«Duro de Matar 4.0» («Live free or Die Hard», EE.UU., 2007, habl en inglés). Dir.: L. Wiseman. Int: B. Willis, T. Olyphant, J. Long, Maggie Q., K. Smith, M.E. Winstead.
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Los dos primeros «Duro de matar» son clásicos del cine que rigieron las bases de toda superproducción del género durante las décadas siguientes.
Un policía común y corriente que aparece en el lugar equivocado y debe enfrentar a los peores criminales motivado por el interés personal en una de las víctimas, no puede andar repitiendo sus proezas a cada rato. Con la falta de encanto como esencia de su carisma, y con la tenacidad como única arma secreta, John McClane es realmente duro de reciclar.
Esto quedó comprobado en la tercera película, que intentaba enriquecer la fórmula complicando el esquema minimalista, aportando un villano intelectual como Jeremy Irons, y finalmente tomándose todo tan en serio como para dejar fuera de combate a McClane durante más de una década.
Luego de doce años de retiro junto a otros íconos de la cultura pop como Rambo y Robocop, la resurrección de «Duro de Matar» podría haber sido un mal chiste. Por suerte, es un chiste divertido por su capacidad de burlarse del género y del personaje que recicla sin alejarse mucho del espíritu original que lo volvió popular. Si para esto hace falta la pérdida de todo vestigio de realismo, no es algo que preocupe a Bruce Willis ni a los productores de este dilatado regreso a su personaje más famoso. Esta vez, el héroe inoportuno se convierte en el único individuo capaz de evitar el apocalipsis tecnológico de un malvado cibergenio loco con superpoderes omniscientes dignos del olvidado Dr Mabuse de Fritz Lang.
La lucha del hombre común contra un hacker marginado, decidido a exponer las fallas del sistema, le dan dimensiones épicas al espíritu de «Duro de matar» y da lugar a escenas de super acción imaginativas hasta el delirio, como el duelo entre un camión y un avión caza en una autopista laberíntica. Hay todo tipo de burlas a la paranoia y las medidas de seguridad que pueden ser infringidas por un loco desde el sótano de su casa (el director Kevin Smith en una aparición actoral memorable), y diálogos divertidísimos siempre listos para subrayar la exageración de cada explosión de violencia absurda e incorrección política. En este sentido, la maldad y el kung fu sádico de la delincuente Maggie Q son incomparables.
Todo esto sobra para recomendar sin reparos una secuela que no prometía demasiado, pero que se disfruta a pesar de los enormes baches llenos de lugares comunes, la duración excesiva y el insoportable hacker bueno que Bruce Willis debe escoltar más allá del deber a lo largo de toda la película.
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