Inframundo, la rebelión de los Lycans

La nueva secuela de «Inframundo» (en realidad una especie de precuela) tiene más de cine fantástico que de terror y hasta incluye un romance prohibido entre una vampira y un hombre lobo.

En los tiempos de los monstruos clásicos de los estudios Universal, los vampiros no tenían demasiados problemas con sus colegas peludos, los hombres lobos. Sin embargo la saga de «Inframundo» se dedicó especialmente a a enemistar de manera épica a estas criaturas de la noche, gene-rando una rivalidad digna de Montescos y Capuletos, romance prohibido entre una vampira y un licántropo incluido.

Para ilustrar del todo el asunto, Patrick Tatopoulos, el encargado de los efectos especiales de los dos films anteriores, llevó la batalla de monstruos a su verdadero inicio, dándole al ya célebre lobisón Lucian (Michael Sheen) la posibilidad de enamorar a la mísmisima hija del jefe de los nosferatus (Bill Nighy). Los que vieron las películas previas ya saben que este personaje es malísimo, no sólo con sus enemigos peludos, y con los seres humanos, sino también con los de su propia especie, y en esta precuela debe castigar los deslices de su hija descocada (Rhona Mitra), que anda encontrándose en zaguanes y mazmorras con el impresentable antepasado de Nazareno Cruz.

Lo divertido de esta película es el estilo de fantasía heroica o «sword & sorcery», es decir más parecido a las películas de Conan que a un verdadero film de terror. Los personajes pelean vestidos con armaduras, y los esclavizados licántropos se rebelan casi al estilo de Espartaco. El resultado es un entretenimento original, delirante, lleno de buenas escenas de acción (como una antológica estampida de furiosos hombres lobos que arremeten contra un castillo), y de diálogos ridículos dignos de una telenovela con momentos hilarantes. Justamente esto ayuda a recomendar la película, tanto por sus cualidades como por sus defectos, ya que en medio de estas batallas entre monstruos ningún fan del cine fantástico va a preocuparse por pequeñeces.