo de mando de uno de ellos es, simplemente, una tarjeta plastificada), hay también una pareja de gente grande, esperando el 26° nieto y soportando al vago del yerno (muy lindas, las charlas de la mujer con su hija embarazada, y el compañerismo de ambos ancianos), etcétera.

Aparecen además la maestra, que se aceptacomo blanca, por la cultura que representa, más que por el color de su piel, la monja, que respeta las creencias locales, el abogado que los asesora, y el intendente del pueblo vecino, que, digamos, los aprecia menos, pero los ayuda con pasajes para que vayan desde Misiones hasta la Universidad Nacional de La Plata a reclamar sus tierras, que el organismo estatal se apropió hace décadas, nunca se supo bien cómo ni para qué. Dicho sea de paso, alguien está haciendo un documental con la historia negra de esa universidad en materia de indios (el cadáver embalsamado de un famoso cacique, y otras historias), pero esto es otra cosa.

Es algo bien agradable, además con muy linda fotografía, sobre gente igual a cualquier otra, tal como se dijo. Ellos tienen, también como cualquier otra, sus propias formas de construir el español, hacer sus casas de chapa y ladrillo, y divertirse vendiéndoles baratijas a los turistas japoneses que aparecen, de cámara, traje con corbata, y gorrito, en medio del monte.

Algunas imágenes con las reflexiones de un anciano sirven como separadores, y hasta podría decirse como motivadores iniciales. Autores del film son el británico Philip Cox («Sudan, the Darfur Crisis») y la argentina Valeria Mapelman, que ahora prepara un trabajo sobre una matanza de pilagás hace apenas 50 años. Por coincidencia, la productora local se llama Matanza Cine, por el partido bonaerense del que es originario su creador, Pablo Trapero. Y el partido se llama así, esto pocos lo recuerdan, por una tremenda batalla que hubo en tiempos de la colonia, entre españoles y, como se les dice ahora, pueblos originarios. Que después de ese día, en esa zona no quedó ninguno vivo.

P.S.

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