Rosanna Manfredi, directora de cine publicitario con larga experiencia en refinamientos de postproducción, su socio y marido, el laboratorista Juan José Stagnaro, y el director de animación Hugo Di Bitonto son las principales cabezas de esta producción, donde una niñita debe enfrentar con sus lápices mágicos a un científico loco que quiere borrar los colores del planeta.
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Se advierte, aunque quizá no haga falta, que el argumento luce un poco flojo -hacia la mitad, directamente se pierde-, se hace largo, y encima, pecado mortal, es un tantito cursi. Para darse una idea: a su lado «Chiquititas» tiene la reciedumbre de John Wayne. Por suerte su público específico (criaturas menores de diez años) apenas percibe esos defectos. La obra, enteramente local y hecha con evidente entusiasmo, tiene excelentes trucos, animalitos amaestrados, buenos dibujos, mezclando acción en vivo con animación plana y tridimensional, lindos lugares (San Luis, Maldonado, Pereira Iraola, etc.), pocas canciones (menos mal), un grupo de chiquitos simpáticos, empezando por la bonita Micaela Casotto, y hasta una abuela muy atractiva, Chunchuna Villafañe. (Al respecto ¿los productores habrán previsto una clientela de abuelos llevando a sus nietas? Incluso hay un toquecito de tango).
Se destaca especialmente un dibujo bien ganchero, que ameniza las presentaciones de cada capítulo y merecería tener su propio espacio, el camaleón Degradé. Está muy bien hecho, y además lo interpreta el maestro Pelusa Suero, «la voz» de Larguirucho y otros héroes garciferrinos (y no es el único especialista que viene de la misma escudería, también reconocible en un trío de ratones). En cambio, al malo que compone Arialdo Giménez, reconocido actor del cine publicitario, le pusieron innecesariamente otra voz, que para colmo suena artificiosa y echa a perder cualquier clima. Una lástima.
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