12 de septiembre 2008 - 00:00
Exhiben al talentoso Zimmermann
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Las fotohistorietas de Marcos Zimmermann desafían la mirada
del espectador y lo ponen en el trance de decodificar
lo que él ensambla, yuxtapone y relaciona en una sucesión
que puede ser infinita.
Una vuelta de tuerca en el quehacer de este artista que a partir de «Un Perro en el Paraíso» -historia de drogas, sexo y muerte, ambientada en el siglo XVI-, que por su desmesura y además contada por un perro, entra dentro de la categoría del realismo mágico.
Las fotografías, blanco y negro, de 105X105cm., repiten por acumulación, fragmentos de pies, labios, rostros, narices, torsos, paisajes, armas, monjas, un collage ilimitado de gran barroquismo donde no queda un solo intersticio. Es por esta razón que la anécdota por la que deambulan conquistadores que poseen más de 70 indias cada uno, pasa a segundo plano para admirar cómo Zimmermann, desafiando la mirada del espectador, lo pone en el trance de decodificar, a su manera, lo que él yuxtapone, ensambla, fragmenta, relaciona un elemento con otro en una sucesión que puede ser infinita como su imaginación y creatividad.
La inclusión de flores en la pintura tiene antecedentes remotos,en la Roma Imperial, en frescos del Giotto, en los libros de Horas medievales y a partir del siglo XVII en los famosos bodegones y floreros.
Francisco Pacheco que trató este tema en un libro «Arte de la Pintura», en 1649, decía: «Es muy entretenida la pintura de las flores imitadas del natural en tiempo de primavera.»
Los místicos ven en las flores testimonio de la omnipresencia de Dios y, así, podría hacerse un inventario que va desde las guirnaldas en torno a una representación sacra, barrocas, hasta las de jarrones de carácter rococó y los ramilletes con pinceladas a la manera de piedras preciosas.
Mucho más cercano en el tiempo están las de Fantin Latour, emblema de la belleza, los lirios y girasoles de Van Gogh, en términos de mercado, los más caros del mundo, los de Georgia O' Keefe en las que hay contenidos simbólicos de carácter erótico y las que hablan de la caducidad de la belleza y la irremediable muerte.
En este último contexto puede situarse la instalación « Florería El Corte», de Susana Casanovas (Argentina, 1964), graduada de las escuelas Belgranoy Pueyrredón además de concurrir a los talleres de pintura de Carlos y Héctor Tessarolo, al laboratorio de técnicas escultóricas no tradicionales de Claudia Aranovich y que realiza su primera muestra individual en Decastelli (Chile 354).
Flores dispuestas como en una florería, realizadas con materiales encontrados, reciclados, de plástico, desechables, una realización que no ahorra agresividad y tampoco imaginación. Casanovas las muestra al borde de la muerte, porque eso es lo que sucede cuando se las pone con fines decorativos, instantes después de ser cortadas.
«Gravitalis extraviarius» (báratro), «Polifilus trafficae» (no te olvides), «Semperdirens imbroni» (girasoles), «Imperiales vacue» (estrella real), «Triplinarvis spectavile» (de la vigilia), Casanovas ha elegido con ironía el término botánico y eludido todo paradigma de belleza y poesía con el que se las asocia.
Clausura el 28 de setiembre.
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